Ahora que he tenido que padecer una larga semana de imposibilidad de conexión a la red de redes, por problemas técnicos, comprendo más a mis abuelos y a mis padres.
Cómo vivían ellos hace cincuenta años. Cuán relajados sus espíritus. Cuán desconectados del mundo discurrían sus vidas. Y sin embargo... ¡Qué felices eran!, y qué ufanos (en segunda acepción) se sentían viviendo sin televisión, sin World Wide Web, sin guerras transmitidas en directo, sin falsas promesas de falsos políticos.
Ellos no tenían la inmediatez estresante que hoy en día tenemos nosotros. Ellos saboreaban cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de sus vidas.
¡Ah! qué tiempos aquellos.
Quién, de entre todos mis coetáneos, no iba a acordarse de los majestuosos aparatos de radio de entonces, aquellos preciosos muebles de maderas nobles y botoneras de marfil que presidían las salas de estar, que iluminaban los salones al anochecer con el amarillento resplandor de sus válvulas electrónicas. ¿Y del misterio de fantásticas radionovelas, legendarias y eternas, llenas de magnetismo y de esperanza ilusionante? O de las noticias trasnochadas que podían leerse en la omnipresente y esperada prensa, que llegaba siempre con varios días de retraso a los pueblos de provincias.
Y de las largas tertulias de después de cenar. Quién no habría de acordarse de aquellas benditas confidencias en "petit comité", las familias apiñadas, a solas con los suyos en invierno, junto a la lumbre de leña, atizando las ascuas con tenazas de hierro y avivando las llamas con aquellos fuelles de artesanales de madera y piel. Poco plástico había entonces y qué sanos estábamos.
Y el puchero siempre en el hogueril, bullendo y bullendo, y el gato dormitando en el sofá, y la casa en silencio... mientras en la calle solo se escuchaban cascos de bestias de transporte, pasos de asnos y mulos de carga que resonaban como una eterna cantinela con su eco lejano sobre los adoquines, y algún ladrido de vez en cuando... y saludos... muchos saludos... ¿A dónde vas mengano?, ¡ehhhh!, ¡ayyyyyy!, ¡aleeee!, !buenos días cetanico¡, ¡vaya usted con Dios perengano!, ¡Adiós hombre!.. todos se conocían, todos se saludaban.
Y en verano, al anochecer, los eternos debates con los vecinos de la calle, que se apreciaban de veras y se juntaban motu proprio compartiendo con generosidad desinteresada botijos de agua fresca para los chiquillos, gaseosas de bola para las mujeres y chatos de vino blanco para los hombres. Todos comiendo pipas frescas de tornasol a las puertas de las casas, sentados los hombres en los trancos, los chiquillos descansando en el suelo sobre las aceras, y en las sillas de eneas que sacaban las mozas a racimos de los portales de las casas, las mujeres y los viejos.
Todo el que quería podía compartir la velada. Todo el mundo era bien recibido al corro. Todos compartían y contaban sus alegrías y sus tristezas. Mientras las risas y los gritos alegres de los niños, que jugábamos sin cesar, inundaban las calles.
¿Quién de mis coetáneos no se va a acordar del pilla-pilla?, o de las cuatro esquinitas, o del marro cazo, los castros, los cintazos, el lapo, el trompo, las canicas, el romo, los santos, el guas... y tantos otros...
¡ah! ¡Qué recuerdos!..
¿Y de la comba? quién no va a acordarse de la comba, que por cierto, aunque era cosa de niñas, a los chavales nos atraía sobremanera, todos estábamos siempre dispuestos a agarrar la cuerda para dar "tocinillos", para que los que entraban a saltar hubieran de brincar como posesos... en realidad lo hacíamos así porque era la única forma que teníamos de acercarnos a las niñas que nos gustaban... y encandilarlas con nuestra masculinidad y nuestras burradas ...
¡Madre mía! Cómo ha cambiado todo en unos años! Está claro que en el siglo XXI las comunicaciones han desbancado al humanismo como actitud vital.
Hoy en día, los pocos que consiguen sentarse alrededor de una mesa a medio día, para comer con la familia, como se hizo siempre desde que el mundo es mundo, suelen hacerlo, en la mayoría de los casos, <en sepulcral silencio>; todos los comensales concentrados en su particular sesión hipnótica a la que los somete a diario la maldita "caja tonta" cual malvado dispensador de sustancias adictivas para cerebros mal pertrechados e incapaces de resistir su mágico influjo.
Véase si no, hacia las dos de la tarde, a esas madres boquiabiertas, absortas en la última hazaña de “la” fulanita de tal, “la famosa”, que lo es porque se casó con un rico mengano, con ese mismo que, de haber sido pobre, hubiera resultado invisible para ella y consecuentemente “nanai de la china” o “que si quieres arroz” que dicen en mi pueblo.
Esas, las famosas de los programas del corazón (no sé cómo consienten los cardiólogos), esas famélicas, anoréxicas y guapísimas de la muerte de turno, con sus tipitos de ensalada diaria y filete a la plancha ocasional, con sus carísimas curvas de silicona y sus musculitos hercúleos de pesa, pilates o zumba de gimnasio (¡¡¡habrá cosa más fea en una mujer que esas bolas de fibras musculosas!!!). Porque digo yo… ¿qué fue de la Venus de Milo?, ¿qué de aquellas hermosas mujeres de la Grecia clásica o del Imperio Romano? Incluso, sin tener que retroceder tanto en el tiempo, ¿qué fue de la mujer clásica del siglo pasado?, ¿qué de aquellas mujeronas lozanas?, mujeres mujeres, como lo era mi madre, mis hermanas, mis tías, mis vecinas, mis conocidas… y la mayoría de las que recuerdo de aquella época.
