jueves, 26 de enero de 2023

Ingratitud




Qué fue del color,
qué de aquellas gerberas,
que cada mañana me traías 
del jardín en tu cesta.

Qué fue de tu fulgor, 
qué de tus locas quimeras, 
aquellas que me contabas 
sentados bajo la yedra.

Qué fue de tu honor,
qué de tus grandes promesas, 
las que me hacías cada noche 
con tanta entereza.


Autor: Dimas Luis B.G.

domingo, 15 de enero de 2023

Un hombre pasó todo un día paseando por su barrio, escrutando a las personas con las que se cruzaba, hablando con ellas, observando su comportamiento. Llegó a la conclusión de que todos estaban muy locos,  y pensó que definitivamente no había nadie cuerdo.

Por fin, tras doce exhaustivas horas de paseo, decidió regresar a su casa. No le apetecía cenar, estaba demasiado afectado por la locura del mundo, así que subió a su habitación y, tras enfundarse en su confortable pijama de franela, miró por la ventana mientras fumaba el último cigarrillo del día. 

Llovía, había pequeños charcos en la calzada, y había uno muy grande justo delante de la entrada en el que se reflejaban las letras del neón de la planta baja de su edificio. 

Le gustaba ver el reflejo azul de las las letras en el agua, y se dió cuenta de que eran dos palabras que se leían al revés, como si las estuviese viendo a traves de un espejo. 

Eso le hizo gracia, asi que tomó un papel y un lápiz y copió las dos palabras, luego invirtió las letras y lo leyó. Decía: "Hospital psiquiátrico".

No pudo parar de llorar en toda la noche. Se sorprendió.

Nada es lo que parece, jamás.


Autor: Dimas berzosa Guillén 

miércoles, 26 de agosto de 2020

Abrazos furtivos

***LA NOCHE ***

A veces, desde que te marchaste, cuando me despierto en medio de la noche en mi habitación acunado por la oscuridad y mecido por el silencio, en ese estado mágico de duermevela en el que siempre se consigue lo que se anhela sin apenas esfuerzo, logro detener el tiempo. Y entonces puedo hacer realidad cualquier pensamiento. Cualquier situación que desee se materializa y sucede en realidad. Y soy capaz de manipular a cronos como si de una moviola se tratase, yendo hacia adelante y hacia atrás a voluntad, viviendo y reviviendo una y otra vez  decenas de veces cada instante deseado. Y puedo ver, oír, oler, gustar y tocar. Y sentir miedo, compasión, rabia, deseo, ira... Todas las emociones son reales. Y las cosas acontecen y transcurren de la misma forma y con la misma esencia con la que suceden en la otra realidad; en la realidad consciente de la luz y el espacio; en esa siniestra realidad en la que casi todos estamos obligados a ocultar lo que sentimos, a acallar nuestros deseos y a fingir casi siempre diciendo y haciendo lo que los demás esperan de nosotros, aunque lo que les mostremos no sea verdad, aunque no nos beneficie a ninguno.

miércoles, 7 de agosto de 2019

CIENCIAS, LETRAS... Y OTRAS AVENTURAS


UNA SEPARACIÓN DOLOROSA

Había dejado de llover por fin, pero seguía soplando el insistente y embravecido viento que, como cada mañana durante el recién estrenado mes de enero, sacudía sin cesar a las cientos de palmeras que jalonan el paseo marítimo, jugando a romper paraguas, robar sombreros y arremolinar abrigos de indefensos transeúntes.
Alberto luchaba contra aquel aire molesto, apartando de sus ojos a duras penas su logro más preciado, el largo flequillo de color fucsia que tantas discusiones con su padre le había ocasionado y del que él tan orgulloso se sentía. Mientras miraba cómo el taxista se devanaba los sesos intentando acoplar todas aquellas maletas en el portaequipajes de su auto.
Sintió frío, e inmediatamente pensó que debía proponerse muy en serio obedecer más a su madre. Ella, como siempre, tenía razón cuando hacía unos minutos le había recomendado que se abrigase bien para salir, pero una vez más él había hecho caso omiso de sus consejos y ahora, en pijama y zapatillas, lo lamentaba tiritando en la puerta del chalet, deseando que su padre se despidiese al fin para así poder volver a entrar en casa y sentarse junto al fuego de la chimenea.
Ángela y León acababan de divorciarse, por eso Alberto se sentía fatal. Comprendía que ya no vivirían más los tres juntos en aquella bonita casa junto a la playa y le entristecía pensar que todo iba a cambiar en su vida.

