jueves, 8 de octubre de 2015

Ni "nóbel" ni "rádar"... sino todo lo contrario.




Aprovechando que en sólo unos meses se darán a conocer los premios Nobel del presente año 2017, os comento que, según el Diccionario de la Real Academia Española, en el idioma castellano no existe la palabra *nóbel*.
Sí aparece en él, sin embargo, el vocablo *nobel* (pronúnciese como *papel*) cuya definición expresa el DRAE con dos acepciones:

1. [m. Premio otorgado anualmente por la fundación sueca Alfred Nobel como reconocimiento de méritos excepcionales en diversas actividades.]
2. [com. Persona o institución galardonada con este premio.]

Aunque, en principio, hemos de reconocer que el término hace referencia al apellido del ilustre científico Alfred Nobel, y puesto que los apellidos, máxime si son extranjeros, gozan de cierta flexibilidad en su acentuación y pronunciación, no debemos olvidar que, no obstante, dicha palabra *nobel* está recogida y catalogada en el DRAE y por tanto tipificada su correcta dicción para todos los  hispanohablantes. 

Es patente que existe una empecinada reticencia por parte de algunos divulgadores, medios de comunicación y otros, a pronunciar esta palabra correctamente (acentuando la "e" en vez de la "o"). Y el caso es que, existiendo otra palabra que se escribe igual (pero con -v-), véase *novel*, (adjetivo cuyo significado es: "que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en ellos") y dado que ambos vocablos se pronuncian igual (con la misma sílaba tónica), sería de esperar que el conocimiento de la pronunciación de la segunda (novel), mucho más familiar, común y prosaica que la primera (nobel), debiera facilitar, a quienes hacen de la palabra hablada y escrita su profesión, el conocimiento la correcta pronunciación del nombre de este famoso galardón.

***
Tres cuartos de lo mismo sucede con otra palabra, muy de moda en la actualidad, que vincula la velocidad de los vehículos con la economía familiar o, como antiguamente se decía, la velocidad con el tocino; me estoy refiriendo al término *radar*. 
Aunque este término provenga del acrónimo de la expresión inglesa "radio detectión and ranging" también está recogida en el DRAE y, como nobel, tampoco lleva tilde el nombre de este maldito artefacto mediante el cual la DGT expolia a los amigos de la celeridad vehicular en carretera. 
Sin embargo, también en este caso, se suele pronunciar con asiduidad "rádar" (dicho como dólar), cuando lo correcto, en castellano académico, es "radar" (declamado como nadar).

¡¡¡ Tengámoslo en cuenta, por favor !!!

martes, 29 de septiembre de 2015

Unos párrafos de mi novela "Rufo"

Hoy Monti entró en nuestra habitación a toda velocidad, echó dos vueltas de llave y se lanzó sobre mí en plancha. Sin darme tiempo a reaccionar me tapó la boca con una mano y con el índice de la otra gesticuló con vehemencia pidiéndome que guardara silencio.
Debían de haber transcurrido treinta o cuarenta minutos, a lo sumo, desde que acabamos de comer. Yo, como siempre, tras tomar el último bocado había subido al cuarto para echar una cabezada. Ya sabes, querido diario, que eso es lo que hago todos y cada uno de los santos días aunque caigan chuzos de punta. Desde luego lo último que esperaba hoy es que nadie, ni siquiera él, viniera a fastidiarme el momento más placentero del día.
Además, Monti no es de siesta, ni de sofá. A él se lo comen los nervios si tiene que permanecer echado en un colchón o sentado en una silla durante mucho rato. La verdad es que ¡nunca para quieto! 
Después de comer, si hace frío o llueve, suele quedarse en el salón grande, jugando al pañuelo o a las peleas con los demás chavales. Cuando hace calor, como ahora, baja al río a bañarse o zascandilea solo por los campos en busca de emociones.

martes, 17 de marzo de 2015

El brillante de Cuevas de la Maganta.



 (Algunas líneas de un capítulo de mi novela, en ciernes.)

Avelino era alto, desgarbado y seco como un palo y, aunque era más bien guapo que feo, daba un poco de miedo mirarle a la cara porque, estando él en penumbra, sus vivaces ojos verdes refulgían como si tuviesen brillo propio, y cuando lo veías a plena luz sus diminutas e inquietas pupilas negras se te clavaban en el sentido intimidando al más pintado.
Seguramente era por esa mirada suya tan apabullante y siniestra por lo que le llamaban el Gato, aunque es de suponer que algo tendría que ver también la barba con la que adornaba su faz: una especie de perilla rubia y lacia acabada en dos mechoncillos casi blancos, como los que tienen las chivas de los linces ibéricos, la cual, junto con sus taimados ojillos, otorgaba a su semblante un marcado aire astuto y ladino.
El Gato vivía con su madre, María Juana Pacheco, apodada la Rica porque tras enviudar a los treinta y dos años de edad heredó de su marido, Manuel Fonseca, más conocido como Manolillo el del Brillante, una finca de olivos hermosísimos y generosos, de esos que a poco que les caigan cuatro chaparradas cómo y cuándo es menester son capaces de echar doscientos kilos de aceitunas. 
El olivar, en verdad, era una bendición, a pesar de que Paca, la Rata, amiga íntima de María Juana desde la infancia, se empeñase en que aquella finca estaba maldita y le hiciese malas tripas a la viuda con la pretendida agorería: decía la buena mujer que Manolillo había muerto tan joven por haber comprado aquel campo.

lunes, 9 de marzo de 2015

lunes, 12 de enero de 2015

Cuatro patas para un banco.



Un pájaro se posó
sobre la testa de un gato,
y mi perro, desde la casa,
los miraba todo el rato.



El maullador pregunto al perrillo,
asustado y timorato,
si a él le parecería bien
llevar sobre sus lomos a un gato,
y como el perro dijo que sí
subiósele encima ipso facto.