I
Alrededor de las siete de la tarde el
móvil vibró un par de veces e, inmediatamente después, emitió un largo y sonoro
pitido. Adela, que en ese momento se disponía a guardar la ropa que acababa de
planchar, con un ágil giro de cintura desvió su trayectoria y se dirigió hacia
donde se encontraba el terminal.
Se detuvo junto a la mesa del salón y, sin
soltar la cesta de mimbre que transportaba con ambas manos, miró durante un
momento la pantallita azul aún iluminada. El icono con forma de sobrecito parpadeaba,
indicando que un SMS acababa de recibirse.
No le apetecía leerlo en ese momento, para qué iba a hacerlo, de todas formas se trataría otra vez del mismo escueto, impersonal y absurdo mensaje de texto que recibía a diario:
“Todo bien. Mucho trabajo. Cuídate
mucho Eli. Un beso. Te quiero.”
Ella prefería oír su voz, aunque sólo
fuera un momento, deseaba poder decirle que lo echaba de menos, que aguardaba
con impaciencia su regreso, y aún más necesitaba oírle decir que la quería, y
que pronto volvería a su lado.
Que la llamara una vez al día no era
demasiado pedir. Ya cuando se despedían, antes de subir al tren, Adela volvió a
insistir, le dijo -Por favor cariño, se que estarás muy ocupado, pero llámame
cada día, aunque solo sean dos minutos.-
Pero a Mario le parecía absurdo malgastar
su tiempo al teléfono, para decir siempre las mismas cosas. No obstante
prometió enviarle un sms cada tarde; siempre que, acto seguido, ella
respondiera enviándole otro a él.
- Eso será más que suficiente. A no ser
que ocurra algo verdaderamente importante. Asevero. Y ella, resignada, hubo de
admitirlo.
Al menos, de esa forma, sabrían el uno
del otro. Aunque sólo fuese mediante esa especie de envíos telegráficos
hertzianos que tan absurdos le parecían.
Dejo la bandeja con la ropa en la
habitación del final del pasillo de la planta alta, y volvió a bajar
rápidamente las escaleras. Tomó el móvil para responder, pero tras dudar un
momento, decidió al fin que no iba a hacerlo. Estaba segura de que si no lo
hacía, Mario se preocuparía y no tendría más remedio que llamarla, así que
guardó el aparto en un bolsillo y se sentó junto al ventanal del salón.
Llevaba tres días sola en la casa, solo
había salido en dos ocasiones para comprar algunas provisiones, y con la única
persona con la que había hablado, la cajera del supermercado del barrio, apenas
intercambió dos palabras. Se sentía muy sola.
Mario había insistido en aquella
historia de los mensajes que no acababa de convencerla del todo, ¿por qué no
quería llamarla? Entendía que, durante el día, mientras trabajaba, no pudiera
hacerlo pero, después del trabajo él se marcharía al hotel, tendría que cenar
solo, y lógicamente la echaría de menos, ese sería un buen momento para
conversar, “aunque fueran siempre las mismas cosas”, como él le había dicho.
Salió al porche de la casa, se acomodó
en uno de los sillones de mimbre en los que solían sentarse al anochecer
después de cenar. Colocó el teléfono sobre su pecho con la esperanza de que él
hiciera aquella llamada que ella tanto necesitaba. Cerró los ojos y comenzó a
balancearse rítmicamente. Tras un par de minutos se quedó dormida.
Eran casi las diez, empezaba a
refrescar, un zumbido la despertó. Sobresaltada miró el móvil, en la pantalla
solo aparecía el icono parpadeante de un mensaje de entrada, aunque no había
rastro de llamadas perdidas.
Cómo
era posible que él no la hubiera llamado aún, Habían transcurrido casi tres
horas desde que llegó el primer mensaje, tiempo más que suficiente para que él
se hubiera preocupado por la falta de respuesta y la hubiera telefoneado.
Seguramente
estará ocupado, pensó, puede que aún esté trabajando, o habrá tenido que
asistir a alguna reunión de última hora, o a una cena con clientes...
Decepcionada y desesperada, por el
comportamiento de su marido, golpeó el teléfono sobre el cristal de la mesita
auxiliar. Se sentía impotente, vacía, inútil. Se levantó airada, entró en la
casa, cerró tras de sí la puerta dando un portazo seco, echó dos vueltas de
llave, y se dirigió a la cocina para
preparar algo de cena.
Se sentía molesta y malhumorada, le
costaba aceptar que él, por su trabajo, tuviera que pasar tanto tiempo lejos de
casa, lamentaba que la suya no fuera una relación normal de pareja. En su caso
siempre pasaban de un extremo a otro; o estaban día y noche juntos, o él se
ausentaba absoluta y rotundamente durante días. Aunque lo que verdaderamente la
exasperaba, era la falta de comunicación que ahora sufría. Además, esta vez, si
Mario pensaba que el trabajo se iba a prolongar durante algún tiempo, debería
haberla llevado con él. Ella le habría esperado cada día visitando museos,
mirando escaparates, descubriendo callejuelas del casco antiguo o, simplemente
observando a los viandantes sentada en la terraza de alguna cafetería. Y, por
la noche, irían al cine o a cenar. Al
menos ninguno de los dos tendría que dormir solo.
No le gustaban aquellas separaciones
impuestas, odiaba la soledad. Además, se había acostumbrado a verlo siempre por
la casa. Aunque, a fin de cuentas debía aceptar que él se ausentara de vez en
cuando, sabía que esto sucedería desde antes que se casaran.
Por otra parte, en cierto modo, también
se alegraba de haberse quedado sola, seguramente les vendría bien a los dos. Últimamente
habían pasado por momentos de mucha tensión, y ella ya no sabía qué hacer para
agradarle, para que todo volviera a ser como antes.
Cuando él le pidió que dejara la
guardería, poco antes de que se casaran, aceptó encantada. Estaba muy enamorada
y deseaba pasar el resto de su vida junto a él, y tener muchos niños.
Lamentablemente no habían podido tenerlos
debido a una extraña enfermedad genética de Mario, a él no le gustaba
hablar de ese tema, y ella, para no herir sus sentimientos, nunca refería
aquella cuestión, pero a menudo pensaba que todo habría sido más fácil si los
hubiesen tenido.
Siempre le hizo feliz pasar el día rodeada
de aquellos “enanos” como solía llamarlos, en su guardería. Echaba en falta las
risas de los niños.
Años atrás hubiera podido recurrir a la
fecundación in vitro, pero ahora comenzaba a ser tarde para eso porque pronto
cumpliría los cuarenta y dos. No obstante, le rondaba por la cabeza la
posibilidad de una adopción, y aunque era lo que deseaba fervientemente, por
unas cosas o por otras nunca llegaba el momento adecuado para proponérselo a él.
Abrió una botella de vino tinto, se
sirvió una copa, sacó del armario una bolsa de patatas fritas, encendió la
radio y sentó a la mesa de la cocina. No tenía hambre, pero el vino serenaba su
ánimo. Se acabó la copa de un trago, y se sirvió otra.
Se frotó los ojos, tomó otro trago,
extendió las piernas y se recostó en el respaldo de la silla, encendió un
cigarrillo, le dio una larga calada. A través del cristal de la amplia ventana
de la cocina, podía verse la luna llena sobre los tejados. Se quedó mirándola,
con la mirada perdida, y recordó el día
en que se conocieron.
Los dos habían subido al mismo vagón
del talgo en la estación de Atocha, ella subió primero, localizó la plaza
indicada en el billete y se sentó junto a la ventanilla.
Un joven atlético y bastante alto dejó
su mochila de piel marrón en el asiento contiguo y la miró sonriente, luego
comprobó su ticket
- Vagón ciento once, asiento… treinta y uno. ¡Vaya!... creo que esa era mi plaza – le dijo,
sin dejar de sonreír.
- Oh, lo siento –dijo ella-, no debí
haberla ocupado, pero como estaba vacía… supuse que no la ocuparía nadie… es que siempre procuro sentarme junto a la
ventanilla… pero disculpe, ahora mismo le cedo su sitio –.
El muchacho tenía el pelo negro y muy
corto, nariz aguileña y ojos grandes y rasgados de color verde azulado. A Adela
le pareció que era muy atractivo y, aunque estaba segura de no haberlo visto
nunca, algo, en aquel rostro, le resultaba muy familiar.
– No, no. No tienes que moverte de ese
sitio. A mi me da igual sentarme en éste. En serio. Está bien así- .
El chico colocó su maletín en la bandeja
portaequipajes, se sentó y se dirigió a ella de nuevo. Tenía una bonita voz:
- Perdona. Me llamo Mario. ¿Y tú?
- Hola, soy Adela - dijo ella
tendiéndole una mano.
Adela le contó que había asistido ese
día a un seminario de psicología infantil y regresaba al Puerto de Santa María,
donde vivía.
El dijo que volvía a Sevilla, y que había
pasado varios días en la capital por negocios.
El tiempo transcurrió muy deprisa, habían
pasado tres horas desde que se conocieron y el tren se acercaba ya a la
estación de Santa Clara, donde él debía bajar. Los dos lamentaron que el
trayecto hubiera resultado tan corto, lo habían pasado muy bien charlando, con tanta
naturalidad, parecía como si se conocieran de toda la vida. Quedaron en volverse
a ver. Anotaron sus números de móvil y prometieron llamarse pronto.
Adela lo acompañó hasta la puerta del
vagón, se dieron un apretón de manos y el tren partió de nuevo, sin Mario.
Desde que lo vio alejarse por el andén
de la estación, Adela no dejó ya de pensar en él.
Ella nunca salía a divertirse, siempre
iba del trabajo a casa. Los fines de semana los pasaba arreglando el jardín,
escuchando música o leyendo. Como mucho, algunos viernes por la tarde Marga insistía
tanto en que fueran a tomar unas copas que, no le quedaba más remedio que acceder.
- Adela tienes que buscarte un novio, se
te va a pasar la edad,- le decía su amiga riendo a carcajadas.
Marga era bastante más baja que Adela
y, aunque estaba un poco rellenita, tenía un bonito rostro, era muy expresiva, espontanea,
graciosa y dicharachera. Nunca le faltaban hombres con los que salir a
divertirse.
Ese viernes, después de cerrar la
guardería, fueron a tomar unas copas. Marga, la obligaba a salir para que
tuviera oportunidad de relacionarse, de conocer a alguien especial.
Adela era una mujer muy atractiva, de
envidiable silueta, era alta, tenía
pechos turgentes, y sus bonitas piernas lucían espléndidas bajo las cortas
minifaldas que solía vestir.
Y no le faltaban pretendientes, pero
nunca llegaba a intimar con ninguno. Todos le parecían oportunistas en busca de
sexo. Hombres vulgares con los que no le apetecía tener relación.
Pero Mario… ¡Él es diferente!- le confesó
a Marga-, me hizo sentir algo que no sabría explicarte, y eso que solo hablamos
un par de horas. Pero es como si lo conociese de toda la vida.
-¡Vaya, por fin! Me parece increíble.
¡Existe un hombre que te interesa! Pues no debes dejarlo escapar, a este no,
hazme caso, llámale, queda con él; si no aprovechas ésta oportunidad te quedarás
para vestir santos, como yo. Ya no eres una niña. ¿Lo harás? Prométeme que le
llamarás.
Pues mira, sí, lo haré. Esta vez te voy
a hacer caso -dijo Adela con mirada desafiante-, mañana tengo que ir a Sevilla,
necesito comprarme algo de ropa y he pensado ir a ese outlet del centro. Te
prometo que intentaré verlo, aunque sean solo cinco minutos. Le llamaré. Aunque…
quizás él ya no se acuerde de mí.
-Vamos, vamos, no seas tan modesta, ¿vas
a decirme que un hombre, siempre que tenga al menos una brizna de testosterona,
al que tú has mirado a los ojos durante
cinco segundos de esa manera que tú sabes mirar no ha soñado contigo todas la
noches? Por Dios, seguro que él está pensando en ti ahora.
-No sé Marga, es posible, pero hace
tanto que no estoy con un hombre…-
-Chica, pues no dejes pasar más tiempo;
ve y atrápalo. A éste no le dejes escapar, por favor.
- ¡No hables así Marga!, por favor, no
estoy tan desesperada.