lunes, 1 de abril de 2019

Anoche tuve un sueño

Vi una habitación, solada con pequeñas y lustrosas baldosas negras y blancas alternadas, que me pareció un interminable tablero de ajedrez. Y, en esa habitación, ante una gran chimenea pintada de verde y amarillo, brillando en la oscuridad, veo a mi abuelo, encorvado sobre una silla de palos de madera con asiento de eneas, y me veo a mí mismo contemplando extasiado la imagen amarilla y negra de aquel hombre menudo.
Recuerdo que él siempre llevaba una pelliza de grueso y pesado paño gris, o quizás fuera marrón, con cuello de larga piel blanquecina e hirsuta. Siempre con su gorra de tela negra, de las que se usaban en la época, desgastada y calada hasta las orejas, cubriendo su rapada cabeza. Él siempre colocaba sus grandes botas de piel negra y lustrosa sobre el hogueril de anchos mamperlanes de madera, desgastados por el roce de sus pies durante tantas y tantas noches de invierno ante la lumbre.
En el sueño veo su cara sosegada, pensativa, resignada, y en ella bailan los reflejos inquietos del fuego. La veo blanca unas veces y amarilla otras, cambiando su expresión al capricho de las sombra luces que los reflejos de las llamas dibujan en su tez, surcada de profundas arrugas pero a la vez suave y rapada como la cara de un niño. 
No sé si es por el efecto de las sombra luces, o es que realmente gesticula siguiendo el ritmo inquieto de sus pensamiento, pero a veces parece sonreír y otras parece triste, muy triste.  
Yo no sé si en el sueño estoy de pié o sentado, si estoy lejos o cerca, si delante o detrás de él. Solo sé que miro eternamente a aquel hombre y sigo los movimientos de sus manos, mientras él empuja los palos secos de madera de olivo con las viejas tenazas de hierro. Y me sobresalta el crepitar del fuego; las chispas que huyen revoloteando del hogar; los silbidos lastimosos del aire escapando del infierno con sonidos sordos y macabros, mientras los tizones de carbón, al rojo vivo, ruedan por el suelo formando estelas doradas y rojas que persisten en mi retina dibujando trazos brillantes de colores.
Pero lo que verdaderamente me impresiona es ese instrumento de madera y piel: es redondo, con largas orejas y tiene una especie de cara desfigurada y burlona, una cara inquietante que, a la postre, resulta ser la mía. Y expulsa aire sin cesar por su boca redonda y alargada, y la oigo respirar, tomar aire y expulsarlo cada vez que mi abuelo me aprieta las orejas, y el fuego, divertido, acompaña el ritmo que marcan mis respiraciones, jaleando y lanzando llamaradas refulgentes y los leños animan la escena con crujidos y sonoras palmadas, y los tizones bailan alocados por el suelo, mientras mi abuelo permanece inmutable, serio, ensimismado. 
Después, de repente, todas las cosas se detienen en el tiempo, flotando, y vuelven a la monotonía de las sombra luces pausadas, y mi mirada vuelve a centrarse en el semblante de mi abuelo,y se vuelven a dibujar en su cara aquellas muecas de risas una veces y otras de tristeza, de mucha tristeza.

domingo, 31 de marzo de 2019

Qué iba yo a hacer en este mundo, sin ti.

