sábado, 20 de febrero de 2016

Desaparecido en Lyon.

I

Alrededor de las siete de la tarde el móvil vibró un par de veces e, inmediatamente después, emitió un largo y sonoro pitido. Adela, que en ese momento se disponía a guardar la ropa que acababa de planchar, con un ágil giro de cintura desvió su trayectoria y se dirigió hacia donde se encontraba el terminal.
Se detuvo junto a la mesa del salón y, sin soltar la cesta de mimbre que transportaba con ambas manos, miró durante un momento la pantallita azul aún iluminada. El icono con forma de sobrecito parpadeaba, indicando que un SMS acababa de recibirse.

No le apetecía leerlo en ese momento, para qué iba a hacerlo, de todas formas se trataría otra vez del mismo escueto, impersonal y absurdo mensaje de texto que recibía a diario:
“Todo bien. Mucho trabajo. Cuídate mucho Eli. Un beso. Te quiero.”
Ella prefería oír su voz, aunque sólo fuera un momento, deseaba poder decirle que lo echaba de menos, que aguardaba con impaciencia su regreso, y aún más necesitaba oírle decir que la quería, y que pronto volvería a su lado.
Que la llamara una vez al día no era demasiado pedir. Ya cuando se despedían, antes de subir al tren, Adela volvió a insistir, le dijo -Por favor cariño, se que estarás muy ocupado, pero llámame cada día, aunque solo sean dos minutos.-
Pero a Mario le parecía absurdo malgastar su tiempo al teléfono, para decir siempre las mismas cosas. No obstante prometió enviarle un sms cada tarde; siempre que, acto seguido, ella respondiera enviándole otro a él.
- Eso será más que suficiente. A no ser que ocurra algo verdaderamente importante. Asevero. Y ella, resignada, hubo de admitirlo.
Al menos, de esa forma, sabrían el uno del otro. Aunque sólo fuese mediante esa especie de envíos telegráficos hertzianos que tan absurdos le parecían.
Dejo la bandeja con la ropa en la habitación del final del pasillo de la planta alta, y volvió a bajar rápidamente las escaleras. Tomó el móvil para responder, pero tras dudar un momento, decidió al fin que no iba a hacerlo. Estaba segura de que si no lo hacía, Mario se preocuparía y no tendría más remedio que llamarla, así que guardó el aparto en un bolsillo y se sentó junto al ventanal del salón.
Llevaba tres días sola en la casa, solo había salido en dos ocasiones para comprar algunas provisiones, y con la única persona con la que había hablado, la cajera del supermercado del barrio, apenas intercambió dos palabras. Se sentía muy sola.
Mario había insistido en aquella historia de los mensajes que no acababa de convencerla del todo, ¿por qué no quería llamarla? Entendía que, durante el día, mientras trabajaba, no pudiera hacerlo pero, después del trabajo él se marcharía al hotel, tendría que cenar solo, y lógicamente la echaría de menos, ese sería un buen momento para conversar, “aunque fueran siempre las mismas cosas”, como él le había dicho.
Salió al porche de la casa, se acomodó en uno de los sillones de mimbre en los que solían sentarse al anochecer después de cenar. Colocó el teléfono sobre su pecho con la esperanza de que él hiciera aquella llamada que ella tanto necesitaba. Cerró los ojos y comenzó a balancearse rítmicamente. Tras un par de minutos se quedó dormida.
Eran casi las diez, empezaba a refrescar, un zumbido la despertó. Sobresaltada miró el móvil, en la pantalla solo aparecía el icono parpadeante de un mensaje de entrada, aunque no había rastro de llamadas perdidas.
 Cómo era posible que él no la hubiera llamado aún, Habían transcurrido casi tres horas desde que llegó el primer mensaje, tiempo más que suficiente para que él se hubiera preocupado por la falta de respuesta y la hubiera telefoneado.
 Seguramente estará ocupado, pensó, puede que aún esté trabajando, o habrá tenido que asistir a alguna reunión de última hora, o a una cena con clientes...
Decepcionada y desesperada, por el comportamiento de su marido, golpeó el teléfono sobre el cristal de la mesita auxiliar. Se sentía impotente, vacía, inútil. Se levantó airada, entró en la casa, cerró tras de sí la puerta dando un portazo seco, echó dos vueltas de llave, y  se dirigió a la cocina para preparar algo de cena.
Se sentía molesta y malhumorada, le costaba aceptar que él, por su trabajo, tuviera que pasar tanto tiempo lejos de casa, lamentaba que la suya no fuera una relación normal de pareja. En su caso siempre pasaban de un extremo a otro; o estaban día y noche juntos, o él se ausentaba absoluta y rotundamente durante días. Aunque lo que verdaderamente la exasperaba, era la falta de comunicación que ahora sufría. Además, esta vez, si Mario pensaba que el trabajo se iba a prolongar durante algún tiempo, debería haberla llevado con él. Ella le habría esperado cada día visitando museos, mirando escaparates, descubriendo callejuelas del casco antiguo o, simplemente observando a los viandantes sentada en la terraza de alguna cafetería. Y, por la noche, irían al cine o a cenar.  Al menos ninguno de los dos tendría que dormir solo.  
No le gustaban aquellas separaciones impuestas, odiaba la soledad. Además, se había acostumbrado a verlo siempre por la casa. Aunque, a fin de cuentas debía aceptar que él se ausentara de vez en cuando, sabía que esto sucedería desde antes que se casaran.
Por otra parte, en cierto modo, también se alegraba de haberse quedado sola, seguramente les vendría bien a los dos. Últimamente habían pasado por momentos de mucha tensión, y ella ya no sabía qué hacer para agradarle, para que todo volviera a ser como antes.
Cuando él le pidió que dejara la guardería, poco antes de que se casaran, aceptó encantada. Estaba muy enamorada y deseaba pasar el resto de su vida junto a él, y tener muchos niños. Lamentablemente no habían podido tenerlos  debido a una extraña enfermedad genética de Mario, a él no le gustaba hablar de ese tema, y ella, para no herir sus sentimientos, nunca refería aquella cuestión, pero a menudo pensaba que todo habría sido más fácil si los hubiesen tenido.
Siempre le hizo feliz pasar el día rodeada de aquellos “enanos” como solía llamarlos, en su guardería. Echaba en falta las risas de los niños. 
Años atrás hubiera podido recurrir a la fecundación in vitro, pero ahora comenzaba a ser tarde para eso porque pronto cumpliría los cuarenta y dos. No obstante, le rondaba por la cabeza la posibilidad de una adopción, y aunque era lo que deseaba fervientemente, por unas cosas o por otras nunca llegaba el momento adecuado para proponérselo a él.
Abrió una botella de vino tinto, se sirvió una copa, sacó del armario una bolsa de patatas fritas, encendió la radio y sentó a la mesa de la cocina. No tenía hambre, pero el vino serenaba su ánimo. Se acabó la copa de un trago, y se sirvió otra.
Se frotó los ojos, tomó otro trago, extendió las piernas y se recostó en el respaldo de la silla, encendió un cigarrillo, le dio una larga calada. A través del cristal de la amplia ventana de la cocina, podía verse la luna llena sobre los tejados. Se quedó mirándola, con la mirada perdida, y  recordó el día en que se conocieron.
Los dos habían subido al mismo vagón del talgo en la estación de Atocha, ella subió primero, localizó la plaza indicada en el billete y se sentó junto a la ventanilla.
Un joven atlético y bastante alto dejó su mochila de piel marrón en el asiento contiguo y la miró sonriente, luego comprobó su ticket
- Vagón ciento once,  asiento… treinta y uno.  ¡Vaya!... creo que esa era mi plaza – le dijo, sin dejar de sonreír. 
- Oh, lo siento –dijo ella-, no debí haberla ocupado, pero como estaba vacía… supuse que no la ocuparía nadie…  es que siempre procuro sentarme junto a la ventanilla… pero disculpe, ahora mismo le cedo su sitio  –.
El muchacho tenía el pelo negro y muy corto, nariz aguileña y ojos grandes y rasgados de color verde azulado. A Adela le pareció que era muy atractivo y, aunque estaba segura de no haberlo visto nunca, algo, en aquel rostro, le resultaba muy familiar.
– No, no. No tienes que moverte de ese sitio. A mi me da igual sentarme en éste. En serio. Está bien así- .
El chico colocó su maletín en la bandeja portaequipajes, se sentó y se dirigió a ella de nuevo. Tenía una bonita voz:
- Perdona. Me llamo Mario. ¿Y tú?
- Hola, soy Adela - dijo ella tendiéndole una mano.
Adela le contó que había asistido ese día a un seminario de psicología infantil y regresaba al Puerto de Santa María, donde vivía.
El dijo que volvía a Sevilla, y que había pasado varios días en la capital por negocios.
El tiempo transcurrió muy deprisa, habían pasado tres horas desde que se conocieron y el tren se acercaba ya a la estación de Santa Clara, donde él debía bajar. Los dos lamentaron que el trayecto hubiera resultado tan corto, lo habían pasado muy bien charlando, con tanta naturalidad, parecía como si se conocieran de toda la vida. Quedaron en volverse a ver. Anotaron sus números de móvil y prometieron llamarse pronto.
Adela lo acompañó hasta la puerta del vagón, se dieron un apretón de manos y el tren partió de nuevo, sin Mario.
Desde que lo vio alejarse por el andén de la estación, Adela no dejó ya de pensar en él.
Ella nunca salía a divertirse, siempre iba del trabajo a casa. Los fines de semana los pasaba arreglando el jardín, escuchando música o leyendo. Como mucho, algunos viernes por la tarde Marga insistía tanto en que fueran a tomar unas copas que, no le quedaba más remedio que  acceder.
- Adela tienes que buscarte un novio, se te va a pasar la edad,- le decía su amiga riendo a carcajadas.
Marga era bastante más baja que Adela y, aunque estaba un poco rellenita, tenía un bonito rostro, era muy expresiva, espontanea, graciosa y dicharachera. Nunca le faltaban hombres con los que salir a divertirse.
Ese viernes, después de cerrar la guardería, fueron a tomar unas copas. Marga, la obligaba a salir para que tuviera oportunidad de relacionarse, de conocer a alguien especial.
Adela era una mujer muy atractiva, de envidiable silueta,  era alta, tenía pechos turgentes, y sus bonitas piernas lucían espléndidas bajo las cortas minifaldas que solía vestir.
Y no le faltaban pretendientes, pero nunca llegaba a intimar con ninguno. Todos le parecían oportunistas en busca de sexo. Hombres vulgares con los que no le apetecía tener relación.
Pero Mario… ¡Él es diferente!- le confesó a Marga-, me hizo sentir algo que no sabría explicarte, y eso que solo hablamos un par de horas. Pero es como si lo conociese de toda la vida.
-¡Vaya, por fin! Me parece increíble. ¡Existe un hombre que te interesa! Pues no debes dejarlo escapar, a este no, hazme caso, llámale, queda con él; si no aprovechas ésta oportunidad te quedarás para vestir santos, como yo. Ya no eres una niña. ¿Lo harás? Prométeme que le llamarás.
Pues mira, sí, lo haré. Esta vez te voy a hacer caso -dijo Adela con mirada desafiante-, mañana tengo que ir a Sevilla, necesito comprarme algo de ropa y he pensado ir a ese outlet del centro. Te prometo que intentaré verlo, aunque sean solo cinco minutos. Le llamaré. Aunque… quizás él ya no se acuerde de mí.
-Vamos, vamos, no seas tan modesta, ¿vas a decirme que un hombre, siempre que tenga al menos una brizna de testosterona,  al que tú has mirado a los ojos durante cinco segundos de esa manera que tú sabes mirar no ha soñado contigo todas la noches? Por Dios, seguro que él está pensando en ti ahora.
-No sé Marga, es posible, pero hace tanto que no estoy con un hombre…-
-Chica, pues no dejes pasar más tiempo; ve y atrápalo. A éste no le dejes escapar, por favor.
- ¡No hables así Marga!, por favor, no estoy tan desesperada.