El sábado Adela se levantó temprano,
desayunó café solo, con tostadas, después de darse una larga ducha se vistió, despacio,
eligió una blusa blanca muy ceñida, una falda gris marengo muy corta, medias
oscuras y zapatos negros de tacón. Se puso laca, ahuecó su larga melena negra
sobre los hombros y se maquilló minuciosamente. Antes de salir echó una última
mirada espejo, sus ojos de color verde intenso brillaban radiantes, deseaba
estar muy guapa cuando él la volviera a ver.
A las diez treinta subió al tren. Colocó el bolso sobre sus piernas para sacar
el móvil, dudó y volvió a dejarlo en el asiento vació junto a ella, estaba
deseando de llamarle, pero no se atrevía. Por fin, después de dudar varias veces, tomó
el móvil y marcó el número.
-Su voz sonó casi infantil, tímidamente
dijo: Si… Hola… Soy Adela… del Puerto de Santa María… ¿te acuerdas de mí?... ya
sabes… el otro día en el tren…-
Mario respondió sin que a ella le diera tiempo a completar su
frase: -¡Si!, claro, por favor, cómo no iba a acordarme de ti. ¿Cómo estás?...
me alegra mucho oír tu voz de nuevo. -
-Bueno, verás, -dijo ella bastante
azorada y poniéndose roja como la grana- es que voy de camino a Sevilla, y pensé
que… bueno… no sé… igual, si no estás demasiado ocupado…, quizás podríamos
vernos.
-Por supuesto –replico él ipso facto-
dime a qué hora llegas, pasare a recogerte donde me digas. ¿Vienes en tren?-
-Sí. Creo que estaré en Santa Clara
dentro de unos treinta minutos. Pero no tienes que molestarte. Podemos quedar
en algún sitio a la hora que te venga bien.
-No, no es molestia, por Dios, salgo
ahora mismo para allá.-
-De acuerdo. Pues… Hasta ahora entonces.-
Mario la acompaño toda la mañana, mientras
ella hacía sus compras, después de comer pasearon cogidos de la mano bajo el
frescor de las arboledas del Parque de María Luisa, dieron de comer a las
palomas, arrojaron migas de pan a los peces desde una barquita de recreo en el
estanque y, al atardecer, sentados en un banco de la Plaza de España Mario le
confesó que no había dejado de pensar en sus lindos ojos verdes desde el día
que la conoció. Ella, con la mirada incendiada lo abrazó y rozó sus labios con
los suyos. Se fundieron en un profundo abrazo, enredados ambos en un largo beso
bajo los últimos rayos de sol.
Siguieron viéndose todos los sábados, y
antes de que hubiera transcurrido un año, Mario se trasladó definitivamente a
casa de Adela para vivir con ella.
Seis meses después se casaron en el
juzgado del Puerto. Arturo, un compañero de trabajo de Mario, y Marga, la amiga
y jefa de Adela, fueron los testigos del enlace. No asistió nadie más a la
boda. A medio día fueron a comer a un
lujoso restaurante, tomaron marisco fresquísimo y varias botellas de fino
Pavón.
Mario, que había encargado la víspera
una gran tarta, hizo la señal convenida
al metre, aparecieron dos camareros que la depositaron en una mesa auxiliar
junto a la pareja mientras sonaba por los altavoces del comedor la marcha de Wagner,
los novios hicieron los honores con una alfanje de plata y Arturo les inmortalizó
disparando varias fotos con una lujosa cámara digital, que luego les regaló. Todos
los clientes del local aplaudieron, mientras ellos, de pié, se besaron
apasionadamente.
No hubo luna de miel, porque Mario
estaba muy atareado trabajando en un caso muy importante. Decidieron que ya
viajarían más adelante. Así que, aquel día, aparte de la inesperada marcha
nupcial y la tarta, no hubo mucho de especial. Ni siquiera se vistieron de gala
para la ocasión; el llevaba un traje gris cruzado, de los que usaba a diario, y
ella lució un bonito vestido blanco con discretos volantes de seda, y un bonito
tocado de organza con una pluma y dos perlas de nacar.
Adela volvió a mirar la pantalla del
móvil, inclinó la cabeza y miró el fondo de la copa mientras sonreía levemente,
¡Qué más daba! –Musitó-, lo que queríamos los dos era casarnos –se dijo
melancólica-.
Miró el reloj de pared, marcaba las once
menos diez. -Si a las once no ha llamado le llamaré yo-, pensó decidida. Se
sirvió otra copa de vino.
Vivian en un bonito chalet, muy cerca
de la playa y del centro urbano, en una bonita y tranquila zona de chalets, a
un tiro de piedra de Vista Hermosa, una de las zonas más lujosas de la ciudad.
A Adela le encantaba vivir en aquella
casa, y a Mario le venía muy bien la tranquilidad del barrio para concentrarse
en su trabajo, de vez en cuando debía desplazarse y permanecer varios días
fuera, para asistir a los juicios en los que defendía a algunos de los muchos
clientes del bufete en el que trabajaba desde que se licenció en Derecho.
A través de internet tenía acceso al
servidor de su empresa y a los expedientes que necesitaba, preparaba
concienzudamente los pleitos trabajando en el despacho que habilitó en la
diminuta habitación que había al fondo del salón.
Compartían muchas horas del día. Se
levantaban temprano. Todas las mañanas del año, a las ocho en punto, Mario
salía a correr por la carretera de Rota durante un par de horas, cuando volvía, mientras tomaba una ducha, ella
preparaba el desayuno y lo servía en el salón, en una mesita pequeña junto al amplio
ventanal orientado al sureste, por el que entraban los cálidos rayos del sol de
la mañana.
Al atardecer daban un largo paseo hasta el puerto
deportivo. Bajaban por una vereda, casi oculta por la vegetación, hasta una
pequeña cala, y se sentaban sobre el casco de una vieja barca de pesca
abandonada en la playa, para contemplar las puestas de sol. Eran muy felices.
Pero, desde hacía un par de meses, algo
había cambiado. Mario a penas sonreía y, a veces, ella notaba una extraña
expresión en su mirada que la inquietaba. Antes él siempre estaba alegre, era
bromista, espontáneo y zalamero con ella. Sin embargo ahora su mirada era fría
y distante, se enfadaba por todo, ya no la perseguía por la casa para hacerle
bromas, apenas hablaban, y cuando ella le preguntaba si le pasaba algo, él contestaba,
gritando:
-Deja de preguntarme, ¿qué es lo que
tiene que pasarme?, haces que me sienta
mal. Odio que te quedes mirándome ahí parada, y que pases el día cabizbaja y
entristecida. Yo estoy bien, ¡quizás eres tú la que está mal!... y yo no me paso
el día preguntándote qué te pasa. ¡Olvídalo por favor!.-
Y volvía a encerrarse en el despacho
dando un portazo tras de sí.
El mes anterior había recibido un mail
del bufete en el que le daban instrucciones para que se encargara de un nuevo caso,
ésta vez en el extranjero. Cuando se lo dijo a ella estaba muy excitado y
nervioso, no le explicó a su mujer de qué se trataba exactamente, solo dijo que
era algo muy importante, que supondría un gran paso en su carrera, así que, iba
a dedicarse en cuerpo y alma a prepararlo y apenas tendría tiempo para otra
cosa.
Pasó muchas horas encerrado en el despacho,
día y noche. Apenas se veían en las comidas. Por las noches se quedaba dormido
en el sillón y ya no salía a correr por las mañanas, no se afeitaba, pasaba el
día en pijama y dejó de acompañarla en sus paseos al puerto deportivo.
Pero, extrañamente, el mismo día en que
debía marcharse, se comportó de un modo muy diferente. Ese día se levantó muy
temprano, preparó él mismo el desayuno, luego cortó algunos pensamientos rojos y amarillos del arriate
del jardín y los puso en un pequeño jarrón de cristal que colocó con mimo en el
centro de la mesa. Subió al dormitorio y la besó repetidamente en la frente
hasta que ella despertó, luego bajaron a desayunar en su rincón favorito, y él
hizo bromas sobre la cantidad de azúcar que ella solía poner en su taza.
Su rostro estaba mucho más sereno,
incluso se le veía feliz.
Adela pensó que quizás le vendría bien
éste caso tan importante. Seguramente,
si lo ganaba, volvería a ser el hombre encantador que siempre había sido.
Miró de nuevo el reloj, eran más de las
once, tomó el móvil, e iba a marcar el número cuando recordó que aún no había
leído el mensaje, así que, pulsó varias teclas, seleccionó el último SMS y lo
abrió:
“Habla con Paul Sartre. 28B.Belgas, él
sabe, confía solo en él. Te quiero Eli. Ten cuid ”
Se incorporó de un salto sobre el
respaldo de la silla y parpadeó varias veces antes de volver a leer aquellas
palabras. Pero… ¿Qué es esto?... Debe de tratarse de un error… ¡Seguramente alguien
debe de haberse confundido de número!
Volvió a la bandeja de entrada y
comprobó el número del remitente, no era el de Mario, pero solo podía ser su
marido el que enviaba aquel mensaje, estaba segura de ello porque nadie,
absolutamente nadie, la llamaba Eli, solo él la llamaba así.
II
Arturo, tendría unos cincuenta años de
edad. Su mirada profunda y el brillo especial de sus expresivos ojos azules
hacían que pareciera mucho más joven.
Exceptuando su pelo, que ahora era cano
y escaso, a Adela le pareció que no habían pasado los años por él. Además,
estaba mucho más delgado, lo que le hacía parecer más alto. Y llevaba una
magnífica camisa de seda blanca, seguramente hecha a medida, adornada con un
par de bonitos gemelos de oro con pequeños granates engastados, y un sujeta corbatas
a juego, con un águila dorada en el centro, que lucía imponente sobre aquella
magnífica corbata de raso negro surcada por finas líneas multicolores. Iba
enfundado en un caro y flamante traje de color gris marengo de un suave paño de
primerísima calidad.
Arturo se acercó a ella sonriente y la
abrazó. Hacía unos minutos que Adela había llegado a la cafetería del
aeropuerto. Lo esperaba nerviosa, deseando subir cuanto antes al Airbus que
debía llevarlos a Lyon.
-Hola Adela, ¿Cómo éstas?... Perdona el
retraso, tuve que pasar por la oficina para dejar resueltos un par de asuntos.-
-Oh claro…, no importa…, falta más de
una hora para que salga nuestro vuelo, tenemos tiempo más que suficiente para
embarcar.
-Me alegra volver a verte… lamento que
tenga que ser en estas circunstancias…
-Siento haberte involucrado en ésta
historia, Arturo, pero… no tenía nadie más a quien recurrir.-
-No tienes que excusarte Adela. No iba
a dejar que fueras sola a Lyon. Además… tu marido y yo somos amigos desde hace
mucho tiempo…
-Si, es verdad. Es que estoy muy
preocupada. Esperaba que tú pudieras explicarme lo que está sucediendo, por eso
te llamé anoche. Me puse muy nerviosa, no sabía qué hacer. Seguramente todo es
un mal entendido, pero no puedo quedarme aquí esperándolo, él me necesita, sino
no me habría mandado ese mensaje.
-Sí, lo entiendo… y tranquila… seguro que
todo tiene una explicación. Probablemente él ya está viajando hacia aquí. Quizás
deberíamos esperar un poco más antes de salir en su busca, incluso es posible
que nos crucemos con él en el camino, pero sé que no estás dispuesta a quedarte
aquí sentada hasta que llame o aparezca, así que, no se hable más, nos vamos a
Lyon.
Por cierto hace un rato he vuelto a
marcar su número y sigue apagado o fuera de cobertura.-
-Sí, así es, yo tampoco he dejado de insistir.
Es extraño, si se le hubiera extraviado o averiado con toda seguridad me habría
telefoneado desde el hotel, o desde cualquier cabina telefónica, para decírmelo.
No, no se trata de eso Arturo, realmente creo que Mario se encuentra en apuros.
-No sé qué decir Adela….-
-Además, tengo la impresión de que lo
envió antes incluso de terminar de escribirlo, porque la última palabra está
incompleta. Mira, trascribí el mensaje a ésta nota de papel.
-Déjame ver… “28B.Belgas. Te quiero Eli. Ten cuid”
-Es extraño, realmente no dice mucho, y
sí, la última palabra está incompleta, aunque es evidente que pretendió
escribir fue ¡ten cuidado! Pero… ¿De qué tendrías que cuidarte?, ¿ten cuidado
de qué?... o ¿de quién?... y Qué puede significar “28b.belgas?”. Hmm… déjame
pensar… parece una dirección… los franceses, a diferencia de nosotros, escriben
el número antes que la calle. Podría ser… el número veintiocho de Boulevard des
Belges.