María, estás helada, mujer. Voy a avivar la candela. Pero llama a la Canelilla, anda, que se siente en tu regazo para darte calor. Qué lástima no poder verla ahora, moviendo el rabo y mirándome con esos ojillos tristes que tiene; pero es que cada día veo menos. Menos mal que a tientas sé dónde está todo y así me voy apañando. 
Pero lo que más pena me da es no poder verte a ti, tan guapa como has sido siempre. Decía mi madre que eras la moza más agraciada del pueblo, y con razón. 
Bien me acuerdo de aquella tarde que te conocí. Volvía yo del campo, de cavar olivos en la finca de Don Cosme, y al pasar por la puerta de tu casa me llamó tu madre: ¡Fermín!, ¡Fermín! hágame usted el favor, hombre, que yo no puedo con Lucera. Es que a esta cabra testaruda no hay manera de hacerla entrar en la casa hoy. 
Y yo, que era un hombretón en aquellos tiempos, metí la cabra a empellones en el corral. Aunque mi trabajo me costó, que aquella maldita cabra era como yo, una bendita por las buenas, pero si se le torcía el carro había que dejarla por imposible.
Y mira lo que son las cosas, María, hace 68 años, por la cabra fue que te conocí, que al entrar al corral te vi allí sentada, bajo la parra, bordando una sábana del ajuar. Bien me acuerdo que te pusiste colorada, como un tomate maduro, y yo me quedé parado, mirándote, sin saber que decir, y la pobre de tu madre me tuvo que sacar de la casa a empujones, lo mismo que yo había metido a la cabra un rato antes.
¡Qué buenos tiempos aquellos!, cuando vivía tanta gente en el pueblo, y los chiquillos jugaban al escondite, a las bolas, al trompo, al aro, al marro-cazo, al lapo…, y las mozas a la rayuela, a la comba, a los corros…, qué alegría de ver las calles llenas de gente, las mujeres yendo con cántaros a por agua a la fuente, los hombres, al anochecer, sentados en la barbacana de la plaza de la iglesia haciendo hora para juntarse en la taberna de Teófilo, para beberse unos chatos de aquel vinillo chapurreado que tanto le gustaba a mi padre tomar, acompañado de un par de tomates con aceite y sal y un buen plato de garbanzos tostados.
Pero qué te pasa, María, estás muy callada. Tienes la cara helada y no hay forma de que entres en calor, y hace ya tres días que no te levantas de esa mecedora. No tienes que enfadarte conmigo. Sí, ya sé que soy un cascarrabias y que te hago la contra, pero sabes que te quiero muchísimo. 
Anda, mujer, ven conmigo a la cama, y déjame abrazar tu alma para siempre, porque si tú te murieras yo me moriría contigo ¡¡¡Qué iba a hacer yo en este mundo sin ti!!!


imagen: lasaladellector.blogspot.com

jueves, 21 de marzo de 2019

Amor en RED

imagen: http://tunuevoamanecer.net/


Un día iré a verte, Rosita, te lo prometo. Pero aún es pronto. No es que sienta miedo de viajar a la aventura a un lugar desconocido. Tampoco es que crea que no te conozco lo suficiente. No, no es eso. Es solo que aún no he sido capaz. Estás tan lejos…
Recuerdo el día en el que te pedí amistad. No sé por qué lo hice. No había una foto de perfil tuya, tú habías subido a Facebook una bonita imagen de una puesta de sol sobre el mar, pero no decías nada sobre ti, ni una frase, ni una descripción, ni un solo comentario. Quizás fue la inmensidad del océano devorando a un sol agonizante sobre el horizonte profundo, desconocido y lejano, lo que me atrapó. O quizás fue ese sexto sentido que a veces nos empuja a lo desconocido, una corazonada, una señal sutil proveniente de otra dimensión… vete tú a saber.
Lo que sí sé es que pronto voy a ir a verte. Lo necesito, quiero sentir tu presencia, quiero ver tu luz, oír tu sonido, tocar su esencia, respirar tu aire, bañarme en tu aura.
Sí, Rosita, voy a ir a México. A tu ciudad, Rosarito. A tu calle, Bahía de Todos los Santos. Uno de estos días, cuando menos te lo esperes, voy a ir para reunirme contigo. Y caminaremos por la ciudad cogidos de la mano, sintiendo la brisa del mar, sonriéndonos, besándonos, aprendiéndonos el uno al otro. Y comeremos tacos de ternera con Salsa Pico de Gallo, sentados a la barrita de Tacos y Beers, esa taquería tan coqueta frente al mar, en sus taburetes azules y blancos, saboreando un par de cervezas Pacífico Clara bien frías, mientras me empapo de tu alma a través de tus profundos ojos verdes.
Yo ya conozco tu barrio como si viviese allí. He mirado y remirado mil veces el mapa de tu pequeña ciudad. He rastreado cada rincón con Street view, desde el hotel Quintas del Sol hasta la playa de la Bardita, desde Miramar a Lomas de Coronado, desde Rancho Chula Vista hasta Magistería. Arriba y abajo, una y otra vez por la calle Del Mar, hasta el Boulevard de Benito Juárez, y vuelta a subir hasta tu casa. Todos los días, a las seis de la mañana, hora de España, me siento delante del ordenador y recorro tu barrio de cabo a rabo, mientras espero que te conectes un ratito antes de irte a dormir, para contarnos nuestro día y arrullarnos como palomas en la red.
Tengo ganas de hacer ese viaje, Rosita, tengo ganas de conocerte en persona. Y quizás este sea mi último gran viaje. Apostaría por ello. Porque si cuando nos veamos, al fin, ambos sentimos lo que ahora en la distancia estamos anhelando, sé que me quedaré a vivir contigo para siempre, para envejecer ambos junto al Pacífico, para amarnos a diez mil kilómetros de donde nací.

