UNA SEPARACIÓN DOLOROSA
Había
dejado de llover por fin, pero seguía soplando el insistente y embravecido viento
que, como cada mañana durante el recién estrenado mes de enero, sacudía sin
cesar a las cientos de palmeras que jalonan el paseo marítimo, jugando a romper
paraguas, robar sombreros y arremolinar abrigos de indefensos transeúntes.
Alberto
luchaba contra aquel aire molesto, apartando de sus ojos a duras penas su logro
más preciado, el largo flequillo de color fucsia que tantas discusiones con su
padre le había ocasionado y del que él tan orgulloso se sentía. Mientras miraba
cómo el taxista se devanaba los sesos intentando acoplar todas aquellas maletas
en el portaequipajes de su auto.
Sintió
frío, e inmediatamente pensó que debía proponerse muy en serio obedecer más a
su madre. Ella, como siempre, tenía razón cuando hacía unos minutos le había
recomendado que se abrigase bien para salir, pero una vez más él había hecho caso
omiso de sus consejos y ahora, en pijama y zapatillas, lo lamentaba tiritando
en la puerta del chalet, deseando que su padre se despidiese al fin para así
poder volver a entrar en casa y sentarse junto al fuego de la chimenea.
Ángela
y León acababan de divorciarse, por eso Alberto se sentía fatal. Comprendía que
ya no vivirían más los tres juntos en aquella bonita casa junto a la playa y le
entristecía pensar que todo iba a cambiar en su vida.