Si, podría ser, el Boulevand des Belges
es una gran avenida de Lyon. Está al lado del jardín botánico de la Cabeza de Oro,
este es el parque más grande de Lyon, y creo incluso que de Francia. Su nombre
proviene de una tradición según la cual un tesoro, más concretamente una cabeza
de un Cristo esculpida en oro macizo, habría sido enterrada allí.-
-¿Cómo sabes eso?, ¿conoces Lyon?-
-Sí, me concedieron una beca Erasmus
durante el segundo año de carrera, en la Universidad Jean Monnet. Viví durante nueve
meses en la residencia La Cotonne, en Saint Etienne, muy cerca de Lyon.-,
-Ahh, vaya, mucho mejor, qué casualidad,
entonces hablas francés ¿no?-
-Sí bueno, hace mucho tiempo que no lo
practico, pero seguro que no tendré ningún problema para entenderme con los
franceses. Y supongo que aún seré capaz de moverme con cierta soltura por Lyon,
solíamos ir mucho a esa ciudad, ya sabes, a divertirnos, a tomar unas copas... -
- Me alegra oírte decir eso. Entonces ¿Puede
que se trate de la dirección del hotel en el que Mario estaba alojado?-
- No, no. Él estaba en el Mercure Lyon Wilson,
en la rue Mazenod, puedo asegurarlo porque yo mismo hice la reserva. Pero,
ahora que lo pienso, el hotel tampoco está muy lejos de Le Parc de la Tête
d’Or.
Espera, salgamos de dudas,
comprobaremos exactamente qué hay en esa dirección del bulevar de los belgas,
llamaré a la oficina para que alguien haga averiguaciones al respecto. Un
segundo…
¿Sí…?, Hola María. Soy Arturo. Hazme el
favor de escribir una dirección en google, a ver qué aparece, si, escribe 28
Boulevard des Belges.
Sí, espero… ( ),
Ah…, está bien. Gracias. Nada más. Hasta
luego María.
Adela, según parece, la dirección corresponde
a un Museo de Historia Natural, concretamente al Acuarium Musée Guimet.
Ahora tenemos claro lo que significa
ésta parte del mensaje.
Pero… ¿qué tiene que ver Mario con ese museo?-
-¿En qué estaba trabajando mi
marido?... Si es que puedes darme esa información. Por supuesto ya sé que
tenéis prohibido hablar de estas cosas, pero… dadas las circunstancias… creo
que podrías hacer una excepción.-
-Bueno, verás, solo puedo decirte al
respecto que, Mario debía entrevistarse en Lyon con un importante activista de
la organización Greenpeace que debía aportarnos información y ciertas pruebas
cruciales, para documentar un procedimiento de justicia internacional que estamos
a punto de iniciar. Pero no sé quién es esa persona, ni donde tendría lugar la
entrevista, de veras, solo sé que debía celebrarse en secreto, el miércoles
pasado, o el jueves a más tardar.
Por eso tu marido tenía el billete de
vuelta para ayer viernes, debía tomar un vuelo en el aeropuerto de Saint
Exupéry a las siete de la mañana. Tenía prevista su llegada a Sevilla hacia las
doce del medio día.
Supongo que, antes de nada, habría
pasado por la oficina para informar de su gestión. Y, en circunstancias normales,
habría estado en vuestra casa a media tarde.
Al no presentarse imaginé que habría
decidido invertir el orden y que seguramente pasaría por la oficina hoy. Cuando
me llamaste, me alarmé, no quise comentarte nada hasta que tuviera alguna
información más, pero creo que debes saberlo, después de hablar contigo llamé al
hotel Mercure, y la recepcionista me aseguró que Mario dejó la habitación el
miércoles a medio día. Luego llamé a la compañía con la que debía haber volado,
ellos me aseguraron que no se había recibido ninguna petición de cambio de hora,
o de fecha, o de cancelación de la reserva correspondiente a ese billete, y que,
aunque efectivamente seguía figurando en la lista de pasajeros que debían
embarcar ayer mañana en el vuelo IB334, no se había ocupado dicha plaza. Ni
tampoco figuraba esa identidad en ningún otro vuelo. También hice
averiguaciones en otras cinco o seis compañías que tienen vuelos regulares
Madrid-Lyon, pero no figuraba en ninguna de sus listas de embarque.
Así es que no sé nada de tu marido
desde el martes, cuando me llamó desde aquí mismo minutos antes de partir para
Lyon, entonces todo parecía seguía su curso con normalidad.
La verdad es que no imagino que haya
podido sucederle, por eso me ofrecí a acompañarte. Anoche no te conté nada de
esto, cuando volvimos a hablar para confirmar la reserva del vuelo. No quería
preocuparte. Pero ahora creo que es mejor que sepas todo esto.
-¡No es posible!-
-¿Qué no es posible? ¿A qué te
refieres?-
-¿Me
estás diciendo que él sabía que regresaría ayer a casa?...
-Si-
- Pero, a mí me dijo que serían al
menos un par de semanas. ¿Por qué iba a mentirme?, no tenía porque hacerlo… Bueno,
estábamos atravesando un mal momento en nuestra relación… él ha estado muy raro
últimamente, pero nunca pensé que… -
-Bueno, no te martirices, insisto en
que Mario debe tener una buena razón para actuar así, puede que pensara que iba
a necesitar hacer más averiguaciones, que necesitaría más tiempo para conseguir
la información que fue a buscar.-
-No, eso no tiene sentido, si hubiera
supuesto que iba a quedarse más tiempo, te lo habría comentado… a ti al menos
te lo hubiera dicho.-
-Adela, tú sabes que nuestro trabajo…
es… especial digamos. Nosotros disponemos de total autonomía en la gestión, no
tenemos que cumplir horarios, podemos ir
o venir, hacer o deshacer, tenemos total flexibilidad para planificar el
trabajo a nuestro antojo, disponemos de autorización para utilizar cuantos
medios creamos necesarios sin reparar demasiado en gastos. A nosotros solo nos piden soluciones,
resultados…, victorias. Estamos… obligados, por así decirlo, a concluir
favorablemente el noventa y nueve por ciento de los casos que se nos
encomiendan. La mayoría de las veces
debemos actuar más como detectives privados que como abogados.-
-Sí, sí, lo sé, por supuesto, y nunca
tuve problemas con eso. No me importa que Mario deba desaparecer de vez en
cuando, para hacer su trabajo. Que tenga que ir o venir sin dar cuentas de ello.
Yo no pido explicaciones, nunca las pedí, porque a cambio puedo pasar más
tiempo con él.
Lo único que digo es que, si pensaba,
como así parece, que su estancia en Lyon iba a prolongarse, tú deberías saberlo, porque supongo que sería
normal que hubierais hablado de ello. En algún momento tuvisteis que decidir la
fecha de regreso para formalizar la reserva con la compañía aérea. Antes me has
dicho que tú personalmente te encargaste de esa gestión, eres su compañero y su
jefe, a ti no te ocultaría nada que tuviera que ver con su misión en Lyon.
-Tienes razón Adela. Pero yo solo
intento explicarte que estoy convencido de que Mario tiene una buena razón para
hacer lo que quiera que esté haciendo. También estoy preocupado, como tú, por
supuesto, ya son demasiadas cosas las que no cuadran en ésta historia.
Me pregunto por qué dejaría el hotel el
miércoles a medio día. También he comprobado que él último cargo que se produjo
en su tarjeta de crédito de empresa corresponde a la factura de cargo del Hotel
Mercure. No hay ningún otro cargo posterior. Ni reintegros en cajeros de banco,
ni nada de nada.
Es de suponer que se habrá instalado en
otro hotel. Por si acaso he dejado instrucciones en la oficina, para que
comprueben si se produce algún movimiento en esa tarjeta. De ser así, lo
sabríamos inmediatamente y podríamos saber dónde se encuentra aproximadamente.-
-Muy bien pensado Arturo. Pero lo que
más me preocupa ahora es el mensaje. Aunque Mario siga en Lyon. Aunque esté
alojado en otro hotel. Aunque no haya utilizado esa tarjeta de crédito. Pero ¿por
qué me envió ese mensaje?. Y, sobre todo ¿qué diablos significan esos nombres y
números?...
¡Puede estar en peligro! ¿Sabes? Creo que,
pensándolo bien, deberíamos llamar a la policía para denunciar su desaparición.-
-Adela, tranquilízate, creo que es
mejor esperar hasta mañana. De todas formas la policía nos dirá que volvamos a
llamarles cuando hayan transcurrido más de 72 horas. Es lo normal en éstos
casos.-
-De acuerdo, de acuerdo, tienes razón
Arturo.
Ahora Deberíamos ir hacia el mostrador
de facturación Adela, son ya las diez y cinco, y nuestro vuelo sale en apenas cuarenta
minutos.-
A la hora prevista el avión despegó con
rumbo a Lyon. Adela, no estaba a acostumbrada a volar, evitaba hacerlo porque
padecía de cierto grado de claustrofobia, así que cerró los ojos y tensionó
fuertemente todos los músculos de su cuerpo hasta que el aparato dejó de rodar
por la pista y comenzó a elevarse en el aire.
-¿Te encuentras bien Adela?-
-Ufff. Sí, ya me encuentro mejor. Es
que no puedo evitarlo, me ponen enferma estos cacharros.-
-Sí, es difícil acostumbrarse, a mí
también me pasa, ¿Necesitas algo?, ¿Quieres que te traiga alguna bebida?...-
-No, pero tengo que ir un momento al
aseo, los nervios me producen unas ganas irresistibles de orinar, lo siento,
tengo que salir. Por favor, ¿Puedes dejarme pasar un segundo?-
-Claro, claro. Cómo no.-
Mientras
Adela estaba en el aseo, Arturo extrajo del bolsillo de su chaqueta una pequeña
libreta y repasó rápidamente las anotaciones de la última página:
Mario Bernard.
200, Quai Charles de Gaulle.
Telf.: +33 472 44 70 00,
Sábado 19:30 horas.
Volvió a guardar la libreta en un
bolsillo, justo unos instantes antes de que Adela volviera a ocupar de nuevo su
asiento junto a una de las ventanillas.
-¿Estás mejor?-
-Sí, no te preocupes. Lo peor es tener
que hacer escala en Barajas, aterrizar, volver a despegar y aterrizar de nuevo
en Lyon. ¡Dios!, espero poder hacerlo sin sufrir un ataque de nervios, menos
mal que vamos juntos, sola no habría podido hacerlo. Muchas gracias Arturo.-
-Oh vamos, vamos, ya hemos hablado de
eso, por Dios no tienes que agradecerme nada… Pero dime una cosa Adela, antes
me insinuaste que estabais pasando por un mal momento en vuestra relación, ¿qué
ocurre?-
-Pues… verás, realmente no lo sé, desde
hace un par de meses está muy raro. Nervioso, agobiado, preocupado…, no sé lo
que es…, intenté que hablásemos de ello varias veces y fue peor, insistió en
que no le pasaba nada, incluso insinuó que él pensaba que era yo la que estaba
pasando por un mal momento. No sé, lo achaqué a cuestiones de trabajo. Lleva
más de dos meses así, y está peor desde que recibió instrucciones, tuyas
supongo, para encargarse de éste trabajo en el que está inmerso ahora. Ha
pasado muchas horas recluido en su estudio, durmiendo en un sillón, sin apenas
salir para nada. Yo estaba esperanzada en que cuando diera por acabado éste
caso todo volvería a la normalidad. Pero ahora, no sé…
Es que se ha estado comportando de un
modo muy extraño…, por ejemplo…, hace un par de semanas le escuché, por
casualidad, mantener una conversación con voz queda en la que me pareció oírle
decir algunas palabras en francés. Se lo referí durante la cena y,
sorprendentemente negó haber mantenido dicha conversación. Es absurdo, yo sé
que esa conversación había sido real, no me lo imaginé, te lo aseguro. No sé
cómo interpretarás tu eso, pero a mí me parece muy extraño.-
-Bueno, espero que pronto saldremos de
dudas, en cuanto hablemos con él verás como todo se aclara.-
-Pues sí…, la verdad, lo estoy deseando.-
-Bueno… ¿Y tú?..., ¿Cómo estás?...,
¿Hay ya alguien especial en tu vida o aún te resistes a sentar la cabeza?-
-No, no es eso, no me resisto a nada,
simplemente sigo esperando a la mujer de mi vida. Sé que, un día de éstos
aparecerá.-
-Claro, claro, pero no seas demasiado
exigente Arturo, corres el riesgo de que cada vez te resulte un poco más
difícil encontrarla, porque con los años te irás haciendo más selectivo, y te
costará más trabajo aceptar a alguien con quien compartirlo todo.-
-Lo
sé. Pero ¿qué puedo hacer? He de seguir esperando. No voy a aferrarme a la
primera que encuentre, por comodidad o por temor a envejecer solo, aún tengo
tiempo… Sé que ella aparecerá cualquier día de estos…-
-Claro, estás muy joven, no aparentas
tu verdadera edad, además, se ve que te cuidas, has perdido mucho peso desde la
última vez que te vi, hará dos…,-
-¡Tres!. Son casi tres años ya. Fue en
una caseta en la feria de Sevilla. Lo recuerdo perfectamente-
-Sí, cómo olvidarlo, pasamos la noche
bailando y bebiendo manzanilla los cuatro. Y ¿qué fue de aquella chica que te
acompañaba?-
-Bueno…, lo pasamos bien…, pero
comprendí que no era “Ella”.-
Los dos rieron y luego se quedaron en
silencio un buen rato perdidos en sus pensamientos. ¿Qué habría sido de Mario?
