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Un día iré a verte, Rosita, te lo
prometo. Pero aún es pronto. No es que sienta miedo de viajar a la aventura a
un lugar desconocido. Tampoco es que crea que no te conozco lo suficiente. No,
no es eso. Es solo que aún no he sido capaz. Estás tan lejos…
Recuerdo el día en el que te pedí
amistad. No sé por qué lo hice. No había una foto de perfil tuya, tú habías
subido a Facebook una bonita imagen de una puesta de sol sobre el mar, pero no
decías nada sobre ti, ni una frase, ni una descripción, ni un solo comentario.
Quizás fue la inmensidad del océano devorando a un sol agonizante sobre el
horizonte profundo, desconocido y lejano, lo que me atrapó. O quizás fue ese
sexto sentido que a veces nos empuja a lo desconocido, una corazonada, una
señal sutil proveniente de otra dimensión… vete tú a saber.
Lo que sí sé es que pronto voy a ir
a verte. Lo necesito, quiero sentir tu presencia, quiero ver tu luz, oír tu
sonido, tocar su esencia, respirar tu aire, bañarme en tu aura.
Sí, Rosita, voy a ir a México. A tu
ciudad, Rosarito. A tu calle, Bahía de Todos los Santos. Uno de estos días,
cuando menos te lo esperes, voy a ir para reunirme contigo. Y caminaremos por
la ciudad cogidos de la mano, sintiendo la brisa del mar, sonriéndonos,
besándonos, aprendiéndonos el uno al otro. Y comeremos tacos de ternera con
Salsa Pico de Gallo, sentados a la barrita de Tacos y Beers, esa taquería tan
coqueta frente al mar, en sus taburetes azules y blancos, saboreando un par de
cervezas Pacífico Clara bien frías, mientras me empapo de tu alma a través de
tus profundos ojos verdes.
Yo ya conozco tu barrio como si
viviese allí. He mirado y remirado mil veces el mapa de tu pequeña ciudad. He
rastreado cada rincón con Street view, desde el hotel Quintas del Sol hasta la
playa de la Bardita, desde Miramar a Lomas de Coronado, desde Rancho Chula
Vista hasta Magistería. Arriba y abajo, una y otra vez por la calle Del Mar, hasta
el Boulevard de Benito Juárez, y vuelta a subir hasta tu casa. Todos los días,
a las seis de la mañana, hora de España, me siento delante del ordenador y
recorro tu barrio de cabo a rabo, mientras espero que te conectes un ratito
antes de irte a dormir, para contarnos nuestro día y arrullarnos como palomas
en la red.
Tengo ganas de hacer ese viaje,
Rosita, tengo ganas de conocerte en persona. Y quizás este sea mi último gran
viaje. Apostaría por ello. Porque si cuando nos veamos, al fin, ambos sentimos
lo que ahora en la distancia estamos anhelando, sé que me quedaré a vivir
contigo para siempre, para envejecer ambos junto al Pacífico, para amarnos a
diez mil kilómetros de donde nací.
Te quiero Rosita.
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