Te quiero Rosita.


jueves, 27 de septiembre de 2018

Me has robado el alma




Para  E LL A y por E LL A



El viento mece los álamos, y los perros ladran fuera.
Hoy huele a tierra mojada,  como ayer.
Ahora llueve a lo lejos. Y cayó la noche otra vez,
mientras yo me aferro al néctar de tus besos.


¿Sabes amor...?
Es tu boca cáliz de beleño, que adormece;
es tu piel suave de azúcar y de melocotón, que me enloquece;
es la seda fina de tus caricias, que me enajena.

Si amor, porque me miras y me enredo prendido en tu mirada.
Si me roza apenas tu piel, trueco en marioneta aquiescente.
La brisa de tu aliento me fascina, el sol de tu risa me atrapa,
mi espíritu se eleva jubiloso arrebolado en la magia de tu perfume
y de tus susurros fluyen melodías y palabras mágicas que arroban mi mente.

Es que toda tú me embelesas, amor.
Me acunas en tu regazo, me adormeces.
Me abrazas por fuera y por dentro,
me ciñes, me absorbes, te adueñas de mí.

Ahora sé que sin la luz de tus ojos,
mi dueña, yo no soy nada.
No existo sin ti.
Ya no tengo otra voluntad
que no sea yacer en tu morada.

Tú me has robado la vida.
Tú, bella mía, sábelo bien,
me has robado el alma.