Adela se quedó dormida, estaba muy cansada,
no había pegado ojo en toda la noche. Cuando se despertó, el avión había
iniciado ya la maniobra de aproximación.
III
A las diecisiete horas y cincuenta y
cinco minutos exactamente el avión tomo tierra en el aeropuerto de Lyon. Treinta
minutos después un taxi se detuvo en la esquina entre Cours de la Liberté y Rue
Mazenod. El conductor, un joven rubio de rasgos caucásicos y cabeza rapada, al
que le faltaba un trozo del lóbulo de su oreja derecha, bajó rápidamente y
abrió el portamaletas. Arturo le ayudó a dejar las maletas sobre el suelo de la
pequeña placeta que daba acceso a la puerta principal del hotel Mercure. Adela
entró en el establecimiento y se dirigió hacia un pequeño mostrador situado al
fondo a la izquierda, la recepcionista, una chica morena de pelo rizado, le
sonrió amablemente. Iba a preguntarle si tenían dos habitaciones disponibles,
pero no llegó a hacerlo, sobresaltada volvió la cabeza instintivamente y se
quedó mirando a Arturo, que acababa de entrar transportando las dos maletas. El
corazón le dio un vuelco, y sin decir palabra se abalanzó hacia la puerta del
hotel y desapareció corriendo.
El taxi se había marchado ya, en ese
momento doblaba la esquina de Rue Mazenod con la Avenida Víctor Augagneur que
discurre paralela al Ródano.
Arturo que había tardado unos segundos
en reaccionar, corrió tras ella. Pero Adela volvía ya sobre sus pasos,
sofocada, con el rostro enrojecido.
-¿Qué ha pasado Adela? ¿Por qué
corrías?
- ¡¡¡Mi bolso...!!!-
-¿Qué?-
-El bolso Arturo. ¡No lo tengo. Se ha
quedado en el taxi!.. -
-¿Cómo es posible?-
-¡Dios!... Ese conductor detuvo el
coche ahí mismo, junto a esa señal de dirección prohibida a ciclistas, como mi
puerta quedó bloqueada por la señal, tú saliste delante de mí, por la otra
puerta trasera, y cogiste mi bolso para que yo pudiera salir ¿no?... pensé que
te habías quedado con él. Que aún lo tenías. ¡¡¡Joder, joder, joder!!!.-
-¡No Adela! Yo volví a dejarlo en el
asiento, después de que tú salieras. Luego tuve que ayudar al taxista a descargar
las maletas. Te vi entrar en el hotel y supuse que lo llevabas tú.-
-No, no... ¡Dios mío!, yo estaba segura
de que te habías quedado con él. Que lo tenías tú… ¿Y ahora qué hacemos?... Me
he quedado sin documentación…, sin tarjetas…, sin dinero… ¡Que desastre!-
-Bueno, bueno, no te preocupes. En
cuanto el taxista se dé cuenta del error volverá. Y, de todas formas, si no
vuelve, localizaremos la compañía a la que pertenezca el taxi y ellos se
pondrán en contacto con el conductor. Veras como rápidamente se resuelve el
problema.
Ahora estate tranquila, volvamos al
hotel por favor. Lo que sí deberías hacer cuanto antes, es llamar para que
bloqueen las tarjetas de crédito, es mejor evitar sorpresas.
-Sí, volvamos al hotel, llamaré a Visa,
y al número de atención al cliente de mi banco.-
-Todo
irá bien Adela, verás cómo dentro de un momento vuelve el taxista y se
soluciona todo.-
-No sé Arturo, la verdad no creo que
ese individuo vaya a devolverme el bolso por su propia voluntad, llevaba en la
cartera más de tres mil euros. Es mucho dinero.-
Volvieron a entrar en la recepción del
hotel. La recepcionista les miró extrañada. Arturo le explicó lo ocurrido.
Tras confirmarles que dispondrían de
dos habitaciones libres les pidió que cumplimentaran la ficha de registro,
luego la chica les preguntó si querían que llamara a la policía. Arturo
respondió que no debía hacerlo aún, entregó su móvil a Adela para que hiciera
las llamadas y preguntó a la empleada si había visto el taxi que les había
traído al hotel. La chica contestó que no se había fijado y que además sería
difícil localizarlo. Si ellos no disponían de algún dato que pudiera
identificar el vehículo o la compañía a la que pertenecía el taxi sería casi
imposible dar con él.
-Está bien, muchas gracias, esperaremos
aquí en recepción si no le importa. El taxista seguramente ya se habrá dado
cuenta y aparecerá en cualquier momento para devolver el bolso de la Señora. No
se preocupe.-
Luego se dirigió a Adela y le dijo:
-Creo que es mejor que tú esperes aquí
hasta que el taxista regrese, pero yo debería salir a ver si encuentro alguna
pista, recorreré los hoteles de la zona, puede que tu marido esté alojado en
alguno de ellos.
Tu teléfono se quedó en el bolso, así
que deberías anotar mi número por si tienes que llamarme desde aquí. ¿De
acuerdo?-
-Sí, claro, está bien, esperaré en la
habitación hasta que vuelvas, pero antes de marcharte me gustaría pedirte un
favor.-
-Por supuesto, cualquier cosa.-
-Se trata de que expliques a la
recepcionista la desaparición de mi marido y le pidas que me permita entrar un
momento a la habitación que ocupó él. Me gustaría echar un vistazo…, nunca se
sabe… Sé que la habrán limpiado, pero aún así, puede que encuentre algo, no sé…,
alguna anotación, una pista suya, qué se yo…. ¿Puedes hacerlo, por favor?
-Sí, sí, ahora mismo.-
Tras una larga discusión, Arturo consiguió que la empleada accediera a
su petición.-
-Bueno, ha costado trabajo convencer a
la chica, pero aquí tienes la llave de tu habitación, la 201. Y ésta otra, la
213, es en la que estuvo Mario. Hemos tenido suerte de que no esté ocupada hoy,
de no haberlo estado no te abrían permitido entrar.
De todas formas, la chica dice que
debes devolverla lo antes posible, ¿de acuerdo?-
-Muchas gracias Arturo, no sé que
habría podido hacer aquí sin ti, gracias, de verdad.-
-Por favor, no insistas, es un placer
ayudarte. Te veo en un par de horas. Hasta luego Adela.-
-Hasta luego Arturo y, no olvides llamarme
inmediatamente si averiguas algo.-
Adela sonrió a la recepcionista, tomó
el ascensor y subió a la segunda planta. Solo tuvo que andar un par de metros
para encontrar su habitación, abrió la puerta y empujó con fuerza la maleta,
que rodó sobre el suelo produciendo un ruido sordo, que retumbó en medio del
silencio sepulcral sobresaltándola. Volvió a cerrar la puerta de su habitación
y se adentró en el oscuro laberinto de pasillos enmoquetados en busca de la 213.
Avanzó muy rápidamente, sabía que él no
estaría allí, pero necesitaba comprobarlo. En mitad del pasillo más alejado
encontró el número que buscaba, con el pulso acelerado abrió la puerta e
irrumpió en la habitación. Tendría unos dieciséis o diecisiete metros
cuadrados. Al fondo, tras dos cortinas de color granate unidas por un visillo
blanco transparente que ocupaban toda la pared, podía verse un gran ventanal
que daba a la calle Mazenod, delante de él una cama de gran tamaño con colcha
blanca y cobertor del mismo color que las cortinas, a ambos lados de la cama
sendas mesillas de noche, y delante de ella, en mitad de la pared, un moderno televisor
de plasma de grandes dimensiones. Debajo de éste, un escritorio sobre el que
habían colocado una cesta de mimbre envuelta en papel celofán transparente que
contenía frutas y dulces. Al lado había apilados varios folletos impresos a todo
color y una lámpara de mesa con pie negro y tulipa blanca en forma de cilindro,
en la parte inferior derecha una puerta de pequeñas dimensiones daba acceso al
mini bar, entre el escritorio y la cama una confortable silla forrada en piel
de color oscuro, y en el rincón, delante de las cortinas, junto a una lámpara
de pie, un sillón forrado en piel del mismo color que la silla. Todo estaba
limpio e impecablemente ordenado.
Echó un vistazo al cuarto de baño. No
parecía haber nada fuera de lugar, todo absolutamente normal, como cabía
esperar.
Miró en los cajones de la mesita, bajo
la cama, dentro del armario, entre los folletos del escritorio… Nada… Una simple
habitación de hotel ordenada y dispuesta para ser ocupada, imposible hallar
algo allí que pudiera darle una pista.
Se sentó en la cama, descorazonada
permaneció en silencio unos minutos. Desde que subió al avión había deseado
entrar en aquella habitación, y ahora que por fin estaba allí no tenía nada.
Sintió que se le iban a saltar las lágrimas,
y aunque quiso impedirlo no lo pudo evitar, sucumbió al cansancio y lloró
amargamente durante un largo rato.-¿Dónde está?... ¡Dios mío!... ¿Dónde está mi
marido?-, gritó desesperada.
Cuando se encontró más tranquila
regresó a su habitación, abrió la maleta y extrajo de ella un pequeño neceser,
retocó su maquillaje deteriorado por el llanto, respiró profundamente, y volvió
a la planta baja.
Devolvió las llaves de las habitaciones
y preguntó gesticulando a la chica de recepción si se sabía ya algo de su
bolso, ante la negativa optó por sentarse en uno de los sofás del hall a
esperar.
Miró su reloj de pulsera. Las
diecinueve treinta. Arturo no había llamado y el taxista no daba señales de
vida, estaba muy nerviosa, pensó que lo mejor sería salir a la puerta a fumar
un cigarrillo.
Sobre la pared acristalada que daba
acceso al hotel podía leerse en grandes letras rojas: MERCURE LYON WILSON, y
más abajo, Accor Hotels. Adela encendió el cigarrillo y tras dar un par de
caladas empezó a tranquilizarse. Se fijó en la señal de prohibición de
circulación de biciclos empotrada en la acera. A ambos lados de ésta habían
instalado unas barras metálicas, de unos cincuenta centímetros de altura para
evitar que los vehículos invadan el acerado. Se dio cuenta de que si el taxi se
hubiera detenido entre la señal y la barra más alejada, ella podría haber
salido por la puerta del asiento posterior derecho donde estaba sentada.
-Si ese cretino hubiera estacionado ahí
su vehículo yo tendría ahora mi bolso, ¿Cómo es posible que ese chico sea tan
estúpido?,- se dijo -, debería haber
pensado que al dejar el coche más atrás, la primera barra y la señal me
impedirían abrir la puerta.
Bueno… ya no tiene remedio.-
Volvió a entrar y se sentó de nuevo,
tomó una de las revistas que había esparcidas encima de una mesita baja y se
entretuvo un rato mirando las fotografías.
-¡Las ocho menos diez! Arturo está
tardando demasiado, y mi bolso sigue sin aparecer, ¡Me va a dar algo!- murmuró.
Se levantó y, aproximando su mano
derecha a la cara en un gesto que simulaba un aparato de teléfono, indicó a la
recepcionista que necesitaba telefonear, la chica le entregó un inalámbrico, en
el que previamente pulsó una tecla para que el aparato conectara con la línea
exterior. Adela extrajo del bolsillo de su chaqueta el papelito en que había
anotado el móvil de Arturo y marcó los números, se oyeron todos los tonos de
llamada pero no contestó. Espero unos minutos y volvió a insistir, ésta vez
tampoco hubo respuesta, así que volvió a sentarse y optó por seguir esperando.