El sábado Adela se levantó temprano, desayunó café solo, con tostadas, después de darse una larga ducha se vistió, despacio, eligió una blusa blanca muy ceñida, una falda gris marengo muy corta, medias oscuras y zapatos negros de tacón. Se puso laca, ahuecó su larga melena negra sobre los hombros y se maquilló minuciosamente. Antes de salir echó una última mirada espejo, sus ojos de color verde intenso brillaban radiantes, deseaba estar muy guapa cuando él la volviera a ver.  
A las diez treinta subió al tren.  Colocó el bolso sobre sus piernas para sacar el móvil, dudó y volvió a dejarlo en el asiento vació junto a ella, estaba deseando de llamarle, pero no se atrevía.  Por fin, después de dudar varias veces, tomó el móvil y marcó el número.
-Su voz sonó casi infantil, tímidamente dijo: Si… Hola… Soy Adela… del Puerto de Santa María… ¿te acuerdas de mí?... ya sabes… el otro día en el tren…-
Mario respondió  sin que a ella le diera tiempo a completar su frase: -¡Si!, claro, por favor, cómo no iba a acordarme de ti. ¿Cómo estás?... me alegra mucho oír tu voz de nuevo. -
-Bueno, verás, -dijo ella bastante azorada y poniéndose roja como la grana- es que voy de camino a Sevilla, y pensé que… bueno… no sé… igual, si no estás demasiado ocupado…, quizás podríamos vernos.
-Por supuesto –replico él ipso facto- dime a qué hora llegas, pasare a recogerte donde me digas. ¿Vienes en tren?-
-Sí. Creo que estaré en Santa Clara dentro de unos treinta minutos. Pero no tienes que molestarte. Podemos quedar en algún sitio a la hora que te venga bien.
-No, no es molestia, por Dios, salgo ahora mismo para allá.-
-De acuerdo. Pues… Hasta ahora entonces.-
Mario la acompaño toda la mañana, mientras ella hacía sus compras, después de comer pasearon cogidos de la mano bajo el frescor de las arboledas del Parque de María Luisa, dieron de comer a las palomas, arrojaron migas de pan a los peces desde una barquita de recreo en el estanque y, al atardecer, sentados en un banco de la Plaza de España Mario le confesó que no había dejado de pensar en sus lindos ojos verdes desde el día que la conoció. Ella, con la mirada incendiada lo abrazó y rozó sus labios con los suyos. Se fundieron en un profundo abrazo, enredados ambos en un largo beso bajo los últimos rayos de sol.
Siguieron viéndose todos los sábados, y antes de que hubiera transcurrido un año, Mario se trasladó definitivamente a casa de Adela para vivir con ella.
Seis meses después se casaron en el juzgado del Puerto. Arturo, un compañero de trabajo de Mario, y Marga, la amiga y jefa de Adela, fueron los testigos del enlace. No asistió nadie más a la boda.  A medio día fueron a comer a un lujoso restaurante, tomaron marisco fresquísimo y varias botellas de fino Pavón.
Mario, que había encargado la víspera una  gran tarta, hizo la señal convenida al metre, aparecieron dos camareros que la depositaron en una mesa auxiliar junto a la pareja mientras sonaba por los altavoces del comedor la marcha de Wagner, los novios hicieron los honores con una alfanje de plata y Arturo les inmortalizó disparando varias fotos con una lujosa cámara digital, que luego les regaló. Todos los clientes del local aplaudieron, mientras ellos, de pié, se besaron apasionadamente.
No hubo luna de miel, porque Mario estaba muy atareado trabajando en un caso muy importante. Decidieron que ya viajarían más adelante. Así que, aquel día, aparte de la inesperada marcha nupcial y la tarta, no hubo mucho de especial. Ni siquiera se vistieron de gala para la ocasión; el llevaba un traje gris cruzado, de los que usaba a diario, y ella lució un bonito vestido blanco con discretos volantes de seda, y un bonito tocado de organza con una pluma y dos perlas de nacar.
Adela volvió a mirar la pantalla del móvil, inclinó la cabeza y miró el fondo de la copa mientras sonreía levemente, ¡Qué más daba! –Musitó-, lo que queríamos los dos era casarnos –se dijo melancólica-.
Miró el reloj de pared, marcaba las once menos diez. -Si a las once no ha llamado le llamaré yo-, pensó decidida. Se sirvió otra copa de vino.

Vivian en un bonito chalet, muy cerca de la playa y del centro urbano, en una bonita y tranquila zona de chalets, a un tiro de piedra de Vista Hermosa, una de las zonas más lujosas de la ciudad.
A Adela le encantaba vivir en aquella casa, y a Mario le venía muy bien la tranquilidad del barrio para concentrarse en su trabajo, de vez en cuando debía desplazarse y permanecer varios días fuera, para asistir a los juicios en los que defendía a algunos de los muchos clientes del bufete en el que trabajaba desde que se licenció en Derecho.
A través de internet tenía acceso al servidor de su empresa y a los expedientes que necesitaba, preparaba concienzudamente los pleitos trabajando en el despacho que habilitó en la diminuta habitación que había al fondo del salón.
Compartían muchas horas del día. Se levantaban temprano. Todas las mañanas del año, a las ocho en punto, Mario salía a correr por la carretera de Rota durante un par de horas,  cuando volvía, mientras tomaba una ducha, ella preparaba el desayuno y lo servía en el salón, en una mesita pequeña junto al amplio ventanal orientado al sureste, por el que entraban los cálidos rayos del sol de la mañana.  
Al atardecer  daban un largo paseo hasta el puerto deportivo. Bajaban por una vereda, casi oculta por la vegetación, hasta una pequeña cala, y se sentaban sobre el casco de una vieja barca de pesca abandonada en la playa, para contemplar las puestas de sol. Eran muy felices.
Pero, desde hacía un par de meses, algo había cambiado. Mario a penas sonreía y, a veces, ella notaba una extraña expresión en su mirada que la inquietaba. Antes él siempre estaba alegre, era bromista, espontáneo y zalamero con ella. Sin embargo ahora su mirada era fría y distante, se enfadaba por todo, ya no la perseguía por la casa para hacerle bromas, apenas hablaban, y cuando ella le preguntaba si le pasaba algo, él contestaba, gritando:
-Deja de preguntarme, ¿qué es lo que tiene que pasarme?,  haces que me sienta mal. Odio que te quedes mirándome ahí parada, y que pases el día cabizbaja y entristecida. Yo estoy bien, ¡quizás eres tú la que está mal!... y yo no me paso el día preguntándote qué te pasa. ¡Olvídalo por favor!.-
Y volvía a encerrarse en el despacho dando un portazo tras de sí.
El mes anterior había recibido un mail del bufete en el que le daban instrucciones para que se encargara de un nuevo caso, ésta vez en el extranjero. Cuando se lo dijo a ella estaba muy excitado y nervioso, no le explicó a su mujer de qué se trataba exactamente, solo dijo que era algo muy importante, que supondría un gran paso en su carrera, así que, iba a dedicarse en cuerpo y alma a prepararlo y apenas tendría tiempo para otra cosa.
Pasó muchas horas encerrado en el despacho, día y noche. Apenas se veían en las comidas. Por las noches se quedaba dormido en el sillón y ya no salía a correr por las mañanas, no se afeitaba, pasaba el día en pijama y dejó de acompañarla en sus paseos al puerto deportivo.
Pero, extrañamente, el mismo día en que debía marcharse, se comportó de un modo muy diferente. Ese día se levantó muy temprano, preparó él mismo el desayuno, luego cortó algunos  pensamientos rojos y amarillos del arriate del jardín y los puso en un pequeño jarrón de cristal que colocó con mimo en el centro de la mesa. Subió al dormitorio y la besó repetidamente en la frente hasta que ella despertó, luego bajaron a desayunar en su rincón favorito, y él hizo bromas sobre la cantidad de azúcar que ella solía poner en su taza.
Su rostro estaba mucho más sereno, incluso se le veía feliz.
Adela pensó que quizás le vendría bien éste  caso tan importante. Seguramente, si lo ganaba, volvería a ser el hombre encantador que siempre había sido.
Miró de nuevo el reloj, eran más de las once, tomó el móvil, e iba a marcar el número cuando recordó que aún no había leído el mensaje, así que, pulsó varias teclas, seleccionó el último SMS y lo abrió:
“Habla con Paul Sartre. 28B.Belgas, él sabe, confía solo en él. Te quiero Eli. Ten cuid ”
Se incorporó de un salto sobre el respaldo de la silla y parpadeó varias veces antes de volver a leer aquellas palabras. Pero… ¿Qué es esto?... Debe de tratarse de un error… ¡Seguramente alguien debe de haberse confundido de número!
Volvió a la bandeja de entrada y comprobó el número del remitente, no era el de Mario, pero solo podía ser su marido el que enviaba aquel mensaje, estaba segura de ello porque nadie, absolutamente nadie, la llamaba Eli, solo él la llamaba así.



