Autor: Dimas Luis Berzosa Guillén

Se marchó mi amor




Autor Dimas Luis Berzosa Guillén

jueves, 9 de noviembre de 2017

UFO

Instintivamente me puse en pie, no podía comprender qué me estaba sucediendo. De repente me había invadido una oleada de calor mareante y espesa que me sobresaltó. Una especie de flujo electrizante y enérgico me recorrió la espalda de abajo a arriba e hizo que todo mi cuerpo se estremeciera durante unos segundos, como si una mano invisible me estuviera zarandeando vehementemente. Mis manos comenzaron a temblar ateridas de frío, a pesar de haber estado sentado unos minutos antes frente al fuego de la chimenea.
Anduve unos pasos vacilantes por la habitación sin saber muy bien qué hacer ni a dónde dirigirme, y un miedo sobrecogedor se apoderó de mí. Pensé que me desmayaría irremisiblemente o, peor aún, que había llegado mi hora, e iba a morir de un momento a otro irremisiblemente.
Tambaleándome conseguí recorrer los escasos cinco metros que me separaban del dormitorio. Cuando llegué ante la cama caí de bruces, desplomándome sobre ella exhausto, y un dolor punzante e intenso en la frente me obligó a cerrar los ojos. Me sentía fatal y no comprendía qué me estaba pasando. Para no entrar en pánico hundí la cara en la almohada e intenté tranquilizarme. Puede que inmediatamente después me quedara profundamente dormido o, quizás, lo que sucedió es que perdí el conocimiento; no sabría decir qué me sucedió exactamente.
Cuando volví en mí tenía la sensación de que solo habían transcurrido unos segundos, pero también podría ser que hubiese permanecido en aquel estado de inconsciencia varias horas.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para incorporarme lo suficiente como para conseguir girarme y tenderme boca arriba sobre el colchón. Cuando lo conseguí, por fin, abrí los párpados lentamente: los pocos objetos que alcanzaba a ver se difuminaban ante mí en un color rojo pálido y daban vueltas y más vueltas alrededor de la habitación, sin detenerse nunca, como si hubieran caído dentro de un torbellino incesante.
Tenía la frente empapada en sudor y sentía en el paladar un intenso sabor metálico y ácido.
Volví a cerrar los ojos y permanecí inmóvil durante unos pocos segundos. El silencio era absoluto a mi alrededor, excepción hecha de un persistente zumbido grave y próximo que me recordaba al sonido que produce la corriente eléctrica al vibrar en cables y transformadores, pero de dónde podía proceder aquel ruido, nunca antes había escuchado nada que se pareciera a aquel extraño sonido en las inmediaciones. A aquella cabaña abandonada, situada en el centro de la explanada que se extiende sobre la meseta del Ojnarán, no llegan ni veredas ni caminos, ni mucho menos carreteras.
El núcleo urbano más próximo se encuentra a más de cuarenta kilómetros, y la única vía de acceso conocida, para alcanzar aquel paraje, es un despoblado e intransitable cortafuegos de montaña jalonado de losas de pizarra semienterradas y bloques quebrados de granito, que exhiben sus afiladas aristas surgiendo del terreno como amenazantes navajas capaces de hacer desistir de su empeño al explorador más temerario. Además, aquel desfiladero infernal termina de forma abrupta en una pared natural muy escarpada, inaccesible para los pocos excursionistas y senderistas que consiguen llegar hasta ella, y por supuesto para alcanzar la cima de la impresionante roca, que se eleva verticalmente sobre el terreno a más de cincuenta metros de altura, es preciso ser montañero experimentado y disponer de un buen equipo de escalada.
Por esta razón nunca antes, durante los once largos meses que llevaba viviendo solo en el lugar más aislado del mundo había visto a nadie, ni había oído otros sonidos que no fuesen los trinos de las aves que anidan en los árboles que circundan las explanada; los silbidos del viento ululando entre las ramas y colándose a borbotones por los resquicios de de la puerta y las desvencijadas ventanas de la cabaña; o el obstinado y adormecedor murmullo de un hilillo de agua clara y sabrosa que brota sin cesar de las entrañas de la tierra sobre una pileta natural de caliza y luego fluye por un somero cauce, serpenteante y famélico, bordeando la cabaña por su lado sur y acaba despeñándose en una diminuta cascada, sobre una laguna que el agua y el tiempo formaron  al pié del promontorio.
Mis oídos, después de tanto tiempo, se habían desacostumbrado a los ruidos molestos e insalubres de la ciudad. Ahora, por suerte, solo percibían de vez en cuando el ruidoso e insistente golpeteo de la lluvia repiqueteando sobre el viejo tejado o, como mucho, los sobrecogedores truenos de un par de dantescas y aparatosas tormentas a principios del verano pasado.
Además, tampoco podía tratarse de un zumbido eléctrico, pues el trazado de la línea de alta tensión más cercana discurre a más de dos kilómetros al noroeste. Ni, por supuesto, a algún artilugio humano motorizado, porque no hay ninguna carretera, camino, vereda o sendero que llegue hasta aquel perdido lugar de la sierra.
Volví a abrir los ojos. Un intenso y vibrante destello luminoso, proveniente del exterior, penetraba en la habitación a través de los cristales de la ventana inundando de un resplandor color rubí las paredes y los muebles, que refulgían como metal al rojo vivo.
Mientras mi cerebro trabajaba frenéticamente para intentar encontrar una explicación coherente a lo que estaba sucediendo me puse en pie indeciso. Estaba aterrorizado, pero tenía que ir a mirar qué estaba sucediendo afuera.
Entonces escuché un terrible impacto, algo parecido a una gran explosión, y la tierra comenzó a temblar fuertemente. Varios objetos cayeron de las estanterías y las maderas del techo y las paredes crujieron como si la cabaña se fuese a derrumbar. Instintivamente me refugié bajo la cama, por si el techo cedía; era de esperar que si caía sobre mí alguna de las pesadas vigas que soportaban la cubierta del cobertizo, el colchón amortiguaría el golpe.
Unos segundos después el terremoto cesó. Dejó de oírse el penetrante zumbido y la espesa luz roja desapareció.
Salí de debajo de la cama y corrí hacia el exterior en busca de la seguridad del campo abierto, pero no llegué a atravesar el porche, ¡no pude!, me quedé petrificado justo al rebasar el umbral de la puerta, sin dar crédito a lo que mis ojos estaban viendo: a unos cincuenta metros ante mí, justo en el centro de la explanada, se erguía estática una colosal esfera de color gris brillante que parecía levitar a un par de metros del suelo. Me pareció que debía ser de metal, de alguna rara aleación. El artefacto se veía desdibujado y borroso, como si estuviese apareciendo y desapareciendo continuamente.  En la parte superior de la inmensa bola, multitud de hileras de débiles haces de luz amarillenta parpadeaban sin cesar y desde la base hasta su cenit se observaban unas figuras romboidales, regularmente distribuidas por todo el perímetro de la esfera a modo de grandes gajos de naranja de color rojo, que brillaban en la oscuridad.