Un hombre de mediana edad, que vestía
traje negro, entró por la puerta principal, la saludó con una inclinación de
cabeza y se dirigió hacia el fondo del hall, intercambió unas palabras con la muchacha de pelo rizado, ambos miraron
hacia donde ella se encontraba y comentaron algo en voz baja.
Adela comprendió que era la hora del
cambio de turno y el hombre venía a sustituir a la chica que, al cabo de un
rato, salió por una puerta auxiliar. El hombre se quedó de pie tras el
mostrador, simulando revisar algún documento mientras la miraba de reojo.
Empezaba a sentirse incómoda. El nuevo
recepcionista se había colocado unas pequeñas gafas y no le quitaba los ojos de
encima, ella seguía sentada en el mullido sofá de piel marrón situado frente al
mostrador ojeando la revista y para acomodarse, poco a poco, se había ido
dejando caer contra el respaldo, de forma que la falda negra que llevaba puesta
había quedado replegada hacia atrás dejando al descubierto, la casi totalidad
de, sus largas y atractivas piernas, así que, al comprender el motivo por el
cual el hombre la miraba tan interesado, rápidamente se incorporó, puso los dos
pies en el suelo, encorvó la espalda y entrelazó ambas manos por delante de las
rodillas, el hombre arqueó las cejas, seguramente lamentando el cambio de
postura de ella y se sentó en una silla oculta tras el mostrador.
A las nueve y media Arturo entró en el
hall.
Adela se levantó apresuradamente y se
dirigió a su encuentro.
-Gracias a Dios… ya empezaba a
preocuparme. Llevo toda la tarde aquí sentada sin poder hacer nada. ¿Has
descubierto algo?-
-No. Nada. Pero traje un par de sándwiches,
supuse que no habrías cenado aún.-
-Oh, gracias, muy amable. Pero dime
¿Dónde has estado?-
-Bueno, estuve caminando durante un
buen rato, pregunté en varios hoteles de la zona, inesperadamente me encontré
ante las puertas de la gendarmería del distrito, por un momento dudé si debía
hablar o no con la policía pues habíamos quedado en no hacerlo hasta mañana o
pasado, no obstante decidí que no perdíamos nada por adelantar acontecimientos
así que entré y pregunté por el inspector de guardia, le informé de la supuesta
desaparición de tu marido y, aunque me aseguró que intentarán localizarlo, insistió
en que no es procedente considerar el caso aún, no obstante fue muy amable
telefoneando a todos los hospitales de la ciudad, por suerte, no está ingresado
en ninguno de ellos. Comprobó, así mismo,
los partes de ocupación hotelera de la
noche anterior y ni rastro de Mario.
Les expliqué también lo que sucedió con
el bolso, rellené y firmé en tu nombre un formulario haciendo constar el hecho,
el inspector me explicó que no debería denunciarlo como robo pues no fue
sustraído sino olvidado por descuido nuestro en el taxi, de todas formas ordenó
a un agente que telefoneara a las principales compañías de taxis de Lyon,
lamentablemente ninguna de ellas tiene constancia de una carrera desde el
aeropuerto al Mercure entre las cinco y media y las seis de ésta tarde, le di
la descripción del conductor que nos trajo al hotel, me mostraron varias
fotografías de delincuentes fichados que podrían tener ese perfil pero tampoco
hubo suerte, aunque, seguramente, el hecho de que su oreja estuviera
parcialmente mutilada quizás ayude a encontrarlo. Lo siento, no pude solucionar
nada, de momento.
Y tú, ¿Qué tal?, ¿encontraste algo en
la habitación 213?-
- No, nada, absolutamente vacía, es lógico, el servicio de limpieza ordenó
concienzudamente la habitación, así que, si Mario dejó algún documento o
anotación que pudiera habernos dado una pista, ésta ya ha desaparecido.-
-Lo siento Adela, se que estás muy
preocupada, espero que pronto puedas hablar con tu marido… ahora, creo que lo mejor que podemos hacer es
irnos a dormir, debes estar cansada y mañana tenemos que levantarnos muy
temprano para seguir las pesquisas.
Si te parece bien, pediré al
recepcionista que nos llame a las siete de la mañana, aquí todo el mundo
comienza su jornada muy temprano, debemos aprovechar todo el tiempo del que
dispongamos.-
-Sí, de acuerdo, tomaré el sándwich que
trajiste y alguna bebida del mini bar en mi habitación, gracias por el detalle,
hasta mañana.-
.. Y… por cierto, olvidé preguntarte
¿porqué no contestaste al teléfono?, te llamé un par de veces, serían las ocho,
más o menos.-
-Ah, lo siento, me exigieron que
apagara el móvil mientras estaba en la comisaria. Ya sabes… protocolo de
seguridad… después olvidé volverlo a encender, ¡Menos mal que me lo has
recordado! Gracias y buenas noches.-
Arturo se quedó en recepción para
recoger la llave de la habitación y su maleta, Adela salió del ascensor, entró
en su habitación y se detuvo pensativa apoyando la espalda en la puerta que
acababa de cerrar tras de sí; era muy extraño, no comprendía por qué Arturo le
había dicho que había tenido que apagar el móvil en comisaría, no era posible.
De haberlo tenido desconectado, cuando ella llamó habría saltado el contestador,
o se hubiera escuchado aquello de: “el terminal al que llama está apagado o
fuera de cobertura”, en cambio había escuchado todos los tonos de llamada las
dos veces.
Además no había oído nunca que hubiera
que apagar los móviles en ninguna comisaría.
Quizás, lo que sucedía era que Arturo
no había solicitado el roaming internacional a su operador de telefonía, pensó,
pero no, tampoco podía ser eso, recordó que ella había utilizado ese móvil para
anular las tarjetas de crédito.
Alguna explicación habrá, se dijo, ahora
estoy cansada y no puedo pensar con claridad.
Tomó una botella de agua del mini bar,
apuró el sándwich y se acostó.
IV
A las siete y cuarenta y cinco de la
mañana del domingo Adela apareció nerviosa en el hall del hotel, llevaba un vestido
corto y ceñido de color crema que se ajustaba a su escultural cuerpo como un
guante, y unos zapatos de tacón corto del mismo color marrón que el pequeño
bolso que colgaba de su hombro derecho.
Echó un vistazo rápido al reloj de
pulsera y miró inquieta a su alrededor buscando a su compañero de viaje. Habían
extendido unas mamparas correderas de madera de unos dos metros de altura para
separar la recepción de la zona habilitada para desayunos así que, desde donde
estaba, no pudo ver a Arturo que, desde hacía unos quince minutos, la esperaba
sentado en uno de los veladores con mantel blanco que rodeaban una mesa central
ovalada de grandes dimensiones sobre la que habían colocado jarras que
contenían café, leche y zumos variados y varias bandejas repletas de dulces y
pequeños paquetes de mantequilla.
Caminó hacia la puerta principal y se detuvo
durante unos segundos mirando hacia el exterior, suspiró recordando el motivo
por el que ahora se encontraba en aquella ciudad, ¿Qué podía estar pasándole a
Mario? ¿Dónde estaría ahora? ¿Habría abandonado la ciudad? Quizás había vuelto
a casa y ahora él intentaba localizarla a ella, quizás la habría llamado a su
móvil, lástima que lo hubiera perdido en el taxi, pensó que debería hablar con
su amiga Marga, no le había contado nada de lo sucedido y además necesitaba que
alguien pasase por casa por si llegaba alguna carta de su marido o alguien telefoneaba
dándole una pista de su paradero. Al volverse se dio cuenta de que Arturo le
hacía gestos con ambos brazos en alto, así que se dirigió apresuradamente hacia
donde se encontraba él. Mientras avanzaba hacia la mesa se dio cuenta de que
éste seguía sus movimientos con manifiesto interés, con esa mirada bobalicona
que ponen los hombres cuando ven a una mujer exuberante, pensó que de un
momento a otro se le caería la baba sobre el mantel y ese pensamiento fugaz le
hizo sonreír mientras lo miraba a él, Arturo también sonrió mientras se
levantaba para acercarle una silla al velador.
- Buenos días Adela, estás muy guapa,
te sienta muy bien ese vestido.-
- Oh, gracias Arturo, a estas horas de
la mañana no creo que ninguna mujer pueda sentirse demasiado guapa.-
- Pues tú deberías ser la excepción que
confirma la regla. ¿Has dormido bien?-
- Bueno, no demasiado bien, me costó
conciliar el sueño, creo que, a lo sumo, habré dormido un par de horas,
necesito un café bien cargado.-
- Ahora mismo te lo traigo. ¿Quieres
tomar también uno de esos cruasanes?-
- Si, por favor, con mantequilla.-
Arturo volvió a la mesa con el desayuno
y se quedó callado mirando a Adela mientras ella tomaba el café negro humeante
a pequeños sorbos.
Por fin dijo: -Son las ocho y diez, he
pensado que, si a ti te parece bien, podríamos visitar en primer lugar el
Parque de la cabeza de Oro, eso nos llevará una hora aproximadamente, hacia las
diez podríamos caminar por el Boulevard de los Belgas en dirección al número
veintiocho para comprobar si en esa dirección existe algún domicilio, si no es
así podemos visitar el museo si ello fuera posible, podemos preguntar por Mario
a los empleados del Guimet, debe haber alguien que sepa de él allí, de otra
forma no te hubiera indicado esa dirección .-
-Sí, es buena idea. Tengo la corazonada
de que hoy ocurrirá algo importante que nos llevará a él. Ojalá sea así.-
A las nueve menos diez, un taxi les
dejó en el Boulevard de la Bataille de Stalingrad, ante una de las siete puertas
que dan acceso al Parc de la Tête d’Or, anduvieron por las principales avenidas del gran
recinto atravesándolo de Este a Oeste, se adentraron por la Alameda de Chemín
de Fer, siguieron por Allée de la Voliére, Allée de Pré Fleuri y la Alameda de
la Ceinture. Adela caminaba inquieta, mirando a todos lados y observando
ansiosa el rostro de los viandantes, corredores de footing y ciclistas que se
cruzaban en su camino, intentando reconocer en alguno de ellos el rostro de Mario,
Adela empezaba a perder la esperanza así que poco antes de las diez ambos
abandonaron el parque por la puerta de hierro forjado en la que desemboca Allée
du Parq Aux Daims. Caminaban ya por una de las amplias aceras del Boulevard des
Belges en dirección al río, cuando Adela se detuvo en seco, apretó con fuerza
el brazo izquierdo de su acompañante y se quedó mirando fijamente hacia la
bifurcación de la Rue Duquesne. Un hombre alto de complexión atlética, de pelo
corto y moreno, que vestía un traje gris claro, salió de un concesionario de automóviles
Ranault situado en la acera más alejada de donde ellos se encontraban, el
hombre avanzó con presteza y giró por la primera esquina a su izquierda
desapareciendo por la calle Paul-Michel Perret.
-¡Es él!, ¡Es Mario!, Arturo creo que acabo
de ver a mi marido saliendo de aquel establecimiento.-
Adela, sin pensarlo dos veces corrió
como una exhalación hacia donde creyó ver a Mario sorteando el intenso tráfico
que circulaba a esas horas, avanzó a grandes zancadas entre decenas de claxon y
chirridos de ruedas de vehículos cuyos
conductores se veían obligados a frenar para no atropellarla. Casi había
alcanzado la acera del concesionario de automóviles cuando reparó en una
motocicleta que, circulando a gran velocidad, se aproximaba directamente hacia
donde ella estaba, comprendió que no podría esquivarla así que instintivamente
extendió hacia delante ambos brazos para intentar amortiguar el golpe, durante
un instante le pareció que los ojos del conductor la miraban fijamente. El
motorista hizo una pirueta de emergencia, frenó bruscamente, la motocicleta
derrapó e hizo que la máquina girara sobre su eje colocándose transversalmente
a la vía y totalmente inclinada, casi rozando el suelo con el manillar
izquierdo, avanzó violentamente hacia ella derrapando sobre sus dos ruedas,
ella intentó saltar por encima de aquél bólido que se le venía encima para
evitar el inminente impacto, y así lo hizo, pero no pudo evitar que la máquina
la alcanzara golpeándola en los pies, giró en el aire sobre sí misma hacia
delante y cayó, de espaldas, sobre el asfalto. El conductor apoyó su pierna
izquierda en el suelo, tiró hacía arriba de la motocicleta que por fin se había
detenido tras perder la inercia que la impulsaba, sorprendente e
inesperadamente, recuperó el equilibrio y, sin detenerse en ningún momento, se
alejó a toda velocidad.