II


Arturo, tendría unos cincuenta años de edad. Su mirada profunda y el brillo especial de sus expresivos ojos azules hacían que pareciera mucho más joven.
Exceptuando su pelo, que ahora era cano y escaso, a Adela le pareció que no habían pasado los años por él. Además, estaba mucho más delgado, lo que le hacía parecer más alto. Y llevaba una magnífica camisa de seda blanca, seguramente hecha a medida, adornada con un par de bonitos gemelos de oro con pequeños granates engastados, y un sujeta corbatas a juego, con un águila dorada en el centro, que lucía imponente sobre aquella magnífica corbata de raso negro surcada por finas líneas multicolores. Iba enfundado en un caro y flamante traje de color gris marengo de un suave paño de primerísima calidad.
Arturo se acercó a ella sonriente y la abrazó. Hacía unos minutos que Adela había llegado a la cafetería del aeropuerto. Lo esperaba nerviosa, deseando subir cuanto antes al Airbus que debía llevarlos a Lyon.
-Hola Adela, ¿Cómo éstas?... Perdona el retraso, tuve que pasar por la oficina para dejar resueltos un par de asuntos.-
-Oh claro…, no importa…, falta más de una hora para que salga nuestro vuelo, tenemos tiempo más que suficiente para embarcar.
-Me alegra volver a verte… lamento que tenga que ser en estas circunstancias…
-Siento haberte involucrado en ésta historia, Arturo, pero… no tenía nadie más a quien recurrir.-
-No tienes que excusarte Adela. No iba a dejar que fueras sola a Lyon. Además… tu marido y yo somos amigos desde hace mucho tiempo…  
-Si, es verdad. Es que estoy muy preocupada. Esperaba que tú pudieras explicarme lo que está sucediendo, por eso te llamé anoche. Me puse muy nerviosa, no sabía qué hacer. Seguramente todo es un mal entendido, pero no puedo quedarme aquí esperándolo, él me necesita, sino no me habría mandado ese mensaje.
-Sí, lo entiendo… y tranquila… seguro que todo tiene una explicación. Probablemente él ya está viajando hacia aquí. Quizás deberíamos esperar un poco más antes de salir en su busca, incluso es posible que nos crucemos con él en el camino, pero sé que no estás dispuesta a quedarte aquí sentada hasta que llame o aparezca, así que, no se hable más, nos vamos a Lyon.
Por cierto hace un rato he vuelto a marcar su número y sigue apagado o fuera de cobertura.-
-Sí, así es, yo tampoco he dejado de insistir. Es extraño, si se le hubiera extraviado o averiado con toda seguridad me habría telefoneado desde el hotel, o desde cualquier cabina telefónica, para decírmelo. No, no se trata de eso Arturo, realmente creo que Mario se encuentra en apuros.
-No sé qué decir Adela….-
-Además, tengo la impresión de que lo envió antes incluso de terminar de escribirlo, porque la última palabra está incompleta. Mira, trascribí el mensaje a ésta nota de papel.
-Déjame ver…  “28B.Belgas. Te quiero Eli. Ten cuid”
-Es extraño, realmente no dice mucho, y sí, la última palabra está incompleta, aunque es evidente que pretendió escribir fue ¡ten cuidado! Pero… ¿De qué tendrías que cuidarte?, ¿ten cuidado de qué?... o ¿de quién?... y Qué puede significar “28b.belgas?”. Hmm… déjame pensar… parece una dirección… los franceses, a diferencia de nosotros, escriben el número antes que la calle. Podría ser… el número veintiocho de Boulevard des Belges.
Si, podría ser, el Boulevand des Belges es una gran avenida de Lyon. Está al lado del jardín botánico de la Cabeza de Oro, este es el parque más grande de Lyon, y creo incluso que de Francia. Su nombre proviene de una tradición según la cual un tesoro, más concretamente una cabeza de un Cristo esculpida en oro macizo, habría sido enterrada allí.-
-¿Cómo sabes eso?, ¿conoces Lyon?-
-Sí, me concedieron una beca Erasmus durante el segundo año de carrera, en la Universidad Jean Monnet. Viví durante nueve meses en la residencia La Cotonne, en Saint Etienne, muy cerca de Lyon.-,
-Ahh, vaya, mucho mejor, qué casualidad, entonces hablas francés ¿no?-
-Sí bueno, hace mucho tiempo que no lo practico, pero seguro que no tendré ningún problema para entenderme con los franceses. Y supongo que aún seré capaz de moverme con cierta soltura por Lyon, solíamos ir mucho a esa ciudad, ya sabes, a divertirnos, a tomar unas copas... -
- Me alegra oírte decir eso. Entonces ¿Puede que se trate de la dirección del hotel en el que Mario estaba alojado?-
- No, no. Él estaba en el Mercure Lyon Wilson, en la rue Mazenod, puedo asegurarlo porque yo mismo hice la reserva. Pero, ahora que lo pienso, el hotel tampoco está muy lejos de Le Parc de la Tête d’Or.
Espera, salgamos de dudas, comprobaremos exactamente qué hay en esa dirección del bulevar de los belgas, llamaré a la oficina para que alguien haga averiguaciones al respecto. Un segundo…
¿Sí…?, Hola María. Soy Arturo. Hazme el favor de escribir una dirección en google, a ver qué aparece, si, escribe 28 Boulevard des Belges.
Sí, espero… (  ),
Ah…, está bien. Gracias. Nada más. Hasta luego María.
Adela, según parece, la dirección corresponde a un Museo de Historia Natural, concretamente al Acuarium Musée Guimet.
Ahora tenemos claro lo que significa ésta parte del mensaje.
 Pero… ¿qué tiene que ver Mario con ese museo?-
-¿En qué estaba trabajando mi marido?... Si es que puedes darme esa información. Por supuesto ya sé que tenéis prohibido hablar de estas cosas, pero… dadas las circunstancias… creo que podrías hacer una excepción.-
-Bueno, verás, solo puedo decirte al respecto que, Mario debía entrevistarse en Lyon con un importante activista de la organización Greenpeace que debía aportarnos información y ciertas pruebas cruciales, para documentar un procedimiento de justicia internacional que estamos a punto de iniciar. Pero no sé quién es esa persona, ni donde tendría lugar la entrevista, de veras, solo sé que debía celebrarse en secreto, el miércoles pasado, o el jueves a más tardar.
Por eso tu marido tenía el billete de vuelta para ayer viernes, debía tomar un vuelo en el aeropuerto de Saint Exupéry a las siete de la mañana. Tenía prevista su llegada a Sevilla hacia las doce del medio día.
Supongo que, antes de nada, habría pasado por la oficina para informar de su gestión. Y, en circunstancias normales, habría estado en vuestra casa a media tarde.
Al no presentarse imaginé que habría decidido invertir el orden y que seguramente pasaría por la oficina hoy. Cuando me llamaste, me alarmé, no quise comentarte nada hasta que tuviera alguna información más, pero creo que debes saberlo, después de hablar contigo llamé al hotel Mercure, y la recepcionista me aseguró que Mario dejó la habitación el miércoles a medio día. Luego llamé a la compañía con la que debía haber volado, ellos me aseguraron que no se había recibido ninguna petición de cambio de hora, o de fecha, o de cancelación de la reserva correspondiente a ese billete, y que, aunque efectivamente seguía figurando en la lista de pasajeros que debían embarcar ayer mañana en el vuelo IB334, no se había ocupado dicha plaza. Ni tampoco figuraba esa identidad en ningún otro vuelo. También hice averiguaciones en otras cinco o seis compañías que tienen vuelos regulares Madrid-Lyon, pero no figuraba en ninguna de sus listas de embarque.  
Así es que no sé nada de tu marido desde el martes, cuando me llamó desde aquí mismo minutos antes de partir para Lyon, entonces todo parecía seguía su curso con normalidad.
La verdad es que no imagino que haya podido sucederle, por eso me ofrecí a acompañarte. Anoche no te conté nada de esto, cuando volvimos a hablar para confirmar la reserva del vuelo. No quería preocuparte. Pero ahora creo que es mejor que sepas todo esto.
-¡No es posible!-
-¿Qué no es posible? ¿A qué te refieres?-
 -¿Me estás diciendo que él sabía que regresaría ayer a casa?...
-Si-
- Pero, a mí me dijo que serían al menos un par de semanas. ¿Por qué iba a mentirme?, no tenía porque hacerlo… Bueno, estábamos atravesando un mal momento en nuestra relación… él ha estado muy raro últimamente, pero nunca pensé que… -
-Bueno, no te martirices, insisto en que Mario debe tener una buena razón para actuar así, puede que pensara que iba a necesitar hacer más averiguaciones, que necesitaría más tiempo para conseguir la información que fue a buscar.-
-No, eso no tiene sentido, si hubiera supuesto que iba a quedarse más tiempo, te lo habría comentado… a ti al menos te lo hubiera dicho.-
-Adela, tú sabes que nuestro trabajo… es… especial digamos. Nosotros disponemos de total autonomía en la gestión, no tenemos que cumplir horarios,  podemos ir o venir, hacer o deshacer, tenemos total flexibilidad para planificar el trabajo a nuestro antojo, disponemos de autorización para utilizar cuantos medios creamos necesarios sin reparar demasiado en gastos.  A nosotros solo nos piden soluciones, resultados…, victorias. Estamos… obligados, por así decirlo, a concluir favorablemente el noventa y nueve por ciento de los casos que se nos encomiendan.  La mayoría de las veces debemos actuar más como detectives privados que como abogados.-
-Sí, sí, lo sé, por supuesto, y nunca tuve problemas con eso. No me importa que Mario deba desaparecer de vez en cuando, para hacer su trabajo. Que tenga que ir o venir sin dar cuentas de ello. Yo no pido explicaciones, nunca las pedí, porque a cambio puedo pasar más tiempo con él.      
Lo único que digo es que, si pensaba, como así parece, que su estancia en Lyon iba a prolongarse,  tú deberías saberlo, porque supongo que sería normal que hubierais hablado de ello. En algún momento tuvisteis que decidir la fecha de regreso para formalizar la reserva con la compañía aérea. Antes me has dicho que tú personalmente te encargaste de esa gestión, eres su compañero y su jefe, a ti no te ocultaría nada que tuviera que ver con su misión en Lyon.
-Tienes razón Adela. Pero yo solo intento explicarte que estoy convencido de que Mario tiene una buena razón para hacer lo que quiera que esté haciendo. También estoy preocupado, como tú, por supuesto, ya son demasiadas cosas las que no cuadran en ésta historia.
Me pregunto por qué dejaría el hotel el miércoles a medio día. También he comprobado que él último cargo que se produjo en su tarjeta de crédito de empresa corresponde a la factura de cargo del Hotel Mercure. No hay ningún otro cargo posterior. Ni reintegros en cajeros de banco, ni nada de nada.
Es de suponer que se habrá instalado en otro hotel. Por si acaso he dejado instrucciones en la oficina, para que comprueben si se produce algún movimiento en esa tarjeta. De ser así, lo sabríamos inmediatamente y podríamos saber dónde se encuentra aproximadamente.-
-Muy bien pensado Arturo. Pero lo que más me preocupa ahora es el mensaje. Aunque Mario siga en Lyon. Aunque esté alojado en otro hotel. Aunque no haya utilizado esa tarjeta de crédito. Pero ¿por qué me envió ese mensaje?. Y, sobre todo ¿qué diablos significan esos nombres y números?...
 ¡Puede estar en peligro! ¿Sabes? Creo que, pensándolo bien, deberíamos llamar a la policía para denunciar su desaparición.-
-Adela, tranquilízate, creo que es mejor esperar hasta mañana. De todas formas la policía nos dirá que volvamos a llamarles cuando hayan transcurrido más de 72 horas. Es lo normal en éstos casos.-
-De acuerdo, de acuerdo, tienes razón Arturo.
Ahora Deberíamos ir hacia el mostrador de facturación Adela, son ya las diez y cinco, y nuestro vuelo sale en apenas cuarenta minutos.-

A la hora prevista el avión despegó con rumbo a Lyon. Adela, no estaba a acostumbrada a volar, evitaba hacerlo porque padecía de cierto grado de claustrofobia, así que cerró los ojos y tensionó fuertemente todos los músculos de su cuerpo hasta que el aparato dejó de rodar por la pista y comenzó a elevarse en el aire.
-¿Te encuentras bien Adela?-
-Ufff. Sí, ya me encuentro mejor. Es que no puedo evitarlo, me ponen enferma estos cacharros.-
-Sí, es difícil acostumbrarse, a mí también me pasa, ¿Necesitas algo?, ¿Quieres que te traiga alguna bebida?...-
-No, pero tengo que ir un momento al aseo, los nervios me producen unas ganas irresistibles de orinar, lo siento, tengo que salir. Por favor, ¿Puedes dejarme pasar un segundo?-
-Claro, claro. Cómo no.-   
 Mientras Adela estaba en el aseo, Arturo extrajo del bolsillo de su chaqueta una pequeña libreta y repasó rápidamente las anotaciones de la última página:

Mario Bernard.
200, Quai Charles de Gaulle.
Telf.: +33 472 44 70 00,
Sábado 19:30 horas.

Volvió a guardar la libreta en un bolsillo, justo unos instantes antes de que Adela volviera a ocupar de nuevo su asiento junto a una de las ventanillas.
-¿Estás mejor?-
-Sí, no te preocupes. Lo peor es tener que hacer escala en Barajas, aterrizar, volver a despegar y aterrizar de nuevo en Lyon. ¡Dios!, espero poder hacerlo sin sufrir un ataque de nervios, menos mal que vamos juntos, sola no habría podido hacerlo. Muchas gracias Arturo.-
-Oh vamos, vamos, ya hemos hablado de eso, por Dios no tienes que agradecerme nada… Pero dime una cosa Adela, antes me insinuaste que estabais pasando por un mal momento en vuestra relación, ¿qué ocurre?-
-Pues… verás, realmente no lo sé, desde hace un par de meses está muy raro. Nervioso, agobiado, preocupado…, no sé lo que es…, intenté que hablásemos de ello varias veces y fue peor, insistió en que no le pasaba nada, incluso insinuó que él pensaba que era yo la que estaba pasando por un mal momento. No sé, lo achaqué a cuestiones de trabajo. Lleva más de dos meses así, y está peor desde que recibió instrucciones, tuyas supongo, para encargarse de éste trabajo en el que está inmerso ahora. Ha pasado muchas horas recluido en su estudio, durmiendo en un sillón, sin apenas salir para nada. Yo estaba esperanzada en que cuando diera por acabado éste caso todo volvería a la normalidad. Pero ahora, no sé…
Es que se ha estado comportando de un modo muy extraño…, por ejemplo…, hace un par de semanas le escuché, por casualidad, mantener una conversación con voz queda en la que me pareció oírle decir algunas palabras en francés. Se lo referí durante la cena y, sorprendentemente negó haber mantenido dicha conversación. Es absurdo, yo sé que esa conversación había sido real, no me lo imaginé, te lo aseguro. No sé cómo interpretarás tu eso, pero a mí me parece muy extraño.-
-Bueno, espero que pronto saldremos de dudas, en cuanto hablemos con él verás como todo se aclara.-
-Pues sí…, la verdad, lo estoy deseando.-
-Bueno… ¿Y tú?..., ¿Cómo estás?..., ¿Hay ya alguien especial en tu vida o aún te resistes a sentar la cabeza?-
-No, no es eso, no me resisto a nada, simplemente sigo esperando a la mujer de mi vida. Sé que, un día de éstos aparecerá.-
-Claro, claro, pero no seas demasiado exigente Arturo, corres el riesgo de que cada vez te resulte un poco más difícil encontrarla, porque con los años te irás haciendo más selectivo, y te costará más trabajo aceptar a alguien con quien compartirlo todo.-
 -Lo sé. Pero ¿qué puedo hacer? He de seguir esperando. No voy a aferrarme a la primera que encuentre, por comodidad o por temor a envejecer solo, aún tengo tiempo… Sé que ella aparecerá cualquier día de estos…-
-Claro, estás muy joven, no aparentas tu verdadera edad, además, se ve que te cuidas, has perdido mucho peso desde la última vez que te vi, hará dos…,-
-¡Tres!. Son casi tres años ya. Fue en una caseta en la feria de Sevilla. Lo recuerdo perfectamente-
-Sí, cómo olvidarlo, pasamos la noche bailando y bebiendo manzanilla los cuatro. Y ¿qué fue de aquella chica que te acompañaba?-
-Bueno…, lo pasamos bien…, pero comprendí que no era “Ella”.-
Los dos rieron y luego se quedaron en silencio un buen rato perdidos en sus pensamientos. ¿Qué habría sido de Mario?
Adela se quedó dormida, estaba muy cansada, no había pegado ojo en toda la noche. Cuando se despertó, el avión había iniciado ya la maniobra de aproximación.