 …///…

lunes, 30 de octubre de 2017

sábado, 20 de febrero de 2016

Desaparecido en Lyon.

I

Alrededor de las siete de la tarde el móvil vibró un par de veces e, inmediatamente después, emitió un largo y sonoro pitido. Adela, que en ese momento se disponía a guardar la ropa que acababa de planchar, con un ágil giro de cintura desvió su trayectoria y se dirigió hacia donde se encontraba el terminal.
Se detuvo junto a la mesa del salón y, sin soltar la cesta de mimbre que transportaba con ambas manos, miró durante un momento la pantallita azul aún iluminada. El icono con forma de sobrecito parpadeaba, indicando que un SMS acababa de recibirse.

lunes, 25 de enero de 2016

El resurgir de Alba






Alba era para Andrés lo que un intérprete es a un compositor. Comprendía con exactitud matemática los cambios que se producían en el estado de ánimo de él y podía descifrar la melodía que manaba de su alma leyéndola, como si de una partitura musical se tratase. Siempre conseguía conjugar su cambiante tempo, ya fuese este piano, andante, allegro o prestissimo; aunque fuese tan inestable que, a veces, resultase casi imposible de seguir. 
Después de tantos años había comprendido tan profundamente el ritmo cíclico de su violenta sinfonía, que ya era capaz de rellenar los angustiosos silencios y las eternas ausencias de él con pasajes viejos de amor y recuerdos. 

jueves, 8 de octubre de 2015

Ni "nóbel" ni "rádar"... sino todo lo contrario.




Aprovechando que en sólo unos meses se darán a conocer los premios Nobel del presente año 2017, os comento que, según el Diccionario de la Real Academia Española, en el idioma castellano no existe la palabra *nóbel*.
Sí aparece en él, sin embargo, el vocablo *nobel* (pronúnciese como *papel*) cuya definición expresa el DRAE con dos acepciones:

1. [m. Premio otorgado anualmente por la fundación sueca Alfred Nobel como reconocimiento de méritos excepcionales en diversas actividades.]
2. [com. Persona o institución galardonada con este premio.]

Aunque, en principio, hemos de reconocer que el término hace referencia al apellido del ilustre científico Alfred Nobel, y puesto que los apellidos, máxime si son extranjeros, gozan de cierta flexibilidad en su acentuación y pronunciación, no debemos olvidar que, no obstante, dicha palabra *nobel* está recogida y catalogada en el DRAE y por tanto tipificada su correcta dicción para todos los  hispanohablantes. 

Es patente que existe una empecinada reticencia por parte de algunos divulgadores, medios de comunicación y otros, a pronunciar esta palabra correctamente (acentuando la "e" en vez de la "o"). Y el caso es que, existiendo otra palabra que se escribe igual (pero con -v-), véase *novel*, (adjetivo cuyo significado es: "que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en ellos") y dado que ambos vocablos se pronuncian igual (con la misma sílaba tónica), sería de esperar que el conocimiento de la pronunciación de la segunda (novel), mucho más familiar, común y prosaica que la primera (nobel), debiera facilitar, a quienes hacen de la palabra hablada y escrita su profesión, el conocimiento la correcta pronunciación del nombre de este famoso galardón.