El conductor de un gran furgón blanco
que circulaba detrás de la motocicleta tuvo que frenar en seco, los neumáticos
chirriaron y el parachoques del vehículo se detuvo a solo unos centímetros del
cuerpo inmóvil de la mujer, el hombre bajó del furgón y gesticulaba levantando
los brazos y moviendo la cabeza increpando al motorista.
Arturo que había presenciado el
accidente desde la acera corrió hacia donde se encontraba Adela, se abrió paso
entre los conductores de los coches más próximos al accidente algunos de los
cuales se habían arremolinado alrededor del cuerpo de la mujer, se acercó a
ella y comprobó que respiraba aunque estaba inconsciente, aparentemente no tenía
ninguna herida ni sangraba, intentó incorporarla sujetándola por los hombros
pero un hombre de mediana edad le puso una mano sobre el hombro impidiendo que
lo hiciera, dijo que era médico y que no se preocupara que una ambulancia se
encontraba ya de camino y que sería mejor no mover el cuerpo de la accidentada
porque probablemente tuviera alguna fractura de importancia.
El sonido estridente de una ambulancia
comenzó a oírse a lo lejos y poco después tres sanitarios colocaban una camilla
en el suelo, mientras dos de ellos chequeaban las constantes vitales de Adela
el tercero obligaba a los curiosos, que se habían acercado demasiado, a dejar
libre el paso hasta la unidad móvil. Arturo leyó la tarjeta identificativa que
colgaba de una cinta en el pecho de uno de los dos hombres que atendían a la
mujer: Medicien Dr. Sartre, le preguntó
por el estado de Adela, el hombre comentó que aún no era posible conocer la
gravedad del estado de la mujer mientras colocaba un collarín de goma espuma
blanco en el cuello de Adela, luego le inyectó alguna sustancia en el brazo y comentó
en tono tranquilizador:
-No se preocupe, se pondrá bien ¿es
usted familiar de ella?-
-No, no, soy un amigo, estamos en Lyon
por asuntos de trabajo.-
-Está bien, si quiere acompañarnos suba
a la ambulancia, hemos de trasladarla rápidamente al Hospital.-
-De acuerdo, gracias. Por supuesto iré
con ella.-
Dos coches de policía y otra ambulancia
se detuvieron a pocos metros de ellos, bajaron varios agentes, dos de ellos se
dedicaron inmediatamente a restablecer el tráfico y obligaron a los curiosos a
abandonar el lugar, otro informó, por radio, de la situación a su central y otros
dos comenzaron a hacer preguntas a algunos de los testigos presenciales que se
ofrecieron voluntariamente a declarar. Mientras los sanitarios introducían la
camilla en la ambulancia uno de los gendarmes, el que parecía ser de mayor
rango y vestía de paisano, recogió los objetos esparcidos por el suelo y volvió
a ponerlos dentro del bolso de la mujer, se dirigió a Arturo y le pidió que se
identificara y le explicara qué relación tenía con la mujer atropellada, este
le entregó su carnet de identidad y le comentó que eran amigos y estaban
pasando unos días de vacaciones en la ciudad, el inspector le alargó el bolso
que había recogido del suelo y comentó que dentro de él no había encontrado
ninguna documentación.
-Monsieur, soy el inspector Montgne, Loui
Montagne, si no le importa, me quedaré con su “carte entidée”, no se preocupe,
se lo devolveré más tarde. Debo confirmar también la identidad de su amiga así
que le daré escolta hasta el centro hospitalario. Debo hacerle algunas
preguntas, si lo desea puede acompañarme en mi coche.-
-Perdone inspector pero, si usted no
tiene inconveniente, preferiría acompañar a Adela en la ambulancia, debería
estar a su lado cuando recupere la consciencia en cualquier momento.-
-Claro Monsieur, entiendo que desee
permanecer al lado de su amiga, no hay problema, hablaremos en el hospital,
suba por favor, deben partir ya.-
Mientras tanto el otro coche policial había
encendido la sirena y se alejó velozmente en persecución del motorista huido.
A las nueve y veintidós minutos, la
ambulancia llegó a toda velocidad al Hôpital
médical des Charmettes, uno de los establecimientos de Croix Rouge
Francaise, en Rue Viavert, a menos de dos kilómetros del lugar del accidente. Dos
enfermeros y un médico se hicieron cargo de la camilla en la que transportaban
a Adela y desaparecieron rápidamente tras una gran puerta automática. Arturo no
pudo acompañarlos porque un celador le prohibió el paso, así que se quedó, de
pie, ante la puerta tras la cual había desaparecido Adela sin saber muy bien
qué hacer, iba a girarse cuando sintió que alguien se le acercaba por detrás,
era el inspector Montagne.
-Debe estar tranquilo Monssieur, ella
está en buenas manos. ¿Le apetece tomar un café?-
-Sí, estaría bien, gracias.-
-Acompáñeme, por favor, esperaremos a
que los médicos nos den alguna noticia del estado de su amiga ¿…?-
-Adela, su nombre es Adela.-
-¡Adela!, es cierto, olvidé que antes
mencionó su nombre, ¿Cuáles son los apellidos de ella?, supongo que los sabe
usted ¿No, Monsieur Cuesta?-
-Ehhh, sí, claro, Huarte, Huarte…
Fernández, creo que su segundo apellido es Fernández.-
-Está bien, mientras veníamos hacia acá
hice un par de llamadas, sé que es usted abogado y periodista, director del
departamento jurídico de Rocha & Asociados, también sé que se aloja en el
Hotel Mercure y que llegaron a Lyón ayer tarde al aeropuerto de Saint Exuperí
sobre las dieciocho horas, pero aún no sé nada de la persona que le acompaña. Dígame,
su amiga, Adela ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su profesión?-
-Bueno, ella no trabaja ahora, dejó su
plaza de Psicóloga en una escuela infantil cuando se casó.-
-Ah, entonces ¿sigue casada o está
divorciada o separada? Y… perdóneme la indiscreción… ¿Mantienen ustedes una
relación sentimental o simplemente son amigos?-
-No, no, ella está casada con Mario un
compañero y amigo del bufete, precisamente vinimos aquí para encontrarnos con
él-
-Entiendo, y ¿Dónde está él ahora,
Monsieur?-
-Vera, intentaré explicárselo en pocas
palabras.-
-No se preocupe, puede extenderse en su
explicación, no hay ninguna prisa, pero dígame antes los apellidos de su
compañero y amigo Mario, por favor.-
-Claro, Mario Kovac Ruiz.-
-¿Kovac?... Creo que ese apellido es Ruso
o quizás Ucraniano ¿Su padre es ciudadano ruso o de algún otro país del Este?-
-No sabría decirle, nunca me habló de
su familia.-
-De acuerdo, de acuerdo, prosiga con su
relato por favor Monsieur Cuesta.-
-Bien, pues, sucede que Mario vino a
Lyon el martes pasado, por cuestiones de trabajo, debía entrevistarse con una
persona de la cual no conozco ni su nombre ni su paradero, lo único que sé es
que debería aportarle información crucial en un caso importante pero desde el
miércoles ninguno hemos vuelto a saber de él. Adela está muy preocupada, supone
que algo le ha podido suceder y decidió venir a buscarlo, me pidió que la
acompañara en este viaje y así lo he hecho.-
-Comprendo, pero ¿por qué no han
denunciado aún la desaparición de Mario?-
-Verá inspector, no sabemos realmente
si ha desaparecido, Adela está preocupada porque él no la ha telefoneado, pero
Mario es una persona muy profesional e independiente que se toma su trabajo muy
en serio, por eso creo que él no está desaparecido sino absorto en su
investigación, quizás ahora esté volando hacia España, seguramente su teléfono
se averió o puede que, simplemente no quisiera llamarla a ella, creo que todo
esto es solo un malentendido, pero, aun así, no podía negarme a acompañarla.-
-Ya. Entonces usted supone que él
estará absorto en su trabajo y, seguramente, no deseaba llamar a su esposa,
¿Cree usted que tenían problemas sentimentales o algo así?-
-No estoy seguro, Adela me comentó que
últimamente había estado muy raro, por eso creo que realmente estaban
atravesando un mal momento en su matrimonio.-
-Entiendo, pero ¿él le comentó algo al
respecto?, si son amigos y compañeros sería normal que él le hubiera comentado
algo a usted.-
-No, él no me comentó nada sobre ese
particular.-
-De acuerdo. Y, dígame, ¿Cómo sucedió
el accidente?, ¿Cómo es que su amiga fue atropellada? ¿Dónde estaba usted en
ese momento?-
-Fuimos al parque de la Cabeza de Oro,
pensábamos que quizás Mario podría estar allí, cuando salimos para dirigirnos
al Museo Guimet, ella creyó verlo saliendo de un concesionario de automóviles
en la acera de enfrente de donde nos encontrábamos, corrió en su busca sin
esperar a que el semáforo cambiara de color, no pude detenerla, cuando
reaccioné ya había sucedido todo.-
-Entonces vieron al marido de la Señora
Huarte salir de ese concesionario y por eso ella corrió a su encuentro. ¿Es eso
lo que sucedió?-
-No. Bueno… no sabría decirle, yo no vi
a nadie inspector, no sé si Adela vio a Mario realmente o a alguien que se le
parecía, el caso es que ella creyó que era él y por eso corrió en esa
dirección.-
-Sí, entiendo, quizás ella se confundió
de persona, aunque yo puedo asegurarle Monsieur que reconocería a mi esposa a
un kilómetro de distancia, bueno… ella es bastante… ¿cómo le
diría?...voluminosa, ya sabe, un cuerpo grande es difícil de confundir, pero
bueno no estamos hablando de mi querida esposa y aún no conozco el aspecto del
señor Kovac, no sé si sería fácil o difícil reconocerlo a esa distancia, De
todas formas si su esposa dice que le vio es muy posible que así fuera, las
mujeres son muy observadoras y bastante mejor fisonomistas que los hombres.
Otra cosa, Monsieur, según parece el
motorista que la atropelló huyó del lugar a toda prisa después del accidente
¿Pudo ver usted la matricula de la motocicleta u observó algún detalle que
pueda ayudarnos en la investigación?-
-No, todo pasó tan deprisa que no pude
fijarme en nada más, solo la vi a ella saltando por encima de la motocicleta,
luego los vehículos que se detuvieron alrededor me impidieron ver nada más,
siento no poder ayudarle en eso.-
-De acuerdo, no se preocupe, daremos
con ese motorista, no le quepa la menor duda. Le importaría decirme por qué
habían decidido visitar el Guimet, ¿Acaso esperaban encontrar a Mario allí?-
-Pues vera inspector, olvidé
mencionarle que el viernes pasado Adela recibió un mensaje de texto en su
móvil, cree que lo envió su marido desde un número de teléfono desconocido, en
él solo indicaba la dirección de ese museo y, al parecer, le advertía de que
tuviera cuidado, no decía nada más.-
-Ahhh, bueno, eso me parece motivo
suficiente para que la señora Huarte decidiera venir en busca de su marido ¿No cree
usted Monsieur?-
-Sí, puede ser, pero como le comenté a
ella, el mensaje no provenía del número de móvil de Mario, así que no podemos
saber quién lo envió, de hecho yo mismo, a veces, he recibido mensajes
equivocados, es fácil bailar un número con esas pequeñas teclas.-
-Claro, es cierto, lleva usted razón
Monsieur, yo también he recibido algún mensaje equivocado, pero supongo que
lógicamente llamarían a ese número después de recibirlo ¿No?-
-Sí, así es, lo hicimos varias veces,
pero nadie contestó a las llamadas.-
-Así que, no pudieron comprobar quién
hizo ese envió; entonces, por ahora, no podemos descartar la posibilidad de que
fuera su amigo quien lo envió. De momento supondremos que lo hizo él.