Pero, volviendo a la mesa del comedor, ahí está él también, el padre, ese que siempre anda cabreado porque no tiene trabajo, o porque tiene más de lo que él quisiera. Por lo que sea, pero siempre cabreado. Esa criatura consentidora, productor de infantes irrespetuosos y mal educados, ese que se abalanza como un poseso sobre el mando a distancia porque están dando los deportes en “no sé dónde”… y eso es muchísimo más importante que cualquier otra cosa, incluyendo la educación de los hijos, o la complicidad, la camaradería, la colaboración con su pareja. ¡Quia!
Y mientras tanto en la tele, te echan una guerra en vivo y en directo, como si fuera una película de tiros de aquellas que veíamos en el cine, pero sin ser película, si no la cruda realidad, y se ven tíos disparando a troche y moche, y balas, y sangre de verdad. Y ves a un operador de cámara corriendo de un lado para otro, escondiéndose de los disparos, y un montón de muertos (pero muertos muertos) en el suelo… oye, desangrados.
Y todo el mundo tan tranquilo. Siguen a lo suyo. Cambiando de canal de vez en cuando eso sí, por si ya están los cotilleos o comenzaron los deportes.
Y en las noticias te explican, impasibles, que un montón de criaturas, en algún país perdido de África o de Suramérica, o en tu propio barrio ya, se mueren de inanición. Y eso que dicen que las pobres criaturas necesitarían sólo un par de dólares al día, los que por cierto nadie les va a dar, para conseguir comida y no morir…
Y un minuto después, una inexpresiva locutora cuenta que un capullo desalmado trincó un montón de millones de euros, o dólares, o libras, o lo que sea, que tanto monta monta tanto Isabel como Fernando, dinero del pueblo al fin, y dice también que ni los políticos, ni la justicia, ni nadie, van a hacer nada al respecto, ni siquiera para recuperar los dineros, si acaso harán un poquito de paripé… porque todos, absolutamente todos, tienen mucho que callar, y harán como lo del chiste aquel…si hombre sí…“el del dentista y su paciente que lo agarró por la entrepierna y le dijo: doctor ¿verdad que no nos haremos mucho daño?”.
Y, de nuevo en la mesa del comedor, con el niño pequeño que grita y tira la cuchara, y arrastra la silla intentando sacar de su enajenación a los padres, que siguen hipnotizados por la caja tonta. El chiquillo solo quiere explicarles que la maestra la ha tomado con él, y es que se ha empeñado en enseñarle, ¡mire usted que abominación!... y le obliga a copiar palabras y a aprenderse las tablas y hacer cuentas de multiplicar continuamente… ¡hombreee por Diosss… Que no hay derechooo!.
Y el otro hijo, el mayor, intenta también hacerse oír, gritando aún más alto que el pequeño, denunciando airado que su maestro esta mañana le dio un capón y, aunque no recuerda si en realidad le dolió, lo que no piensa aguantar es que encima todos sus amiguitos se rieran mucho cuando se lo dio, lo que seguramente supondrá un gran trauma en su vida futura. (Lo que no cuenta el niño a los padres es que él antes partió dos lápices a su compañero de mesa, rayó las mochilas a cuatro niños con rotulador rojo, le dio una patada a una niña mientras esta hacía las tareas, e incluso amenazó al maestro con rajarle las ruedas del coche cundo saliera).
Pero la madre, para que se callen y dejen de importunar, les promete que irá al colegio y le cantará las cuarenta a la maestra de Pablito. Y el padre le promete al niño mayor que, si se calla y le deja escuchar la alineación para el partido de esta noche, esta misma tarde va a ir al colegio y le va a partir la cara al cretino de su maestro, para que no le toque más ni un pelo, ¡faltaría más!, eso sí, él a su esposa, nada más llegar a casa, le dio una sonora bofetada, delante de los chiquillos por supuesto, y todo porque aún no estaba la comida en la mesa.
Además, desde que empezaron a comer ha mandado a su mujer más de treinta veces a “tomar por el… “ (actos y actitudes de los que toman buena nota los niños, para que siempre estén presentes en su magnífico y ejemplar acerbo).
Antaño era muy diferente. Yo recuerdo que en mi casa, a medio día, mis hermanos, mis padres, mi abuela (... incluso una tía mía, la tita Concha, que comía muchos días en casa), charlábamos distendidamente de todo un poco, nos escuchábamos los unos a los otros, aprendíamos de la experiencia de nuestros mayores, nos solidarizábamos como familia que éramos, nos reíamos, lo compartíamos todo al son de los alegres repiqueteos de los cubiertos, aquel sonsonete animado y entrañable, el cuchareo en los platos de loza llenos de sopa y garbanzos.
Aquel momento, para todos nosotros, era más que una comida, era una fiesta diaria. Y, si yo le decía a mi padre que el maestro me había dado un capón, mi padre, delante de todos, se levantaba y me daba él otro bien fuerte: ¡¡¡Porque si Don Juan te ha zurrado, es que algo habrás hecho, sinvergüenza, que eres un sinverguenza!!!
….. eaaaa ….¡¡¡Lo mismo va a ser!!!
Autor: Dimas Luis Berzosa Guillén.
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