***
Tres cuartos de lo mismo sucede con otra palabra, muy de moda en la actualidad, que vincula la velocidad de los vehículos con la economía familiar o, como antiguamente se decía, la velocidad con el tocino; me estoy refiriendo al término *radar*. 
Aunque este término provenga del acrónimo de la expresión inglesa "radio detectión and ranging" también está recogida en el DRAE y, como nobel, tampoco lleva tilde el nombre de este maldito artefacto mediante el cual la DGT expolia a los amigos de la celeridad vehicular en carretera. 
Sin embargo, también en este caso, se suele pronunciar con asiduidad "rádar" (dicho como dólar), cuando lo correcto, en castellano académico, es "radar" (declamado como nadar).

¡¡¡ Tengámoslo en cuenta, por favor !!!

lunes, 9 de marzo de 2015

lunes, 12 de enero de 2015

Cuatro patas para un banco.



Un pájaro se posó
sobre la testa de un gato,
y mi perro, desde la casa,
los miraba todo el rato.



El maullador pregunto al perrillo,
asustado y timorato,
si a él le parecería bien
llevar sobre sus lomos a un gato,
y como el perro dijo que sí
subiósele encima ipso facto.

jueves, 4 de diciembre de 2014

La senectud de la rosa roja




Una rosa roja lloraba muy compungida.

Se lamentaba la flor, en el ocaso de su vida,

de haber perdido su belleza, su fragor, su lozanía. 

¿Qué fue de las abejas que yo otrora atraía?

gritaba la flor angustiada y dolorida,

¿dónde están ahora mis bellas mariposas?,

¿qué fue de las libélulas?, ¿qué de las mariquitas?,

que no me acarician más desde que estoy marchita.

Yo ayer era la reina del jardín, de entre todas la preferida,

de los dueños de esta floresta la más querida.

Hoy maldigo al reloj del tiempo, que no cesa,

 y a la belleza, que de mí se olvida. Eso decía.

Y el rosal que la acunaba, que hablar así la oía,

le dijo a la rosa roja de sus entrañas nacida:

Rosita, hija, no te aflijas más, querida,

que tus hermanas: mis hijas, y las hijas de sus hijas,

todas ellas envejecerán un día,

y como tú, que siendo joven fuiste tan bonita

y después menos bella, aunque sabia entonces de la vida,

así les sucederá a ellas. Y a las que ahora tu envidias,

te lo aseguro mi cielo, las dejarán de envidiar un día.

Otras vendrán que las harán a ellas viejas y malqueridas.

Porque eso, hija mía, es lo que acontece siempre: es ley de vida.


Autor: Dimas Luis Berzosa Guillén.





viernes, 7 de noviembre de 2014

Pasaje del Diario De Abordo de la nave ECAP.


En Krim-Krum existe la vida. Las criaturas más evolucionadas de este lugar son los srewolf, unos seres de color verde oscuro, temblorosos y ligeros, que se desplazan moviendo dos apéndices terminados en una suerte de hojas lobuladas que apoyan sobre el suelo con alternación. Un par de largos y flexibles zarcillos prensiles, que les brotan del tercio superior del tronco, rígido y hueco, les sirven para manipular y asirse a su mundo. Y sus cuerpos están rematados por una especie de cabellera, unos llamativos cúlmenes peludos, enmarañados y  rojizos,  a los que llaman stoor. 

miércoles, 16 de julio de 2014

Desaparecido en Lyon.

Breve fragmento del segundo capítulo de DESAPARECIDO EN LYON (novela).

Arturo tendría unos cincuenta años de edad. Su mirada profunda, y el brillo especial de sus expresivos ojos azules, hacían que pareciera mucho más joven.
Exceptuando su pelo, que ahora era cano y escaso, a Adela le pareció que no habían pasado los años por él. Además, estaba mucho más delgado, lo que le hacía parecer más alto. 
Vestía una magnífica camisa de seda blanca, seguramente hecha a medida a juzgar por lo bien que le quedaba, adornada con un par de bonitos gemelos de oro con pequeños granates engastados y un sujeta corbatas a juego, con un águila dorada en el centro, que lucía imponente sobre una magnífica corbata de raso negro surcada por finas líneas multicolores. E iba enfundado en un caro y flamante traje de color gris marengo de suave paño de primerísima calidad.
Arturo se acercó a ella sonriente y la abrazó. Hacía unos minutos que Adela había llegado a la cafetería del aeropuerto. Lo esperaba nerviosa, deseando subir cuanto antes al Airbus que debía llevarlos a Lyon.


miércoles, 11 de junio de 2014

viernes, 6 de junio de 2014

Diálogos. Ceres y Nicomedes II.