¿Anotó usted ese número? Quizás
podríamos indagar quién es el titular de la línea. -
-No, lo siento, no vi el número y ahora
será difícil conocerlo porque Adela olvidó el bolso en un taxi y dentro estaba
su teléfono.-
-Vaya, así que también le desapareció
el bolso a la señora Huarte, son muchos acontecimientos en apenas dieciséis
horas, Adela ha tenido muy mala suerte en nuestra ciudad. Supongo que habrán
denunciado la desaparición de ese bolso, ¿es así Monsieur?-
-Bueno, no fue realmente una
desaparición, lo olvidamos en el taxi, fue un descuido por nuestra parte, no
hubo intención por parte del taxista de quedarse con él, así que esperamos que
en cualquier momento lo devuelvan al hotel.-
-¿Qué contenía el bolso?-
-Pues, ya le dije inspector, el móvil,
tarjetas de crédito, la documentación y, según dijo Adela, unos tres mil
euros.-
-Oh, vaya, es usted muy ingenuo, si
cree que alguien le devolverá un bolso que contiene esa cantidad de dinero
Monsieur Cuesta, muy ingenuo.-
Un médico accedió a la cafetería y
preguntó en voz alta si alguno de los presentes había venido acompañando a la
señora que había sido atropellada por una motocicleta.
Arturo se levantó inmediatamente y se
dirigió hacia donde estaba él.
-Doctor, dígame, ¿Cómo está Adela?-
-Es usted la persona que vino
acompañándola en la ambulancia?-
-Sí soy yo ¿Cómo está ella doctor?-
-La paciente aún se encuentra en estado
de inconsciencia, recibió un fuerte golpe en la espalda. Tiene una costilla
rota y una lesión en la columna cervical a la altura de las C3 y C4, la
costilla fraguará por sí sola, pero necesita de una intervención quirúrgica
inmediata para reparar esas vértebras en la columna cervical, posiblemente sea
necesaria la implantación de un disco cervical artificial.
Ya se están haciendo los preparativos
en el quirófano, y necesitaríamos una autorización de un familiar para poder
hacerlo ¿es usted su marido?-
-No, no, somos amigos, llegamos ayer de
España, su marido también está en Lyon pero, de momento, está ilocalizable.-
-Pues señor, he de pedirle que, si no
tiene usted inconveniente, firme la autorización para que podamos operarla, en
éste momento es usted la persona más allegada a ella y es imprescindible actuar
a la mayor brevedad.-
-Sí, sí, de acuerdo, no hay problema,
firmaré esa autorización inmediatamente.-
-Acompáñeme por favor iremos a mi
despacho para formalizar los trámites.-
-Perdón señor comisario, si no desea
nada más, tengo que acompañar al doctor.-
-No se preocupe, vaya, vaya con el doctor
y, tome mi tarjeta, llámame si recuerda algo que crea que debe decirme. Aquí
tiene su documentación.
Ah, necesitaría su número de móvil, ya
sabe, por si tengo que volver a hablar con usted.-
-Claro, claro, cómo no, tome mi tarjeta.
Hasta luego inspector.-
-Disculpe, le voy a pedir un último
favor Monsieur, le llevará solo un segundo, me tomé la libertad de rellenar
éste formulario de denuncia en su nombre, solo necesito que describa brevemente
lo acaecido en el lugar del accidente y firme al final de la hoja.-
-Está bien inspector, deme ese
formulario. Perdone Doctor será solo un momento.-
-Escriba con letra legible por favor.-
-Aquí tiene inspector. ¿Alguna cosa
más?
-Nada más, muchas gracias por su
colaboración.
Hasta luego Monsieur Cuesta, y recuerde,
no olvide llamarme si recuerda algo más o decide abandonar la ciudad en
cualquier momento.-
-De acuerdo así lo haré.-
V
Adela abrió los ojos lentamente, le
pesaban terriblemente los párpados, tenía seca la garganta y la lengua pegada
al paladar. Aunque seguía aturdida, no tardó en recordar lo que había sucedido.
En el ambiente se percibía un olor dulzón y fresco muy agradable que le
recordaba a las tardes de lluvia en verano. Una luz tenue iluminaba la estancia
y todo lo que sus ojos alcanzaban a ver era de color blanco. Inmediatamente
comprendió que se hallaba en una cama de hospital.
Podía percibir que no estaba sola, notó
que había alguien más en la habitación, muy cerca de ella. Intentó mirar hacia
ese lado pero algo le sujetaba el cuello y la barbilla impidiendo que pudiera girar
la cabeza.
Arturo, que había permanecido sentado
junto a la cama, desde que la trasladaron a aquella habitación, se puso en pie
y se acercó para que ella pudiera verlo.
-Hola Adela. Aquí estoy. Tranquila.
¿Cómo te sientes?-
-Bien, bien.-
-No intentes girar la cabeza, te han
colocado un inmovilizador cervical.-
-De acuerdo, no lo haré, de todas
formas mi espalda parece como si estuviera flotando.-
-Debe ser por la anestesia.-
-¿He estado en un quirófano? ¿Por qué?
¿Qué es lo que tengo? ¿Es grave? Apenas siento las piernas y los brazos.-
-Has salido del quirófano hace un par
de horas pero no tienes que preocuparte, el doctor dice que todo irá bien, solo
necesitas reposar para recuperarte. Tienes una costilla rota y una lesión en
las vertebras cervicales.-
-Dios mío Arturo, siento como si me
hubiera caído una losa de hormigón encima. Aquella motocicleta… debí esperar a
que cambiara el semáforo para cruzar la calle… fue una imprudencia por mi
parte… pero bueno, al menos ahora se que Mario sigue en la ciudad y, lo que es
más importante, a juzgar por su aspecto está sano y salvo.-
-Pero…, no podemos asegurar que la
persona a quien viste fuera tu marido, podría tratarse de cualquiera, a esa
distancia y de espaldas es difícil asegurar que se trataba de Mario.-
-¿Cómo sabes que le vi de espaldas
Arturo? Recuerdo haberte dicho que acababa de verlo salir del establecimiento
de automóviles, pero en ningún momento te dije qué dirección había tomado
después de salir.-
-Oh, bueno, es de suponer que, fuese
quien fuese, quien salió del concesionario y que a ti te pareció que era Mario,
debía caminar en dirección opuesta a donde nosotros nos encontrábamos, si no
hubiera sido así el hombre habría presenciado el accidente, te hubiera visto cuando
esa motocicleta te atropelló y, en ese caso, se hubiera detenido a mirar como
todo el mundo hizo, te hubiera reconocido el a ti o incluso yo lo habría visto
a él mientras corría al lugar del accidente. Por eso pienso que tuvo que
caminar en dirección opuesta y que seguramente giró al llegar a la esquina
próxima antes de que todo sucediera.
-Si, es verdad, mientras yo corría
hacia él desapareció por la calle transversal. Perdóname Arturo, no quería ser
descortés contigo, pero es que todo esto me parece tan extraño, ya no sé qué
pensar, estoy confundida, realmente no sé si fue a él a quien vi.-
-Bueno, no te preocupes por eso ahora,
después de todo has tenido mucha suerte, ese bólido podría haberte matado.
Afortunadamente, dentro de lo que cabe, estás bien, eres fuerte y te
recuperarás, lo que ahora necesitas es descansar y reponerte cuanto antes de
esas fracturas. Mientras tanto yo seguiré buscando a Mario. El doctor dice que
debes permanecer en cama, al menos durante toda ésta semana y parte de la
próxima.-
-¡Qué remedio me queda! ¿Has hablado ya
con la policía?-
-Si, con un inspector, un tal Loui
Montagne, estuvo en el lugar del accidente haciendo preguntas, luego nos siguió
escoltando la ambulancia que te trasladó, estuvimos charlando en la cafetería
del hospital, me hizo preguntas sobre ti y sobre Mario, le expliqué por qué
estamos en la ciudad, le hablé del mensaje que recibiste en tu móvil y de que
esa es la razón por la cual nos dirigíamos al museo Guimmet cuando fuiste
atropellada.-
-Está bien, espero que ahora la policía
haga su trabajo y encuentren a mi marido. ¿Qué hora es?-
-Son casi las tres de la tarde, la
operación duró menos de dos horas, te trasladaron a planta alrededor de las
doce del medio día. Ahora debo avisar a la enfermera de que despertaste de la
anestesia.-
-Bien, además necesito ir al baño, no
puedo resistir más las ganas de orinar.-
-De acuerdo, yo me marcho ahora Adela,
te dejo mi tarjeta sobre la mesita, llámame si tienes el más mínimo problema
aquí, quiero pasar por la tienda de automóviles antes de que cierren,
comprobaré si Mario estuvo allí realmente. Avisaré a la enfermera al salir.-
-Muy bien Arturo y… gracias por todo,
no sé que habría sido de mi si no me hubieras acompañado.-
-Oh, vamos, no insistas en darme las
gracias, ya hemos hablado de eso. Ahora descansa. Volveré por la mañana.-
Arturo salió y al cabo de unos minutos
apareció una joven enfermera en la habitación, se acercó a Adela y le colocó un
termómetro en la axila, luego se inclinó hacia delante colocando su cara muy
cerca de la de ella y sonrió amablemente.
-Hola ¿Cómo se siente? ¿Está mareada?
¿Tiene alguna molestia?-
-Oh, vaya, qué sorpresa, hablas muy
bien español.-
-Si claro, es que yo también soy
española, de Segovia.-
-Dios mío, qué pequeño es el mundo.-
-Si. ¿Cómo se siente?-
-Muy bien, eso creo… pero necesito ir
al baño ahora.-
-Está bien, le traje una cuña para que
pueda orinar, no es aconsejable que se incorpore ahora.-
-Gracias, ya no podía más.-
-Y ¿Cómo es que viniste a parar a éste
hospital?-
-Llegué
a Lyón hace cinco años. En esa época el gobierno francés necesitaba cubrir más
de ocho mil plazas de enfermería, yo solicité una y… aquí estoy.
Esta mañana, miré la ficha de su
ingreso, me llamó la atención el que fuera de nacionalidad española, así que estaba
deseando poder hablar con usted, es muy gratificante poder utilizar mi lengua
natal, hace más de un año que estuve por última vez en España.-
-Ha sido una suerte conocerte, yo a
penas conozco cuatro o cinco palabras del idioma francés. Hubiera sido desesperante
no poder comunicarme con nadie durante el tiempo que deba permanecer aquí.-
-Sí
ha sido una suerte, aunque siento mucho que tenga que ser en estas
circunstancias.-
-Me llamo María.-
-Encantada de conocerte María y me
alegro de que estés aquí, todo me
resultará más fácil.-
-Por supuesto, para cualquier cosa que
necesite solo pregunte por la infirmière García, de todas formas yo estaré
pendiente de su evolución, supongo que aún nos veremos durante muchos días por
aquí.-
-Según parece, creo que tengo para rato
en este hospital. ¿Cuándo cree que podré marcharme?-
-Todo dependerá de la evolución del
implante cervical, si no hay complicaciones en cuatro o cinco días podrá
ponerse en pie y caminar, aunque deberá llevar ese collarín cuatro o cinco semanas
más, el mismo tiempo que la costilla rota tardará en soldar.-
-¿Me han colocado un implante?-
-Así es, un disco intervertebral
artificial.-
-Y después de ese tiempo ¿podré moverme
con normalidad?-
-Por supuesto, con el tiempo todo en su
cuerpo volverá a funcionar como siempre.-
-Es desesperante pensar que debo
permanecer postrada tantos días, vine a buscar a mi marido a ésta ciudad y
ahora no podré hacer nada para encontralo.-
-Entonces el señor que acaba de salir ¿No
es su marido?-
-No, es un amigo y compañero de él,
vinimos aquí porque Mario ha desaparecido en ésta ciudad, estaba en Lyón por
cuestiones de trabajo, es abogado, hace unos días me envió un mensaje de móvil
en el que daba a entender que tenía problemas, Arturo y yo vinimos inmediatamente.