III


A las diecisiete horas y cincuenta y cinco minutos exactamente el avión tomo tierra en el aeropuerto de Lyon. Treinta minutos después un taxi se detuvo en la esquina entre Cours de la Liberté y Rue Mazenod. El conductor, un joven rubio de rasgos caucásicos y cabeza rapada, al que le faltaba un trozo del lóbulo de su oreja derecha, bajó rápidamente y abrió el portamaletas. Arturo le ayudó a dejar las maletas sobre el suelo de la pequeña placeta que daba acceso a la puerta principal del hotel Mercure. Adela entró en el establecimiento y se dirigió hacia un pequeño mostrador situado al fondo a la izquierda, la recepcionista, una chica morena de pelo rizado, le sonrió amablemente. Iba a preguntarle si tenían dos habitaciones disponibles, pero no llegó a hacerlo, sobresaltada volvió la cabeza instintivamente y se quedó mirando a Arturo, que acababa de entrar transportando las dos maletas. El corazón le dio un vuelco, y sin decir palabra se abalanzó hacia la puerta del hotel y desapareció corriendo.
El taxi se había marchado ya, en ese momento doblaba la esquina de Rue Mazenod con la Avenida Víctor Augagneur que discurre paralela al Ródano.
Arturo que había tardado unos segundos en reaccionar, corrió tras ella. Pero Adela volvía ya sobre sus pasos, sofocada, con el rostro enrojecido.

-¿Qué ha pasado Adela? ¿Por qué corrías?
- ¡¡¡Mi bolso...!!!-
-¿Qué?-
-El bolso Arturo. ¡No lo tengo. Se ha quedado en el taxi!.. -
-¿Cómo es posible?-
-¡Dios!... Ese conductor detuvo el coche ahí mismo, junto a esa señal de dirección prohibida a ciclistas, como mi puerta quedó bloqueada por la señal, tú saliste delante de mí, por la otra puerta trasera, y cogiste mi bolso para que yo pudiera salir ¿no?... pensé que te habías quedado con él. Que aún lo tenías. ¡¡¡Joder, joder, joder!!!.-
-¡No Adela! Yo volví a dejarlo en el asiento, después de que tú salieras. Luego tuve que ayudar al taxista a descargar las maletas. Te vi entrar en el hotel y supuse que lo llevabas tú.-
-No, no... ¡Dios mío!, yo estaba segura de que te habías quedado con él. Que lo tenías tú… ¿Y ahora qué hacemos?... Me he quedado sin documentación…, sin tarjetas…, sin dinero… ¡Que desastre!-
-Bueno, bueno, no te preocupes. En cuanto el taxista se dé cuenta del error volverá. Y, de todas formas, si no vuelve, localizaremos la compañía a la que pertenezca el taxi y ellos se pondrán en contacto con el conductor. Veras como rápidamente se resuelve el problema.
Ahora estate tranquila, volvamos al hotel por favor. Lo que sí deberías hacer cuanto antes, es llamar para que bloqueen las tarjetas de crédito, es mejor evitar sorpresas.
-Sí, volvamos al hotel, llamaré a Visa, y al número de atención al cliente de mi banco.-
 -Todo irá bien Adela, verás cómo dentro de un momento vuelve el taxista y se soluciona todo.-
-No sé Arturo, la verdad no creo que ese individuo vaya a devolverme el bolso por su propia voluntad, llevaba en la cartera más de tres mil euros. Es mucho dinero.-

Volvieron a entrar en la recepción del hotel. La recepcionista les miró extrañada. Arturo le explicó lo ocurrido.
Tras confirmarles que dispondrían de dos habitaciones libres les pidió que cumplimentaran la ficha de registro, luego la chica les preguntó si querían que llamara a la policía. Arturo respondió que no debía hacerlo aún, entregó su móvil a Adela para que hiciera las llamadas y preguntó a la empleada si había visto el taxi que les había traído al hotel. La chica contestó que no se había fijado y que además sería difícil localizarlo. Si ellos no disponían de algún dato que pudiera identificar el vehículo o la compañía a la que pertenecía el taxi sería casi imposible dar con él.
-Está bien, muchas gracias, esperaremos aquí en recepción si no le importa. El taxista seguramente ya se habrá dado cuenta y aparecerá en cualquier momento para devolver el bolso de la Señora. No se preocupe.-
Luego se dirigió a Adela y le dijo:
-Creo que es mejor que tú esperes aquí hasta que el taxista regrese, pero yo debería salir a ver si encuentro alguna pista, recorreré los hoteles de la zona, puede que tu marido esté alojado en alguno de ellos.
Tu teléfono se quedó en el bolso, así que deberías anotar mi número por si tienes que llamarme desde aquí. ¿De acuerdo?-
-Sí, claro, está bien, esperaré en la habitación hasta que vuelvas, pero antes de marcharte me gustaría pedirte un favor.-
-Por supuesto, cualquier cosa.-
-Se trata de que expliques a la recepcionista la desaparición de mi marido y le pidas que me permita entrar un momento a la habitación que ocupó él. Me gustaría echar un vistazo…, nunca se sabe… Sé que la habrán limpiado, pero aún así, puede que encuentre algo, no sé…, alguna anotación, una pista suya, qué se yo…. ¿Puedes hacerlo, por favor?
-Sí, sí, ahora mismo.-
Tras una larga discusión,  Arturo consiguió que la empleada accediera a su petición.-
-Bueno, ha costado trabajo convencer a la chica, pero aquí tienes la llave de tu habitación, la 201. Y ésta otra, la 213, es en la que estuvo Mario. Hemos tenido suerte de que no esté ocupada hoy, de no haberlo estado no te abrían permitido entrar.
De todas formas, la chica dice que debes devolverla lo antes posible, ¿de acuerdo?-
-Muchas gracias Arturo, no sé que habría podido hacer aquí sin ti, gracias, de verdad.-
-Por favor, no insistas, es un placer ayudarte. Te veo en un par de horas. Hasta luego Adela.-
-Hasta luego Arturo y, no olvides llamarme inmediatamente si averiguas algo.-
Adela sonrió a la recepcionista, tomó el ascensor y subió a la segunda planta. Solo tuvo que andar un par de metros para encontrar su habitación, abrió la puerta y empujó con fuerza la maleta, que rodó sobre el suelo produciendo un ruido sordo, que retumbó en medio del silencio sepulcral sobresaltándola. Volvió a cerrar la puerta de su habitación y se adentró en el oscuro laberinto de pasillos enmoquetados en busca de la 213.
Avanzó muy rápidamente, sabía que él no estaría allí, pero necesitaba comprobarlo. En mitad del pasillo más alejado encontró el número que buscaba, con el pulso acelerado abrió la puerta e irrumpió en la habitación. Tendría unos dieciséis o diecisiete metros cuadrados. Al fondo, tras dos cortinas de color granate unidas por un visillo blanco transparente que ocupaban toda la pared, podía verse un gran ventanal que daba a la calle Mazenod, delante de él una cama de gran tamaño con colcha blanca y cobertor del mismo color que las cortinas, a ambos lados de la cama sendas mesillas de noche, y delante de ella, en mitad de la pared, un moderno televisor de plasma de grandes dimensiones. Debajo de éste, un escritorio sobre el que habían colocado una cesta de mimbre envuelta en papel celofán transparente que contenía frutas y dulces. Al lado había apilados varios folletos impresos a todo color y una lámpara de mesa con pie negro y tulipa blanca en forma de cilindro, en la parte inferior derecha una puerta de pequeñas dimensiones daba acceso al mini bar, entre el escritorio y la cama una confortable silla forrada en piel de color oscuro, y en el rincón, delante de las cortinas, junto a una lámpara de pie, un sillón forrado en piel del mismo color que la silla. Todo estaba limpio e impecablemente ordenado.
Echó un vistazo al cuarto de baño. No parecía haber nada fuera de lugar, todo absolutamente normal, como cabía esperar.
Miró en los cajones de la mesita, bajo la cama, dentro del armario, entre los folletos del escritorio… Nada… Una simple habitación de hotel ordenada y dispuesta para ser ocupada, imposible hallar algo allí que pudiera darle una pista.
Se sentó en la cama, descorazonada permaneció en silencio unos minutos. Desde que subió al avión había deseado entrar en aquella habitación, y ahora que por fin estaba allí no tenía nada.
Sintió que se le iban a saltar las lágrimas, y aunque quiso impedirlo no lo pudo evitar, sucumbió al cansancio y lloró amargamente durante un largo rato.-¿Dónde está?... ¡Dios mío!... ¿Dónde está mi marido?-, gritó desesperada.
Cuando se encontró más tranquila regresó a su habitación, abrió la maleta y extrajo de ella un pequeño neceser, retocó su maquillaje deteriorado por el llanto, respiró profundamente, y volvió a la planta baja.
Devolvió las llaves de las habitaciones y preguntó gesticulando a la chica de recepción si se sabía ya algo de su bolso, ante la negativa optó por sentarse en uno de los sofás del hall a esperar.
Miró su reloj de pulsera. Las diecinueve treinta. Arturo no había llamado y el taxista no daba señales de vida, estaba muy nerviosa, pensó que lo mejor sería salir a la puerta a fumar un cigarrillo.
Sobre la pared acristalada que daba acceso al hotel podía leerse en grandes letras rojas: MERCURE LYON WILSON, y más abajo, Accor Hotels. Adela encendió el cigarrillo y tras dar un par de caladas empezó a tranquilizarse. Se fijó en la señal de prohibición de circulación de biciclos empotrada en la acera. A ambos lados de ésta habían instalado unas barras metálicas, de unos cincuenta centímetros de altura para evitar que los vehículos invadan el acerado. Se dio cuenta de que si el taxi se hubiera detenido entre la señal y la barra más alejada, ella podría haber salido por la puerta del asiento posterior derecho donde estaba sentada.
-Si ese cretino hubiera estacionado ahí su vehículo yo tendría ahora mi bolso, ¿Cómo es posible que ese chico sea tan estúpido?,-  se dijo -, debería haber pensado que al dejar el coche más atrás, la primera barra y la señal me impedirían  abrir la puerta.
Bueno… ya no tiene remedio.-
Volvió a entrar y se sentó de nuevo, tomó una de las revistas que había esparcidas encima de una mesita baja y se entretuvo un rato mirando las fotografías.
-¡Las ocho menos diez! Arturo está tardando demasiado, y mi bolso sigue sin aparecer, ¡Me va a dar algo!- murmuró.
Se levantó y, aproximando su mano derecha a la cara en un gesto que simulaba un aparato de teléfono, indicó a la recepcionista que necesitaba telefonear, la chica le entregó un inalámbrico, en el que previamente pulsó una tecla para que el aparato conectara con la línea exterior. Adela extrajo del bolsillo de su chaqueta el papelito en que había anotado el móvil de Arturo y marcó los números, se oyeron todos los tonos de llamada pero no contestó. Espero unos minutos y volvió a insistir, ésta vez tampoco hubo respuesta, así que volvió a sentarse y  optó por seguir esperando.
Un hombre de mediana edad, que vestía traje negro, entró por la puerta principal, la saludó con una inclinación de cabeza y se dirigió hacia el fondo del hall, intercambió unas palabras  con la muchacha de pelo rizado, ambos miraron hacia donde ella se encontraba y comentaron algo en voz baja.
Adela comprendió que era la hora del cambio de turno y el hombre venía a sustituir a la chica que, al cabo de un rato, salió por una puerta auxiliar. El hombre se quedó de pie tras el mostrador, simulando revisar algún documento mientras la miraba de reojo.
Empezaba a sentirse incómoda. El nuevo recepcionista se había colocado unas pequeñas gafas y no le quitaba los ojos de encima, ella seguía sentada en el mullido sofá de piel marrón situado frente al mostrador ojeando la revista y para acomodarse, poco a poco, se había ido dejando caer contra el respaldo, de forma que la falda negra que llevaba puesta había quedado replegada hacia atrás dejando al descubierto, la casi totalidad de, sus largas y atractivas piernas, así que, al comprender el motivo por el cual el hombre la miraba tan interesado, rápidamente se incorporó, puso los dos pies en el suelo, encorvó la espalda y entrelazó ambas manos por delante de las rodillas, el hombre arqueó las cejas, seguramente lamentando el cambio de postura de ella y se sentó en una silla oculta tras el mostrador.
A las nueve y media Arturo entró en el hall.
Adela se levantó apresuradamente y se dirigió a su encuentro.
-Gracias a Dios… ya empezaba a preocuparme. Llevo toda la tarde aquí sentada sin poder hacer nada. ¿Has descubierto algo?-
-No. Nada. Pero traje un par de sándwiches, supuse que no habrías cenado aún.-
-Oh, gracias, muy amable. Pero dime ¿Dónde has estado?-
-Bueno, estuve caminando durante un buen rato, pregunté en varios hoteles de la zona, inesperadamente me encontré ante las puertas de la gendarmería del distrito, por un momento dudé si debía hablar o no con la policía pues habíamos quedado en no hacerlo hasta mañana o pasado, no obstante decidí que no perdíamos nada por adelantar acontecimientos así que entré y pregunté por el inspector de guardia, le informé de la supuesta desaparición de tu marido y, aunque me aseguró que intentarán localizarlo, insistió en que no es procedente considerar el caso aún, no obstante fue muy amable telefoneando a todos los hospitales de la ciudad, por suerte, no está ingresado en ninguno de ellos.  Comprobó, así mismo, los partes  de ocupación hotelera de la noche anterior y ni rastro de Mario.
Les expliqué también lo que sucedió con el bolso, rellené y firmé en tu nombre un formulario haciendo constar el hecho, el inspector me explicó que no debería denunciarlo como robo pues no fue sustraído sino olvidado por descuido nuestro en el taxi, de todas formas ordenó a un agente que telefoneara a las principales compañías de taxis de Lyon, lamentablemente ninguna de ellas tiene constancia de una carrera desde el aeropuerto al Mercure entre las cinco y media y las seis de ésta tarde, le di la descripción del conductor que nos trajo al hotel, me mostraron varias fotografías de delincuentes fichados que podrían tener ese perfil pero tampoco hubo suerte, aunque, seguramente, el hecho de que su oreja estuviera parcialmente mutilada quizás ayude a encontrarlo. Lo siento, no pude solucionar nada, de momento.
Y tú, ¿Qué tal?, ¿encontraste algo en la habitación 213?-
- No, nada, absolutamente vacía,  es lógico, el servicio de limpieza ordenó concienzudamente la habitación, así que, si Mario dejó algún documento o anotación que pudiera habernos dado una pista, ésta ya ha desaparecido.-
-Lo siento Adela, se que estás muy preocupada, espero que pronto puedas hablar con tu marido…  ahora, creo que lo mejor que podemos hacer es irnos a dormir, debes estar cansada y mañana tenemos que levantarnos muy temprano para seguir las pesquisas.
Si te parece bien, pediré al recepcionista que nos llame a las siete de la mañana, aquí todo el mundo comienza su jornada muy temprano, debemos aprovechar todo el tiempo del que dispongamos.-
-Sí, de acuerdo, tomaré el sándwich que trajiste y alguna bebida del mini bar en mi habitación, gracias por el detalle, hasta mañana.-
.. Y… por cierto, olvidé preguntarte ¿porqué no contestaste al teléfono?, te llamé un par de veces, serían las ocho, más o menos.-
-Ah, lo siento, me exigieron que apagara el móvil mientras estaba en la comisaria. Ya sabes… protocolo de seguridad… después olvidé volverlo a encender, ¡Menos mal que me lo has recordado! Gracias y buenas noches.-

