domingo, 25 de mayo de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
sábado, 17 de mayo de 2014
Música... es
CUANDO EL MURMULLO SE ACABA Y SE HACE POR FIN EL SILENCIO.
CUANDO LAS LUCES SE APAGAN Y UN FOCO COMIENZA A BRILLAR.
CUANDO LAS NOTAS DE UN PIANO ACARICIAN EL AIRE FLUYENDO.
CUANDO LA MÚSICA INUNDA MI MUNDO Y EL TUYO ¡YO QUIERO CANTAR!
jueves, 15 de mayo de 2014
Retales de mi infancia
EL SUBMARINO
Aquella tarde, como casi todas a mis doce años de edad, había quedado con mi buen amigo Paco, el enterrador lo llamaba yo, porque le dio durante una larga temporada por acompañar a todos y cada uno de los entierros que se oficiaban en nuestro pueblo. No importaba si el finado era joven o viejo, hombre o mujer, rico o pobre, gitano o payo..., en cuanto las campanas de alguna de las dos iglesias del pueblo tañían su melodía de triste y pausada cadencia llamando a sepelio, Paco aparecía en el portal de mi casa, compeliéndome a que le acompañara en aquel místico acto de caridad.
A pesar de que muchas veces no nos unía ninguna relación con el difunto; y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera con ninguno de sus familiares más alejados, ambos, él libremente, y yo constreñido por él, nos presentábamos en el domicilio donde se había producido el óbito, y con pasmosa diligencia atravesábamos estancia tras estancia; Paco erguido y solemne; yo tras él, abochornado y rojo como la grana, pegado a su espalda en un vano intento de pasar desapercibido bajo decenas de miradas lánguidas y compungidas, hasta llegar junto al cuerpo exánime donde, de pie, permanecíamos los dos en silencio.
lunes, 12 de mayo de 2014
Cuando me haya ido.
ESPÉRAME
JUNTO AL MAR, MI AMOR,
ESTA NOCHE Y
TODAS.
ESPÉRAME
JUNTO AL MAR, MI FLOR,
DONDE
SALPICAN LAS OLAS.
domingo, 11 de mayo de 2014
Las gallinas de mi pueblo.
Sábado por la tarde. Las gallinas caminan raudas, meneando sus grandes panderos al son de las campanadas.
Oyeron el primero, que fue toque de aviso. El segundo, que lo fue de confirmación, hizo que revolotearan impacientes y nerviosas. Y, como remate inapelable, está sonando ya la tercera serie de pastosas campanadas; la misma que, de forma inexorable, proclama el último aviso para el evento.
Las gallinas saben que con ellas, o sin ellas, inapelablemente, en cuanto el último tañido deje de oírse, dará comienzo el ritual, así que, el inicio del tercer toque viene a ser como la espoleta detonante de una bomba que las impeliera a abandonar sus gallineros y a precipitarse calle arriba, o calle abajo, que según el barrio del que procedan así habrán de subir o bajar, para llegar hasta la pedrera, a la que acuden siempre disfrazadas. Tanto se transforman para asistir al evento que, algunas, aún siéndome incluso demasiado familiares vistas de lejos, así, embadurnadas de polvos y aceites sutiles, delicados pigmentos de colores y humores destilados de flores prensadas, me resultan desconocidas.
sábado, 10 de mayo de 2014
¿Quién soy yo?
Antes de nada he de decir que no sé para qué o por qué escribo esto, nadie me obliga a hacerlo. Es más, sé que ninguna persona va a leerlo nunca, pues esa es mi voluntad. No obstante, aun habiéndolo sentenciado previamente a la intranscendencia y casi con toda seguridad a una efímera existencia, tengo la esperanza de que este texto que ahora inicio pudiera resultarme de alguna utilidad en este postrero, y por tanto desesperado, intento de descubrirme a mi mismo, si es que, a la postre, existe esa posibilidad.
Mi querida desconocida
Mi querida desconocida:
Con la de hoy deben de ser más de mil ya, las veces que te he mirado y admirado, y sin embargo aún sigo sin atreverme a dirigirte la palabra, es por eso que te escribo ahora esta misiva.
Hoy, como cada día a media mañana, llegaste por la acera de Las Carmelitas, calle arriba hasta la Plazuela de Los Caños, y yo supe que llegabas, como cada día, porque oí tus pasos firmes acercándose a mi ventana, y mi corazón, como siempre, siguió el ritmo de tu cadencia al caminar: primero presto, luego vivace, después allegro... Como en una sinfonía de sensaciones cuyos pasajes te traían hasta mí ralentizando el tiempo.
Un segundo después, en apenas un suspiro, tu sombra ha cruzado fugaz ante mi ventana, y el tempo, y mi corazón, han comenzado a ralentizarse: moderato, andantino, …adagietto, …adagio... Sin prisa... Sin pausa.
La familia hoy
Ahora que he tenido que padecer una larga semana de imposibilidad de conexión a la red de redes, por problemas técnicos, comprendo más a mis abuelos y a mis padres.
Cómo vivían ellos hace cincuenta años. Cuán relajados sus espíritus. Cuán desconectados del mundo discurrían sus vidas. Y sin embargo... ¡Qué felices eran!, y qué ufanos (en segunda acepción) se sentían viviendo sin televisión, sin World Wide Web, sin guerras transmitidas en directo, sin falsas promesas de falsos políticos.
Ellos no tenían la inmediatez estresante que hoy en día tenemos nosotros. Ellos saboreaban cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de sus vidas.
Experimento en el estadio.
El estadio estaba completamente lleno. Ya no cabía ni un alfiler. Las gradas estaban abarrotadas de gente y un murmullo sonorísimo hacía que me sintiera sumido en un estado de sopor mágico.
Sentado sobre un cojín amarillo, en el número ciento diez de la fila once, miraba cómo, en el centro del gran rectángulo verde, los operarios terminaban de conectar los focos que iluminarían la plataforma de hierro sobre la cual se iba a llevar a cabo el experimento.
Había llegado a la puerta número tres hacia las siete y media de la tarde. Después de guardar cola más de dos horas por fin había conseguido llegar a la ventanilla de venta de localidades y entregar fotocopia de mi carné de identidad, requisito imprescindible según había leído en el impreso publicitario que encontré en el limpiaparabrisas de mi coche el día anterior. Un tipo con cara de pocos amigos comprobó mi mayoría de edad. Le pagué el importe de la entrada y él me entregó un sobre con una papeleta amarilla en la que se me indicaba el lugar exacto en el que tenía que sentarme y un paquetito de plástico transparente que contenía una pequeña capsula bicolor.
Navidad intergalactica
Por Dimas L. Berzosa Guillén.
Estamos tan acostumbrados a las dimensiones de nuestro pequeño planeta Tierra, y a las unidades de medida que habitualmente utilizamos en él, que llegamos a olvidarnos de la verdadera magnitud; de las “hechuras”, de este Universo en el que vivimos.
Cuando miro al cielo, de noche, y veo todas esas estrellas lejanas, titilando en la inmensidad del cosmos, a veces intento comprender cómo es que siendo nosotros unos pequeños e indefensos animalitos, residentes advenedizos en este minúsculo planeta; uno de los dos hijos gemelos del tercer parto de una modesta y joven estrella amarilla, que desde hace cinco mil millones de años gira y gira sin cesar, perdida en la inmensidad de una galaxia cualquiera, nos creemos el centro del Universo.
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