Mario se marchó del hotel pero no ha tomado ningún vuelo para España,
precisamente estoy en ésta situación porque esta mañana le vi a lo lejos, corrí
hacia donde él estaba y al atravesar la calle me atropelló una motocicleta.-
-Dios mío, cuanto lo siento y ¿Ya han
denunciado su desaparición a la policía?-
-Sí, espero que lo encuentren pronto,
ahora me siento impotente en éste estado.-
-Claro, también es mala suerte, por
desgracia los problemas nunca vienen solos. Y ¿Dónde vio usted a su marido ésta
mañana Adela?-
-Volvíamos del Parque de la Cabeza de
Oro, por la avenida de los Belgas, hacia el Museo Guimmet, miré hacia la acera
de enfrente y lo vi salir de un establecimiento comercial.-
-Entonces ahí quizás puedan darle norte
de su paradero o al menos puedan confirmarle que estuvo en ese local.-
-Si, Arturo ahora se dirige hacia allá
para preguntarles.-
-Ha dicho usted que se dirigían al
Museo Guimmet ¿Qué tiene que ver ese museo con su marido?-
-No tengo ni idea, solo sé que en el
mensaje que me envió hablaba de Avenida de los Belgas 28 y esa dirección, según
averiguó Arturo, corresponde al museo de historia Natural Guimmet.-
-Yo conozco bien el Guimmet, es un antiguo
y grandioso edificio que hace esquina, mi novio vive justo al lado del museo,
es médico, trabaja en el SAMU y precisamente fue él quien le atendió ésta
mañana cuando sufrió usted el accidente. Se llama Paul, Paul Sartre.-
-¿Ha dicho usted Paul Sartre? ¡No es
posible!-
-Si, Paul Sartre, ¿Por qué? Parece
usted sorprendida ¿Es que le conoce? Él la atendió esta mañana pero usted
estaba inconsciente, no es posible que pudieran hablar ¿O no es así?-
-Si, si, no recuerdo haberle visto
siquiera, no es por eso.-
-Entonces ¿Qué quiere decir?-
-Veras María. El mensaje que recibí no
solo hablaba de esa dirección. Mario decía textualmente: “Habla con Paul Sartre.
28 B. Belgas. Él sabe, confía solo en él…”.-
-Bueno, quizás se trata de otro Paul
Sartre. Es un apellido más o menos corriente en éste país, significa sastre en
castellano, aunque es sorprendente que la dirección de la que hablaba su marido
en el mensaje casi coincide con la suya, Paul vive en el 34 del Boulevard de
los Belgas, es extraño.
De todas formas, no se preocupe, él
vendrá a recogerme dentro de un rato, si quiere puedo decirle que pase a verla
para que pueda preguntarle si conoce a Mario.-
-Si, por favor, se lo agradecería
mucho.-
-Está bien, ahora tómese esta cápsula e
intente dormir un poco, en cuanto él llegue le haré pasar.-
-Muchas gracias María.-
-De nada, si necesita algo solo pulse este
interruptor, vendré enseguida. Hasta ahora Adela.-
-Hasta ahora María.-
Poco después de las tres y media de la
tarde María volvió a la habitación de Adela acompañada de un joven de unos
treinta años, alto, delgado, con aspecto desaliñado; vestía unos vaqueros
desgastados y una cazadora de cuero marrón, en una de sus manos portaba un
casco de motorista de color negro con un pequeño escudo dorado en un lateral y
llevaba recogida, en una pequeña coleta que colgaba por su espalda, una
abundante cabellera de pelo rizado y negro.
-Hola de nuevo Adela, quiero
presentarle a mi novio Paul.-
-Bonsoir Madame.-
-Bonsoir Doctor, quería darle las
gracias, esta mañana me salvó usted la vida.-
-No, no Madame, uniquement j’ai fait mon travail. Oh, disculpe madame, puedo hablar un
poco de español, Mary me enseña a hablar su idioma desde hace años; quería
decir que, solo hice mi trabajo, no tiene usted que darme las gracias Madame.-
-Bueno, de todas formas se lo
agradezco.-
-Merci madame. Me ha dit Mary que usted
quería preguntarme algo, ¿ce qu’il est?.-
-Si, quiero peguntarle si conoce usted
a mi marido, Mario Kovac Ruiz.-
-No Madame, no tengo el placer.
¿Porquoi demandez-vous? ¿Debería de conocerlo?-
-Bueno ya le habrá explicado María, él
se refería en su mensaje a un tal Paul Sartre, pensé que podría tratarse de
usted, además, según parece usted vive en esa dirección, el hacía referencia a
un Paul Sartre en el 28 de Boulevard de los Belgas.-
-Madame, J’habite en el número 34 del
Boluevard; el 28 corresponde a un antiguo acceso del Musée Guimmet, no vive
nadie allí actualmente.-
-¿Actualmente? ¿Significa eso que en
otra época si?-
-Así es. Je me souviens que mi abuelo
me ha contado muchas historias de su abuelo Honoré Sartre, se que fue
contratado como vigilante nocturno por Marcel Guimet el mismo año en el que se inauguró
el museo, eso sucedió allá por mil ochocientos setenta y nueve, Honoré tendría
entonces dix-huite années, le fue habilitada una estancia en el sótano del
edificio y en ella habitó hasta mil ochocientos ochenta y ocho, año en que el
museo fue cedido al goubernemet francés y comenzó su traslado a París; mi tatarabuelo
siguió employe en el museo como vigilante de día pero, a partir de ese momento,
fue obligado a laisser las dependencias del sótano en las que hasta entonces
había estado viviendo, fue en ese période cuando él conoció a su épouse Agnes y
se trasladó a vivir a la maison familiar de ella.
Las instalaciones y el propio edificio
se dedicaron, a partir de entonces, a exposiciones temáticas itinerantes nacionales
e internacionales, en mil novecientos veintiséis su hijo mayor, mi bisabuelo
Murice, fue contratado por el gobierno como ordenanza del museo, cargo en el
que ejerció hasta su jubilación en mil novecientos setenta y uno, al jubilarse
él mi abuelo Paul ocupó su plaza y, aunque fue jubilado en el noventa y tres,
ha seguido colaborando con el museo hasta que en dos mil siete el Guimet cerró
sus puertas al público, y en la actualidad sigue cerrado.-
-Entonces si que existe realmente una
importante conexión de su familia con el Museo Guimet, ¿Cúal es el nombre de su
abuelo?-
-Paul, Paul Sartre, yo fui a vivir con él a su
apartamento de B. Belgues cuando mis padres fallecieron en un accidente de
tráfico hace ahora diez años, pero él es ya un anciano de quatre vingt-un ans
de l’âge; Peut-être que su marido se refería a mi abuelo, mais il est peu
probable, mon vieux grand-père no sale de casa desde que el Guimet se cerró
definitivamente.-
-Entiendo. Y ¿Sería usted tan amable,
si es posible, de preguntar a su abuelo si conoce a Mario? Nunca se sabe, y
tampoco perdemos nada por intentarlo.-
-Oh, por supuesto madame, ésta misma tarde
hablaré con mi gran-père, a pesar de su avanzada edad se encuentra muy bien de
salud y su mente sigue siendo lúcida; si conoce a su marido él nos lo
confirmará hoy mismo. Le mantendré informada a través de Mary, madame.-
-Se lo agradezco mucho Paul, es la
única esperanza que me queda, de momento es el único hilo del que puedo tirar
para tratar de localizar a Mario.-
-D’acord, ahora debemos marcharnos
madame Huarte, ha sido un placer conocerla. Espero que encuentre usted pronto a
su marido.-
-Ojalá Paul y gracias por todo, es
usted muy amable.-
A las seis de la tarde Adela se
despertó sobresaltada, una enfermera llamó a la puerta de la habitación y
encendió la lámpara del techo, se acercó a la cama para asegurarse de que
estaba despierta e inmediatamente volvió a salir. Al cabo de unos segundos un
hombre de unos cincuenta años de edad que vestía una gabardina larga de color
beis se acercó a ella.
-Bonsoir Madame Huarte. Soy el
inspector Montange, Louis Montange. Espero y deseo que se encuentre usted bien
dentro de la gravedad de su estado. Su médico me ha informado de que la
intervención quirúrgica a la que fue usted sometida esta mañana fue un éxito.
De todas formas intentaré ser breve, no
quisiera molestarla madame, comprendo que en estos momentos lo que usted
necesita es reposo.-
-No se preocupe inspector, estoy bien,
dolorida pero bien.-
-De acuerdo madame. Estoy investigando
el accidente que lamentablemente sufrió usted ésta mañana en nuestra ciudad,
quisiera hacerle algunas preguntas si usted no tiene inconveniente.-
-Por supuesto inspector, puede usted
preguntar lo que desee.-
-Merci Madame. Ya estoy informado de
cómo sucedieron los hechos, ante todo quisiera preguntarle si pudo usted darse
cuenta de algún detalle del aspecto del piloto o de la motocicleta, ya sabe a
lo que me refiero, cualquier cosa que pudiera ayudar a identificarlos.-
-Pues, la verdad inspector, solo
recuerdo que era una máquina potente, una de esas motocicletas de gran
cilindrada, no sabría decirle la marca, solo se que era de color negro con
adornos plateados.-
-¿Pudo usted fijarse en la persona que
la conducía? ¿Se fijó usted en su aspecto?-
-Bueno llevaba un casco negro puesto,
no pude verle la cara, pero puedo asegurarle que se trataba de un hombre joven,
pude ver sus ojos y… quizás sean imaginaciones mías, pero me atrevería a
asegurar que sabía muy bien lo que hacía, mientras se acercaba a toda velocidad
tuve la sensación de que realmente deseaba atropellarme.-
-Entonces ¿Cree usted que el accidente
no fue casual? ¿Insinúa usted que se trata de un intento de homicidio?-
-No puedo asegurarlo, pero sí, es muy
posible que así fuera.-
-Y ¿Tiene usted alguna sospecha de
quién y por qué querría atentar contra su vida en ésta ciudad madame?-
-En absoluto inspector, no conozco a
nadie en Lyon, vine aquí, como usted sabrá, para buscar a mi marido.-
-Si, claro, el Señor Kovac, por
supuesto. Vera usted madame, después de salir del hospital, esta mañana,
solicité al departamento internacional una fotografía de Mario, me hicieron
llegar una copia ampliada de su carnet de identidad, más tarde me dirigí al
concesionario Renault del que, según usted, salió su marido poco antes del
accidente, hoy es domingo así que no había nadie trabajando, tuve que
personarme en el domicilio del dueño de esa empresa, ese señor me confirmó que
efectivamente pasó a primera hora de la mañana por su establecimiento y se
marchó de él hacia las diez. Pues bien, éste señor se llama Michel kovac Ruiz y
su rostro es una copia exacta del de su marido el señor Mario Kovac Ruiz.-
-¿Qué? No comprendo. ¿Qué quiere usted
decir inspector?-
-Le estoy diciendo madame Huarte que
Mario tiene un hermano gemelo, es el dueño de ese concesionario, usted creyó
que se trataba de su marido, es comprensible, ambos son idénticos.-
-¿Pero
qué…? ¿Cómo es posible? Mi marido siempre evitó hablar de su familia, supuse
que quizás fuese porque no guardaba buenos recuerdos de su infancia, pero… un
hermano gemelo y no haber sido capaz de decírmelo…-
-Así es madame. Michel me explicó que ambos
nacieron en septiembre de mil novecientos setenta y cuatro en Ucrania, más
concretamente en la ciudad de Prípyat, donde vivieron hasta que en abril de mil
novecientos ochenta y seis, cuando su padre, el ingeniero Nicolai Kovac,
falleció, entonces fueron a residir a Kiev a casa de la abuela paterna, pero en
mayo de ese mismo año, la madre de los niños, Ana Ruiz Sastre, nacida en
Sevilla, hija del arquitecto sevillano Pedro Ruiz y la pintora Denise Sartre, decidió
trasladarse junto a sus dos hijos para vivir en Lyon, en casa del abuelo Maurice,
padre de Denise.
En la primavera del noventa y uno, la
abuela Denise sufrió un infarto de miocardio y fue ingresada en una clínica. Ana,
al recibir la noticia viajó a Sevilla llevando consigo a Mario y dejando a Michel
al cuidado del abuelo. El mismo día que Denise recibió el alta médica, su hija
Ana fue a recogerla al hospital, desgraciadamente mientras volvían a casa, su
automóvil impactó con un camión de gran tonelaje y ambas fallecieron en el acto,
así que Mario tuvo que quedarse a vivir con su abuelo Pedro en Sevilla y Michel
se quedó en Lyon con el bisabuelo materno, nunca pudieron reencontrarse porque Maurice
se había enemistado años antes con su yerno y no volvieron a tener relación
durante el resto de sus vidas, así que los hermanos kovac no han vuelto a verse
desde hace casi veinte años.
-Dios mío. Es una historia
impresionante, Mario ha debido sufrir mucho. Lo que me parece incomprensible es
que, al hacerse mayores, los hermanos hayan dejado transcurrir el tiempo sin
saber el uno del otro.-
-A mi también me lo parece madame, pero
así es la vida. No obstante, tengo la impresión de que Michel no me ha contado
toda la verdad, cuando le informé de la desaparición de su hermano en Lyon no
pareció demasiado sorprendido; llevó muchos años en ésta profesión y… aunque no
estoy completamente seguro, sospecho que Michel oculta algo.
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