Arturo se quedó en recepción para recoger la llave de la habitación y su maleta, Adela salió del ascensor, entró en su habitación y se detuvo pensativa apoyando la espalda en la puerta que acababa de cerrar tras de sí; era muy extraño, no comprendía por qué Arturo le había dicho que había tenido que apagar el móvil en comisaría, no era posible. De haberlo tenido desconectado, cuando ella llamó habría saltado el contestador, o se hubiera escuchado aquello de: “el terminal al que llama está apagado o fuera de cobertura”, en cambio había escuchado todos los tonos de llamada las dos veces.
Además no había oído nunca que hubiera que apagar los móviles en ninguna comisaría.
Quizás, lo que sucedía era que Arturo no había solicitado el roaming internacional a su operador de telefonía, pensó, pero no, tampoco podía ser eso, recordó que ella había utilizado ese móvil para anular las tarjetas de crédito.   
Alguna explicación habrá, se dijo, ahora estoy cansada y no puedo pensar con claridad.
Tomó una botella de agua del mini bar, apuró el sándwich y se acostó.


IV


A las siete y cuarenta y cinco de la mañana del domingo Adela apareció nerviosa en el hall del hotel, llevaba un vestido corto y ceñido de color crema que se ajustaba a su escultural cuerpo como un guante, y unos zapatos de tacón corto del mismo color marrón que el pequeño bolso que colgaba de su hombro derecho.
Echó un vistazo rápido al reloj de pulsera y miró inquieta a su alrededor buscando a su compañero de viaje. Habían extendido unas mamparas correderas de madera de unos dos metros de altura para separar la recepción de la zona habilitada para desayunos así que, desde donde estaba, no pudo ver a Arturo que, desde hacía unos quince minutos, la esperaba sentado en uno de los veladores con mantel blanco que rodeaban una mesa central ovalada de grandes dimensiones sobre la que habían colocado jarras que contenían café, leche y zumos variados y varias bandejas repletas de dulces y pequeños paquetes de mantequilla.
Caminó hacia la puerta principal y se detuvo durante unos segundos mirando hacia el exterior, suspiró recordando el motivo por el que ahora se encontraba en aquella ciudad, ¿Qué podía estar pasándole a Mario? ¿Dónde estaría ahora? ¿Habría abandonado la ciudad? Quizás había vuelto a casa y ahora él intentaba localizarla a ella, quizás la habría llamado a su móvil, lástima que lo hubiera perdido en el taxi, pensó que debería hablar con su amiga Marga, no le había contado nada de lo sucedido y además necesitaba que alguien pasase por casa por si llegaba alguna carta de su marido o alguien telefoneaba dándole una pista de su paradero. Al volverse se dio cuenta de que Arturo le hacía gestos con ambos brazos en alto, así que se dirigió apresuradamente hacia donde se encontraba él. Mientras avanzaba hacia la mesa se dio cuenta de que éste seguía sus movimientos con manifiesto interés, con esa mirada bobalicona que ponen los hombres cuando ven a una mujer exuberante, pensó que de un momento a otro se le caería la baba sobre el mantel y ese pensamiento fugaz le hizo sonreír mientras lo miraba a él, Arturo también sonrió mientras se levantaba para acercarle una silla al velador.
- Buenos días Adela, estás muy guapa, te sienta muy bien ese vestido.-
- Oh, gracias Arturo, a estas horas de la mañana no creo que ninguna mujer pueda sentirse demasiado guapa.-
- Pues tú deberías ser la excepción que confirma la regla. ¿Has dormido bien?-
- Bueno, no demasiado bien, me costó conciliar el sueño, creo que, a lo sumo, habré dormido un par de horas, necesito un café bien cargado.-
- Ahora mismo te lo traigo. ¿Quieres tomar también uno de esos cruasanes?-
- Si, por favor, con mantequilla.-
Arturo volvió a la mesa con el desayuno y se quedó callado mirando a Adela mientras ella tomaba el café negro humeante a pequeños sorbos.
Por fin dijo: -Son las ocho y diez, he pensado que, si a ti te parece bien, podríamos visitar en primer lugar el Parque de la cabeza de Oro, eso nos llevará una hora aproximadamente, hacia las diez podríamos caminar por el Boulevard de los Belgas en dirección al número veintiocho para comprobar si en esa dirección existe algún domicilio, si no es así podemos visitar el museo si ello fuera posible, podemos preguntar por Mario a los empleados del Guimet, debe haber alguien que sepa de él allí, de otra forma no te hubiera indicado esa dirección .-
-Sí, es buena idea. Tengo la corazonada de que hoy ocurrirá algo importante que nos llevará a él. Ojalá sea así.-
A las nueve menos diez, un taxi les dejó en el Boulevard de la Bataille de Stalingrad, ante una de las siete puertas que dan acceso al  Parc de la Tête d’Or,  anduvieron por las principales avenidas del gran recinto atravesándolo de Este a Oeste, se adentraron por la Alameda de Chemín de Fer, siguieron por Allée de la Voliére, Allée de Pré Fleuri y la Alameda de la Ceinture. Adela caminaba inquieta, mirando a todos lados y observando ansiosa el rostro de los viandantes, corredores de footing y ciclistas que se cruzaban en su camino, intentando reconocer en alguno de ellos el rostro de Mario, Adela empezaba a perder la esperanza así que poco antes de las diez ambos abandonaron el parque por la puerta de hierro forjado en la que desemboca Allée du Parq Aux Daims. Caminaban ya por una de las amplias aceras del Boulevard des Belges en dirección al río, cuando Adela se detuvo en seco, apretó con fuerza el brazo izquierdo de su acompañante y se quedó mirando fijamente hacia la bifurcación de la Rue Duquesne. Un hombre alto de complexión atlética, de pelo corto y moreno, que vestía un traje gris claro, salió de un concesionario de automóviles Ranault situado en la acera más alejada de donde ellos se encontraban, el hombre avanzó con presteza y giró por la primera esquina a su izquierda desapareciendo por la calle Paul-Michel Perret.
-¡Es él!, ¡Es Mario!, Arturo creo que acabo de ver a mi marido saliendo de aquel establecimiento.-
Adela, sin pensarlo dos veces corrió como una exhalación hacia donde creyó ver a Mario sorteando el intenso tráfico que circulaba a esas horas, avanzó a grandes zancadas entre decenas de claxon y chirridos de ruedas de  vehículos cuyos conductores se veían obligados a frenar para no atropellarla. Casi había alcanzado la acera del concesionario de automóviles cuando reparó en una motocicleta que, circulando a gran velocidad, se aproximaba directamente hacia donde ella estaba, comprendió que no podría esquivarla así que instintivamente extendió hacia delante ambos brazos para intentar amortiguar el golpe, durante un instante le pareció que los ojos del conductor la miraban fijamente. El motorista hizo una pirueta de emergencia, frenó bruscamente, la motocicleta derrapó e hizo que la máquina girara sobre su eje colocándose transversalmente a la vía y totalmente inclinada, casi rozando el suelo con el manillar izquierdo, avanzó violentamente hacia ella derrapando sobre sus dos ruedas, ella intentó saltar por encima de aquél bólido que se le venía encima para evitar el inminente impacto, y así lo hizo, pero no pudo evitar que la máquina la alcanzara golpeándola en los pies, giró en el aire sobre sí misma hacia delante y cayó, de espaldas, sobre el asfalto. El conductor apoyó su pierna izquierda en el suelo, tiró hacía arriba de la motocicleta que por fin se había detenido tras perder la inercia que la impulsaba, sorprendente e inesperadamente, recuperó el equilibrio y, sin detenerse en ningún momento, se alejó a toda velocidad.   
El conductor de un gran furgón blanco que circulaba detrás de la motocicleta tuvo que frenar en seco, los neumáticos chirriaron y el parachoques del vehículo se detuvo a solo unos centímetros del cuerpo inmóvil de la mujer, el hombre bajó del furgón y gesticulaba levantando los brazos y moviendo la cabeza increpando al motorista.
Arturo que había presenciado el accidente desde la acera corrió hacia donde se encontraba Adela, se abrió paso entre los conductores de los coches más próximos al accidente algunos de los cuales se habían arremolinado alrededor del cuerpo de la mujer, se acercó a ella y comprobó que respiraba aunque estaba inconsciente, aparentemente no tenía ninguna herida ni sangraba, intentó incorporarla sujetándola por los hombros pero un hombre de mediana edad le puso una mano sobre el hombro impidiendo que lo hiciera, dijo que era médico y que no se preocupara que una ambulancia se encontraba ya de camino y que sería mejor no mover el cuerpo de la accidentada porque probablemente tuviera alguna fractura de importancia.
El sonido estridente de una ambulancia comenzó a oírse a lo lejos y poco después tres sanitarios colocaban una camilla en el suelo, mientras dos de ellos chequeaban las constantes vitales de Adela el tercero obligaba a los curiosos, que se habían acercado demasiado, a dejar libre el paso hasta la unidad móvil. Arturo leyó la tarjeta identificativa que colgaba de una cinta en el pecho de uno de los dos hombres que atendían a la mujer: Medicien Dr. Sartre,  le preguntó por el estado de Adela, el hombre comentó que aún no era posible conocer la gravedad del estado de la mujer mientras colocaba un collarín de goma espuma blanco en el cuello de Adela, luego le inyectó alguna sustancia en el brazo y comentó en tono tranquilizador:
-No se preocupe, se pondrá bien ¿es usted familiar de ella?-
-No, no, soy un amigo, estamos en Lyon por asuntos de trabajo.-
-Está bien, si quiere acompañarnos suba a la ambulancia, hemos de trasladarla rápidamente al Hospital.-
-De acuerdo, gracias. Por supuesto iré con ella.-
Dos coches de policía y otra ambulancia se detuvieron a pocos metros de ellos, bajaron varios agentes, dos de ellos se dedicaron inmediatamente a restablecer el tráfico y obligaron a los curiosos a abandonar el lugar, otro informó, por radio, de la situación a su central y otros dos comenzaron a hacer preguntas a algunos de los testigos presenciales que se ofrecieron voluntariamente a declarar. Mientras los sanitarios introducían la camilla en la ambulancia uno de los gendarmes, el que parecía ser de mayor rango y vestía de paisano, recogió los objetos esparcidos por el suelo y volvió a ponerlos dentro del bolso de la mujer, se dirigió a Arturo y le pidió que se identificara y le explicara qué relación tenía con la mujer atropellada, este le entregó su carnet de identidad y le comentó que eran amigos y estaban pasando unos días de vacaciones en la ciudad, el inspector le alargó el bolso que había recogido del suelo y comentó que dentro de él no había encontrado ninguna documentación.
-Monsieur, soy el inspector Montgne, Loui Montagne, si no le importa, me quedaré con su “carte entidée”, no se preocupe, se lo devolveré más tarde. Debo confirmar también la identidad de su amiga así que le daré escolta hasta el centro hospitalario. Debo hacerle algunas preguntas, si lo desea puede acompañarme en mi coche.-