Dime al punto Nicomedes,
tú que mucho las conoces, 
qué opinas de las mujeres
con respecto de los hombres.

miércoles, 4 de junio de 2014

Diálogos. Ceres y Nicomedes. I

Queridisimo amigo, mi admirado Ceres,
dime tú, que tan sabio eres,
de la vida de las gentes qué prefieres:
¿pelo negro o blancas sienes?,
¿seres legos u omniscientes?,
¿farra, ruido o días silentes?,
¿garra y brío o mar de aceites?

sábado, 17 de mayo de 2014

Música... es




CUANDO EL MURMULLO SE ACABA Y SE HACE POR FIN EL SILENCIO.
CUANDO LAS LUCES SE APAGAN Y UN FOCO COMIENZA A BRILLAR.
CUANDO LAS NOTAS DE UN PIANO ACARICIAN EL AIRE FLUYENDO.
CUANDO LA MÚSICA INUNDA MI MUNDO Y EL TUYO ¡YO QUIERO CANTAR!

jueves, 15 de mayo de 2014

Retales de mi infancia


EL SUBMARINO

Aquella tarde, como casi todas a mis doce años de edad, había quedado con mi buen amigo Paco, el enterrador lo llamaba yo, porque le dio durante una larga temporada por acompañar a todos y cada uno de los entierros que se oficiaban en nuestro pueblo. No importaba si el finado era joven o viejo, hombre o mujer, rico o pobre, gitano o payo..., en cuanto las campanas de alguna de las dos iglesias del pueblo tañían su melodía de triste y pausada cadencia llamando a sepelio, Paco aparecía en el portal de mi casa, compeliéndome a que le acompañara en aquel místico acto de caridad. 
A pesar de que muchas veces no nos unía ninguna relación con el difunto; y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera con ninguno de sus familiares más alejados, ambos, él libremente, y yo constreñido por él, nos presentábamos en el domicilio donde se había producido el óbito, y con pasmosa diligencia atravesábamos estancia tras estancia; Paco erguido y solemne; yo tras él, abochornado y rojo como la grana, pegado a su espalda en un vano intento de pasar desapercibido bajo decenas de miradas lánguidas y compungidas, hasta llegar junto al cuerpo exánime donde, de pie, permanecíamos los dos en silencio.

lunes, 12 de mayo de 2014

Cuando me haya ido.





ESPÉRAME JUNTO AL MAR, MI AMOR,
ESTA NOCHE Y TODAS.
ESPÉRAME JUNTO AL MAR, MI FLOR,
DONDE SALPICAN LAS OLAS.

domingo, 11 de mayo de 2014

La creación del hombre.

IDEA PRÍSTINA DEL CREADOR

Las gallinas de mi pueblo.



Sábado por la tarde. Las gallinas caminan raudas, meneando sus grandes panderos al son de las campanadas.
Oyeron el primero, que fue toque de aviso. El segundo, que lo fue de confirmación, hizo que revolotearan impacientes y nerviosas. Y, como remate inapelable, está sonando ya la tercera serie de pastosas campanadas; la misma que, de forma inexorable, proclama el último aviso para el evento.
Las gallinas saben que con ellas, o sin ellas, inapelablemente, en cuanto el último tañido deje de oírse, dará comienzo el ritual, así que, el inicio del tercer toque viene a ser como la espoleta detonante de una bomba que las impeliera a abandonar sus gallineros y a precipitarse calle arriba, o calle abajo, que según el barrio del que procedan así habrán de subir o bajar, para llegar hasta la pedrera, a la que acuden siempre disfrazadas. Tanto se transforman para asistir al evento que, algunas, aún siéndome incluso demasiado familiares vistas de lejos, así, embadurnadas de polvos y aceites sutiles, delicados pigmentos de colores y humores destilados de flores prensadas, me resultan desconocidas.