miércoles, 16 de julio de 2014

Desaparecido en Lyon.

Breve fragmento del segundo capítulo de DESAPARECIDO EN LYON (novela).

Arturo tendría unos cincuenta años de edad. Su mirada profunda, y el brillo especial de sus expresivos ojos azules, hacían que pareciera mucho más joven.
Exceptuando su pelo, que ahora era cano y escaso, a Adela le pareció que no habían pasado los años por él. Además, estaba mucho más delgado, lo que le hacía parecer más alto. 
Vestía una magnífica camisa de seda blanca, seguramente hecha a medida a juzgar por lo bien que le quedaba, adornada con un par de bonitos gemelos de oro con pequeños granates engastados y un sujeta corbatas a juego, con un águila dorada en el centro, que lucía imponente sobre una magnífica corbata de raso negro surcada por finas líneas multicolores. E iba enfundado en un caro y flamante traje de color gris marengo de suave paño de primerísima calidad.
Arturo se acercó a ella sonriente y la abrazó. Hacía unos minutos que Adela había llegado a la cafetería del aeropuerto. Lo esperaba nerviosa, deseando subir cuanto antes al Airbus que debía llevarlos a Lyon.


domingo, 6 de julio de 2014

Tres en veintiuno.

Un  fragmento del inicio del primer capítulo de TRES EN EL VEINTIUNO (novela).



El despertador del móvil reprodujo a todo volumen un corto fragmento de “Air on the G String”, la soberbia y sempiterna obra de Bach. Luego la música cesó y el artilugio comenzó a vibrar incesantemente repitiendo interminables tandas de ruidosos golpeteos mientras serpenteaba desbocado por la superficie acristalada de la mesita de noche. 
El doctor Orate Odalach, medio aturdido aún, asomó su cabeza por entre media docena de almohadas de raso blanco e hizo un barrido de reconocimiento abriendo las orejas y girando su cabeza en redondo para intentar averiguar la procedencia de la fastidiosa barahúnda. Tras localizar la fuente de su desvelo y reponerse del sobresalto frunció el ceño malhumorado y alargó el brazo para acallar los monótonos cencerreos del cargante artilugio. 
Exactamente cuatro milisegundos más tarde sus párpados cayeron pesadamente cual dos muros de hormigón arrojados desde lo alto de un edificio y volvió a quedarse profundamente dormido mientras un hilillo de saliva, que escapaba sigiloso por entre la comisura de sus labios, se abría camino hacia las sábanas de raso blanco serpenteando entre los pelos de su barba.