-Perdone inspector pero, si usted no tiene inconveniente, preferiría acompañar a Adela en la ambulancia, debería estar a su lado cuando recupere la consciencia en cualquier momento.-
-Claro Monsieur, entiendo que desee permanecer al lado de su amiga, no hay problema, hablaremos en el hospital, suba por favor, deben partir ya.-
 Mientras tanto el otro coche policial había encendido la sirena y se alejó velozmente en persecución del motorista huido.
A las nueve y veintidós minutos, la ambulancia llegó a toda velocidad al Hôpital médical des Charmettes, uno de los establecimientos de Croix Rouge Francaise, en Rue Viavert, a menos de dos kilómetros del lugar del accidente. Dos enfermeros y un médico se hicieron cargo de la camilla en la que transportaban a Adela y desaparecieron rápidamente tras una gran puerta automática. Arturo no pudo acompañarlos porque un celador le prohibió el paso, así que se quedó, de pie, ante la puerta tras la cual había desaparecido Adela sin saber muy bien qué hacer, iba a girarse cuando sintió que alguien se le acercaba por detrás, era el inspector Montagne.
-Debe estar tranquilo Monssieur, ella está en buenas manos. ¿Le apetece tomar un café?-
-Sí, estaría bien, gracias.-
-Acompáñeme, por favor, esperaremos a que los médicos nos den alguna noticia del estado de su amiga ¿…?-
-Adela, su nombre es Adela.-
-¡Adela!, es cierto, olvidé que antes mencionó su nombre, ¿Cuáles son los apellidos de ella?, supongo que los sabe usted ¿No, Monsieur Cuesta?-
-Ehhh, sí, claro, Huarte, Huarte… Fernández, creo que su segundo apellido es Fernández.-
-Está bien, mientras veníamos hacia acá hice un par de llamadas, sé que es usted abogado y periodista, director del departamento jurídico de Rocha & Asociados, también sé que se aloja en el Hotel Mercure y que llegaron a Lyón ayer tarde al aeropuerto de Saint Exuperí sobre las dieciocho horas, pero aún no sé nada de la persona que le acompaña. Dígame, su amiga, Adela ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su profesión?-
-Bueno, ella no trabaja ahora, dejó su plaza de Psicóloga en una escuela infantil cuando se casó.-
-Ah, entonces ¿sigue casada o está divorciada o separada? Y… perdóneme la indiscreción… ¿Mantienen ustedes una relación sentimental o simplemente son amigos?-
-No, no, ella está casada con Mario un compañero y amigo del bufete, precisamente vinimos aquí para encontrarnos con él-
-Entiendo, y ¿Dónde está él ahora, Monsieur?-
-Vera, intentaré explicárselo en pocas palabras.-
-No se preocupe, puede extenderse en su explicación, no hay ninguna prisa, pero dígame antes los apellidos de su compañero y amigo Mario, por favor.-
-Claro, Mario Kovac Ruiz.-
-¿Kovac?... Creo que ese apellido es Ruso o quizás Ucraniano ¿Su padre es ciudadano ruso o de algún otro país del Este?-
-No sabría decirle, nunca me habló de su familia.-
-De acuerdo, de acuerdo, prosiga con su relato por favor Monsieur Cuesta.-
-Bien, pues, sucede que Mario vino a Lyon el martes pasado, por cuestiones de trabajo, debía entrevistarse con una persona de la cual no conozco ni su nombre ni su paradero, lo único que sé es que debería aportarle información crucial en un caso importante pero desde el miércoles ninguno hemos vuelto a saber de él. Adela está muy preocupada, supone que algo le ha podido suceder y decidió venir a buscarlo, me pidió que la acompañara en este viaje y así lo he hecho.-
-Comprendo, pero ¿por qué no han denunciado aún la desaparición de Mario?-
-Verá inspector, no sabemos realmente si ha desaparecido, Adela está preocupada porque él no la ha telefoneado, pero Mario es una persona muy profesional e independiente que se toma su trabajo muy en serio, por eso creo que él no está desaparecido sino absorto en su investigación, quizás ahora esté volando hacia España, seguramente su teléfono se averió o puede que, simplemente no quisiera llamarla a ella, creo que todo esto es solo un malentendido, pero, aun así, no podía negarme a acompañarla.-
-Ya. Entonces usted supone que él estará absorto en su trabajo y, seguramente, no deseaba llamar a su esposa, ¿Cree usted que tenían problemas sentimentales o algo así?-
-No estoy seguro, Adela me comentó que últimamente había estado muy raro, por eso creo que realmente estaban atravesando un mal momento en su matrimonio.-
-Entiendo, pero ¿él le comentó algo al respecto?, si son amigos y compañeros sería normal que él le hubiera comentado algo a usted.-
-No, él no me comentó nada sobre ese particular.-
-De acuerdo. Y, dígame, ¿Cómo sucedió el accidente?, ¿Cómo es que su amiga fue atropellada? ¿Dónde estaba usted en ese momento?-
-Fuimos al parque de la Cabeza de Oro, pensábamos que quizás Mario podría estar allí, cuando salimos para dirigirnos al Museo Guimet, ella creyó verlo saliendo de un concesionario de automóviles en la acera de enfrente de donde nos encontrábamos, corrió en su busca sin esperar a que el semáforo cambiara de color, no pude detenerla, cuando reaccioné ya había sucedido todo.-
-Entonces vieron al marido de la Señora Huarte salir de ese concesionario y por eso ella corrió a su encuentro. ¿Es eso lo que sucedió?-
-No. Bueno… no sabría decirle, yo no vi a nadie inspector, no sé si Adela vio a Mario realmente o a alguien que se le parecía, el caso es que ella creyó que era él y por eso corrió en esa dirección.-
-Sí, entiendo, quizás ella se confundió de persona, aunque yo puedo asegurarle Monsieur que reconocería a mi esposa a un kilómetro de distancia, bueno… ella es bastante… ¿cómo le diría?...voluminosa, ya sabe, un cuerpo grande es difícil de confundir, pero bueno no estamos hablando de mi querida esposa y aún no conozco el aspecto del señor Kovac, no sé si sería fácil o difícil reconocerlo a esa distancia, De todas formas si su esposa dice que le vio es muy posible que así fuera, las mujeres son muy observadoras y bastante mejor fisonomistas que los hombres.  
Otra cosa, Monsieur, según parece el motorista que la atropelló huyó del lugar a toda prisa después del accidente ¿Pudo ver usted la matricula de la motocicleta u observó algún detalle que pueda ayudarnos en la investigación?-
-No, todo pasó tan deprisa que no pude fijarme en nada más, solo la vi a ella saltando por encima de la motocicleta, luego los vehículos que se detuvieron alrededor me impidieron ver nada más, siento no poder ayudarle en eso.-
-De acuerdo, no se preocupe, daremos con ese motorista, no le quepa la menor duda. Le importaría decirme por qué habían decidido visitar el Guimet, ¿Acaso esperaban encontrar a Mario allí?-
-Pues vera inspector, olvidé mencionarle que el viernes pasado Adela recibió un mensaje de texto en su móvil, cree que lo envió su marido desde un número de teléfono desconocido, en él solo indicaba la dirección de ese museo y, al parecer, le advertía de que tuviera cuidado, no decía nada más.-
-Ahhh, bueno, eso me parece motivo suficiente para que la señora Huarte decidiera venir en busca de su marido ¿No cree usted Monsieur?-
-Sí, puede ser, pero como le comenté a ella, el mensaje no provenía del número de móvil de Mario, así que no podemos saber quién lo envió, de hecho yo mismo, a veces, he recibido mensajes equivocados, es fácil bailar un número con esas pequeñas teclas.-
-Claro, es cierto, lleva usted razón Monsieur, yo también he recibido algún mensaje equivocado, pero supongo que lógicamente llamarían a ese número después de recibirlo ¿No?-
-Sí, así es, lo hicimos varias veces, pero nadie contestó a las llamadas.-
-Así que, no pudieron comprobar quién hizo ese envió; entonces, por ahora, no podemos descartar la posibilidad de que fuera su amigo quien lo envió. De momento supondremos que lo hizo él.
¿Anotó usted ese número? Quizás podríamos indagar quién es el titular de la línea. -
-No, lo siento, no vi el número y ahora será difícil conocerlo porque Adela olvidó el bolso en un taxi y dentro estaba su teléfono.-
-Vaya, así que también le desapareció el bolso a la señora Huarte, son muchos acontecimientos en apenas dieciséis horas, Adela ha tenido muy mala suerte en nuestra ciudad. Supongo que habrán denunciado la desaparición de ese bolso, ¿es así Monsieur?-
-Bueno, no fue realmente una desaparición, lo olvidamos en el taxi, fue un descuido por nuestra parte, no hubo intención por parte del taxista de quedarse con él, así que esperamos que en cualquier momento lo devuelvan al hotel.-
-¿Qué contenía el bolso?-
-Pues, ya le dije inspector, el móvil, tarjetas de crédito, la documentación y, según dijo Adela, unos tres mil euros.-
-Oh, vaya, es usted muy ingenuo, si cree que alguien le devolverá un bolso que contiene esa cantidad de dinero Monsieur Cuesta, muy ingenuo.-
Un médico accedió a la cafetería y preguntó en voz alta si alguno de los presentes había venido acompañando a la señora que había sido atropellada por una motocicleta.
Arturo se levantó inmediatamente y se dirigió hacia donde estaba él.
-Doctor, dígame, ¿Cómo está Adela?-
-Es usted la persona que vino acompañándola en la ambulancia?-
-Sí soy yo ¿Cómo está ella doctor?-
-La paciente aún se encuentra en estado de inconsciencia, recibió un fuerte golpe en la espalda. Tiene una costilla rota y una lesión en la columna cervical a la altura de las C3 y C4, la costilla fraguará por sí sola, pero necesita de una intervención quirúrgica inmediata para reparar esas vértebras en la columna cervical, posiblemente sea necesaria la implantación de un disco cervical artificial.
Ya se están haciendo los preparativos en el quirófano, y necesitaríamos una autorización de un familiar para poder hacerlo ¿es usted su marido?-
-No, no, somos amigos, llegamos ayer de España, su marido también está en Lyon pero, de momento, está ilocalizable.-
-Pues señor, he de pedirle que, si no tiene usted inconveniente, firme la autorización para que podamos operarla, en éste momento es usted la persona más allegada a ella y es imprescindible actuar a la mayor brevedad.-
-Sí, sí, de acuerdo, no hay problema, firmaré esa autorización inmediatamente.-
-Acompáñeme por favor iremos a mi despacho para formalizar los trámites.-
-Perdón señor comisario, si no desea nada más, tengo que acompañar al doctor.-
-No se preocupe, vaya, vaya con el doctor y, tome mi tarjeta, llámame si recuerda algo que crea que debe decirme. Aquí tiene su documentación.
Ah, necesitaría su número de móvil, ya sabe, por si tengo que volver a hablar con usted.-
-Claro, claro, cómo no, tome mi tarjeta. Hasta luego inspector.-
-Disculpe, le voy a pedir un último favor Monsieur, le llevará solo un segundo, me tomé la libertad de rellenar éste formulario de denuncia en su nombre, solo necesito que describa brevemente lo acaecido en el lugar del accidente y firme al final de la hoja.-
-Está bien inspector, deme ese formulario. Perdone Doctor será solo un momento.-
-Escriba con letra legible por favor.-
-Aquí tiene inspector. ¿Alguna cosa más?
-Nada más, muchas gracias por su colaboración.
Hasta luego Monsieur Cuesta, y recuerde, no olvide llamarme si recuerda algo más o decide abandonar la ciudad en cualquier momento.-
-De acuerdo así lo haré.-




V


Adela abrió los ojos lentamente, le pesaban terriblemente los párpados, tenía seca la garganta y la lengua pegada al paladar. Aunque seguía aturdida, no tardó en recordar lo que había sucedido. En el ambiente se percibía un olor dulzón y fresco muy agradable que le recordaba a las tardes de lluvia en verano. Una luz tenue iluminaba la estancia y todo lo que sus ojos alcanzaban a ver era de color blanco. Inmediatamente comprendió que se hallaba en una cama de hospital.
Podía percibir que no estaba sola, notó que había alguien más en la habitación, muy cerca de ella. Intentó mirar hacia ese lado pero algo le sujetaba el cuello y la barbilla impidiendo que pudiera girar la cabeza.
Arturo, que había permanecido sentado junto a la cama, desde que la trasladaron a aquella habitación, se puso en pie y se acercó para que ella pudiera verlo.
-Hola Adela. Aquí estoy. Tranquila. ¿Cómo te sientes?-
-Bien, bien.-
-No intentes girar la cabeza, te han colocado un inmovilizador cervical.-
-De acuerdo, no lo haré, de todas formas mi espalda parece como si estuviera flotando.-
-Debe ser por la anestesia.-
-¿He estado en un quirófano? ¿Por qué? ¿Qué es lo que tengo? ¿Es grave? Apenas siento las piernas y los brazos.-
-Has salido del quirófano hace un par de horas pero no tienes que preocuparte, el doctor dice que todo irá bien, solo necesitas reposar para recuperarte. Tienes una costilla rota y una lesión en las vertebras cervicales.-
-Dios mío Arturo, siento como si me hubiera caído una losa de hormigón encima. Aquella motocicleta… debí esperar a que cambiara el semáforo para cruzar la calle… fue una imprudencia por mi parte… pero bueno, al menos ahora se que Mario sigue en la ciudad y, lo que es más importante, a juzgar por su aspecto está  sano y salvo.-
-Pero…, no podemos asegurar que la persona a quien viste fuera tu marido, podría tratarse de cualquiera, a esa distancia y de espaldas es difícil asegurar que se trataba de Mario.-
-¿Cómo sabes que le vi de espaldas Arturo? Recuerdo haberte dicho que acababa de verlo salir del establecimiento de automóviles, pero en ningún momento te dije qué dirección había tomado después de salir.-
-Oh, bueno, es de suponer que, fuese quien fuese, quien salió del concesionario y que a ti te pareció que era Mario, debía caminar en dirección opuesta a donde nosotros nos encontrábamos, si no hubiera sido así el hombre habría presenciado el accidente, te hubiera visto cuando esa motocicleta te atropelló y, en ese caso, se hubiera detenido a mirar como todo el mundo hizo, te hubiera reconocido el a ti o incluso yo lo habría visto a él mientras corría al lugar del accidente. Por eso pienso que tuvo que caminar en dirección opuesta y que seguramente giró al llegar a la esquina próxima antes de que todo sucediera.
-Si, es verdad, mientras yo corría hacia él desapareció por la calle transversal. Perdóname Arturo, no quería ser descortés contigo, pero es que todo esto me parece tan extraño, ya no sé qué pensar, estoy confundida, realmente no sé si fue a él a quien vi.-
-Bueno, no te preocupes por eso ahora, después de todo has tenido mucha suerte, ese bólido podría haberte matado. Afortunadamente, dentro de lo que cabe, estás bien, eres fuerte y te recuperarás, lo que ahora necesitas es descansar y reponerte cuanto antes de esas fracturas. Mientras tanto yo seguiré buscando a Mario. El doctor dice que debes permanecer en cama, al menos durante toda ésta semana y parte de la próxima.-
-¡Qué remedio me queda! ¿Has hablado ya con la policía?-
-Si, con un inspector, un tal Loui Montagne, estuvo en el lugar del accidente haciendo preguntas, luego nos siguió escoltando la ambulancia que te trasladó, estuvimos charlando en la cafetería del hospital, me hizo preguntas sobre ti y sobre Mario, le expliqué por qué estamos en la ciudad, le hablé del mensaje que recibiste en tu móvil y de que esa es la razón por la cual nos dirigíamos al museo Guimmet cuando fuiste atropellada.-
-Está bien, espero que ahora la policía haga su trabajo y encuentren a mi marido. ¿Qué hora es?-
-Son casi las tres de la tarde, la operación duró menos de dos horas, te trasladaron a planta alrededor de las doce del medio día. Ahora debo avisar a la enfermera de que despertaste de la anestesia.-
-Bien, además necesito ir al baño, no puedo resistir más las ganas de orinar.-
-De acuerdo, yo me marcho ahora Adela, te dejo mi tarjeta sobre la mesita, llámame si tienes el más mínimo problema aquí, quiero pasar por la tienda de automóviles antes de que cierren, comprobaré si Mario estuvo allí realmente. Avisaré a la enfermera al salir.-
-Muy bien Arturo y… gracias por todo, no sé que habría sido de mi si no me hubieras acompañado.-
-Oh, vamos, no insistas en darme las gracias, ya hemos hablado de eso. Ahora descansa. Volveré por la mañana.-
Arturo salió y al cabo de unos minutos apareció una joven enfermera en la habitación, se acercó a Adela y le colocó un termómetro en la axila, luego se inclinó hacia delante colocando su cara muy cerca de la de ella y sonrió amablemente.
-Hola ¿Cómo se siente? ¿Está mareada? ¿Tiene alguna molestia?-
-Oh, vaya, qué sorpresa, hablas muy bien español.-
-Si claro, es que yo también soy española, de Segovia.-
-Dios mío, qué pequeño es el mundo.-
-Si. ¿Cómo se siente?-
-Muy bien, eso creo… pero necesito ir al baño ahora.-
-Está bien, le traje una cuña para que pueda orinar, no es aconsejable que se incorpore ahora.-
-Gracias, ya no podía más.-
-Y ¿Cómo es que viniste a parar a éste hospital?-
 -Llegué a Lyón hace cinco años. En esa época el gobierno francés necesitaba cubrir más de ocho mil plazas de enfermería, yo solicité una y… aquí estoy.
Esta mañana, miré la ficha de su ingreso, me llamó la atención el que fuera de nacionalidad española, así que estaba deseando poder hablar con usted, es muy gratificante poder utilizar mi lengua natal, hace más de un año que estuve por última vez en España.-
-Ha sido una suerte conocerte, yo a penas conozco cuatro o cinco palabras del idioma francés. Hubiera sido desesperante no poder comunicarme con nadie durante el tiempo que deba permanecer aquí.-
 -Sí ha sido una suerte, aunque siento mucho que tenga que ser en estas circunstancias.-
-Me llamo María.-
-Encantada de conocerte María y me alegro de que estés  aquí, todo me resultará más fácil.-
-Por supuesto, para cualquier cosa que necesite solo pregunte por la infirmière García, de todas formas yo estaré pendiente de su evolución, supongo que aún nos veremos durante muchos días por aquí.-
-Según parece, creo que tengo para rato en este hospital. ¿Cuándo cree que podré marcharme?-
-Todo dependerá de la evolución del implante cervical, si no hay complicaciones en cuatro o cinco días podrá ponerse en pie y caminar, aunque deberá llevar ese collarín cuatro o cinco semanas más, el mismo tiempo que la costilla rota tardará en soldar.-
-¿Me han colocado un implante?-
-Así es, un disco intervertebral artificial.-
-Y después de ese tiempo ¿podré moverme con normalidad?-
-Por supuesto, con el tiempo todo en su cuerpo volverá a funcionar como siempre.-
-Es desesperante pensar que debo permanecer postrada tantos días, vine a buscar a mi marido a ésta ciudad y ahora no podré hacer nada para encontralo.-
-Entonces el señor que acaba de salir ¿No es su marido?-
-No, es un amigo y compañero de él, vinimos aquí porque Mario ha desaparecido en ésta ciudad, estaba en Lyón por cuestiones de trabajo, es abogado, hace unos días me envió un mensaje de móvil en el que daba a entender que tenía problemas, Arturo y yo vinimos inmediatamente. Mario se marchó del hotel pero no ha tomado ningún vuelo para España, precisamente estoy en ésta situación porque esta mañana le vi a lo lejos, corrí hacia donde él estaba y al atravesar la calle me atropelló una motocicleta.-
-Dios mío, cuanto lo siento y ¿Ya han denunciado su desaparición a la policía?-
-Sí, espero que lo encuentren pronto, ahora me siento impotente en éste estado.-
-Claro, también es mala suerte, por desgracia los problemas nunca vienen solos. Y ¿Dónde vio usted a su marido ésta mañana Adela?-
-Volvíamos del Parque de la Cabeza de Oro, por la avenida de los Belgas, hacia el Museo Guimmet, miré hacia la acera de enfrente y lo vi salir de un establecimiento comercial.-
-Entonces ahí quizás puedan darle norte de su paradero o al menos puedan confirmarle que estuvo en ese local.-
-Si, Arturo ahora se dirige hacia allá para preguntarles.-
-Ha dicho usted que se dirigían al Museo Guimmet ¿Qué tiene que ver ese museo con su marido?-
-No tengo ni idea, solo sé que en el mensaje que me envió hablaba de Avenida de los Belgas 28 y esa dirección, según averiguó Arturo, corresponde al museo de historia Natural Guimmet.-
-Yo conozco bien el Guimmet, es un antiguo y grandioso edificio que hace esquina, mi novio vive justo al lado del museo, es médico, trabaja en el SAMU y precisamente fue él quien le atendió ésta mañana cuando sufrió usted el accidente. Se llama Paul, Paul Sartre.-
-¿Ha dicho usted Paul Sartre? ¡No es posible!-
-Si, Paul Sartre, ¿Por qué? Parece usted sorprendida ¿Es que le conoce? Él la atendió esta mañana pero usted estaba inconsciente, no es posible que pudieran hablar ¿O no es así?-
-Si, si, no recuerdo haberle visto siquiera, no es por eso.-
-Entonces ¿Qué quiere decir?-
-Veras María. El mensaje que recibí no solo hablaba de esa dirección. Mario decía textualmente: “Habla con Paul Sartre. 28 B. Belgas. Él sabe, confía solo en él…”.-
-Bueno, quizás se trata de otro Paul Sartre. Es un apellido más o menos corriente en éste país, significa sastre en castellano, aunque es sorprendente que la dirección de la que hablaba su marido en el mensaje casi coincide con la suya, Paul vive en el 34 del Boulevard de los Belgas, es extraño.
De todas formas, no se preocupe, él vendrá a recogerme dentro de un rato, si quiere puedo decirle que pase a verla para que pueda preguntarle si conoce a Mario.-
-Si, por favor, se lo agradecería mucho.-
-Está bien, ahora tómese esta cápsula e intente dormir un poco, en cuanto él llegue le haré pasar.-
-Muchas gracias María.-
-De nada, si necesita algo solo pulse este interruptor, vendré enseguida. Hasta ahora Adela.-
-Hasta ahora María.-
Poco después de las tres y media de la tarde María volvió a la habitación de Adela acompañada de un joven de unos treinta años, alto, delgado, con aspecto desaliñado; vestía unos vaqueros desgastados y una cazadora de cuero marrón, en una de sus manos portaba un casco de motorista de color negro con un pequeño escudo dorado en un lateral y llevaba recogida, en una pequeña coleta que colgaba por su espalda, una abundante cabellera de pelo rizado y negro.
-Hola de nuevo Adela, quiero presentarle a mi novio Paul.-
-Bonsoir Madame.-
-Bonsoir Doctor, quería darle las gracias, esta mañana me salvó usted la vida.-
-No, no Madame, uniquement j’ai fait mon travail. Oh, disculpe madame, puedo hablar un poco de español, Mary me enseña a hablar su idioma desde hace años; quería decir que, solo hice mi trabajo, no tiene usted que darme las gracias Madame.-
-Bueno, de todas formas se lo agradezco.-
-Merci madame. Me ha dit Mary que usted quería preguntarme algo, ¿ce qu’il est?.-
-Si, quiero peguntarle si conoce usted a mi marido, Mario Kovac Ruiz.-
-No Madame, no tengo el placer. ¿Porquoi demandez-vous? ¿Debería de conocerlo?-
-Bueno ya le habrá explicado María, él se refería en su mensaje a un tal Paul Sartre, pensé que podría tratarse de usted, además, según parece usted vive en esa dirección, el hacía referencia a un Paul Sartre en el 28 de Boulevard de los Belgas.-
-Madame, J’habite en el número 34 del Boluevard; el 28 corresponde a un antiguo acceso del Musée Guimmet, no vive nadie allí actualmente.-
-¿Actualmente? ¿Significa eso que en otra época si?-
-Así es. Je me souviens que mi abuelo me ha contado muchas historias de su abuelo Honoré Sartre, se que fue contratado como vigilante nocturno por Marcel Guimet el mismo año en el que se inauguró el museo, eso sucedió allá por mil ochocientos setenta y nueve, Honoré tendría entonces dix-huite années, le fue habilitada una estancia en el sótano del edificio y en ella habitó hasta mil ochocientos ochenta y ocho, año en que el museo fue cedido al goubernemet francés y comenzó su traslado a París; mi tatarabuelo siguió employe en el museo como vigilante de día pero, a partir de ese momento, fue obligado a laisser las dependencias del sótano en las que hasta entonces había estado viviendo, fue en ese période cuando él conoció a su épouse Agnes y se trasladó a vivir a la maison familiar de ella.
Las instalaciones y el propio edificio se dedicaron, a partir de entonces, a exposiciones temáticas itinerantes nacionales e internacionales, en mil novecientos veintiséis su hijo mayor, mi bisabuelo Murice, fue contratado por el gobierno como ordenanza del museo, cargo en el que ejerció hasta su jubilación en mil novecientos setenta y uno, al jubilarse él mi abuelo Paul ocupó su plaza y, aunque fue jubilado en el noventa y tres, ha seguido colaborando con el museo hasta que en dos mil siete el Guimet cerró sus puertas al público, y en la actualidad sigue cerrado.-
-Entonces si que existe realmente una importante conexión de su familia con el Museo Guimet, ¿Cúal es el nombre de su abuelo?-
 -Paul, Paul Sartre, yo fui a vivir con él a su apartamento de B. Belgues cuando mis padres fallecieron en un accidente de tráfico hace ahora diez años, pero él es ya un anciano de quatre vingt-un ans de l’âge; Peut-être que su marido se refería a mi abuelo, mais il est peu probable, mon vieux grand-père no sale de casa desde que el Guimet se cerró definitivamente.-
-Entiendo. Y ¿Sería usted tan amable, si es posible, de preguntar a su abuelo si conoce a Mario? Nunca se sabe, y tampoco perdemos nada por intentarlo.-
-Oh, por supuesto madame, ésta misma tarde hablaré con mi gran-père, a pesar de su avanzada edad se encuentra muy bien de salud y su mente sigue siendo lúcida; si conoce a su marido él nos lo confirmará hoy mismo. Le mantendré informada a través de Mary, madame.-
-Se lo agradezco mucho Paul, es la única esperanza que me queda, de momento es el único hilo del que puedo tirar para tratar de localizar a Mario.-
-D’acord, ahora debemos marcharnos madame Huarte, ha sido un placer conocerla. Espero que encuentre usted pronto a su marido.-
-Ojalá Paul y gracias por todo, es usted muy amable.-
A las seis de la tarde Adela se despertó sobresaltada, una enfermera llamó a la puerta de la habitación y encendió la lámpara del techo, se acercó a la cama para asegurarse de que estaba despierta e inmediatamente volvió a salir. Al cabo de unos segundos un hombre de unos cincuenta años de edad que vestía una gabardina larga de color beis se acercó a ella.
-Bonsoir Madame Huarte. Soy el inspector Montange, Louis Montange. Espero y deseo que se encuentre usted bien dentro de la gravedad de su estado. Su médico me ha informado de que la intervención quirúrgica a la que fue usted sometida esta mañana fue un éxito.
De todas formas intentaré ser breve, no quisiera molestarla madame, comprendo que en estos momentos lo que usted necesita es reposo.-
-No se preocupe inspector, estoy bien, dolorida pero bien.-
-De acuerdo madame. Estoy investigando el accidente que lamentablemente sufrió usted ésta mañana en nuestra ciudad, quisiera hacerle algunas preguntas si usted no tiene inconveniente.-
-Por supuesto inspector, puede usted preguntar lo que desee.-
-Merci Madame. Ya estoy informado de cómo sucedieron los hechos, ante todo quisiera preguntarle si pudo usted darse cuenta de algún detalle del aspecto del piloto o de la motocicleta, ya sabe a lo que me refiero, cualquier cosa que pudiera ayudar a identificarlos.-
-Pues, la verdad inspector, solo recuerdo que era una máquina potente, una de esas motocicletas de gran cilindrada, no sabría decirle la marca, solo se que era de color negro con adornos plateados.-
-¿Pudo usted fijarse en la persona que la conducía? ¿Se fijó usted en su aspecto?-
-Bueno llevaba un casco negro puesto, no pude verle la cara, pero puedo asegurarle que se trataba de un hombre joven, pude ver sus ojos y… quizás sean imaginaciones mías, pero me atrevería a asegurar que sabía muy bien lo que hacía, mientras se acercaba a toda velocidad tuve la sensación de que realmente deseaba atropellarme.-
-Entonces ¿Cree usted que el accidente no fue casual? ¿Insinúa usted que se trata de un intento de homicidio?-
-No puedo asegurarlo, pero sí, es muy posible que así fuera.-
-Y ¿Tiene usted alguna sospecha de quién y por qué querría atentar contra su vida en ésta ciudad madame?-
-En absoluto inspector, no conozco a nadie en Lyon, vine aquí, como usted sabrá, para buscar a mi marido.-
-Si, claro, el Señor Kovac, por supuesto. Vera usted madame, después de salir del hospital, esta mañana, solicité al departamento internacional una fotografía de Mario, me hicieron llegar una copia ampliada de su carnet de identidad, más tarde me dirigí al concesionario Renault del que, según usted, salió su marido poco antes del accidente, hoy es domingo así que no había nadie trabajando, tuve que personarme en el domicilio del dueño de esa empresa, ese señor me confirmó que efectivamente pasó a primera hora de la mañana por su establecimiento y se marchó de él hacia las diez. Pues bien, éste señor se llama Michel kovac Ruiz y su rostro es una copia exacta del de su marido el señor Mario Kovac Ruiz.-
-¿Qué? No comprendo. ¿Qué quiere usted decir inspector?-
-Le estoy diciendo madame Huarte que Mario tiene un hermano gemelo, es el dueño de ese concesionario, usted creyó que se trataba de su marido, es comprensible, ambos son idénticos.-
 -¿Pero qué…? ¿Cómo es posible? Mi marido siempre evitó hablar de su familia, supuse que quizás fuese porque no guardaba buenos recuerdos de su infancia, pero… un hermano gemelo y no haber sido capaz de decírmelo…-
-Así es madame. Michel me explicó que ambos nacieron en septiembre de mil novecientos setenta y cuatro en Ucrania, más concretamente en la ciudad de Prípyat, donde vivieron hasta que en abril de mil novecientos ochenta y seis, cuando su padre, el ingeniero Nicolai Kovac, falleció, entonces fueron a residir a Kiev a casa de la abuela paterna, pero en mayo de ese mismo año, la madre de los niños, Ana Ruiz Sastre, nacida en Sevilla, hija del arquitecto sevillano Pedro Ruiz y la pintora Denise Sartre, decidió trasladarse junto a sus dos hijos para vivir en Lyon, en casa del abuelo Maurice, padre de Denise.
En la primavera del noventa y uno, la abuela Denise sufrió un infarto de miocardio y fue ingresada en una clínica. Ana, al recibir la noticia viajó a Sevilla llevando consigo a Mario y dejando a Michel al cuidado del abuelo. El mismo día que Denise recibió el alta médica, su hija Ana fue a recogerla al hospital, desgraciadamente mientras volvían a casa, su automóvil impactó con un camión de gran tonelaje y ambas fallecieron en el acto, así que Mario tuvo que quedarse a vivir con su abuelo Pedro en Sevilla y Michel se quedó en Lyon con el bisabuelo materno, nunca pudieron reencontrarse porque Maurice se había enemistado años antes con su yerno y no volvieron a tener relación durante el resto de sus vidas, así que los hermanos kovac no han vuelto a verse desde hace casi veinte años.
-Dios mío. Es una historia impresionante, Mario ha debido sufrir mucho. Lo que me parece incomprensible es que, al hacerse mayores, los hermanos hayan dejado transcurrir el tiempo sin saber el uno del otro.-
-A mi también me lo parece madame, pero así es la vida. No obstante, tengo la impresión de que Michel no me ha contado toda la verdad, cuando le informé de la desaparición de su hermano en Lyon no pareció demasiado sorprendido; llevó muchos años en ésta profesión y… aunque no estoy completamente seguro, sospecho que Michel oculta algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario