Mi querida desconocida:
Con la de hoy deben de ser más de mil ya, las veces que te he mirado y admirado, y sin embargo aún sigo sin atreverme a dirigirte la palabra, es por eso que te escribo ahora esta misiva.
Hoy, como cada día a media mañana, llegaste por la acera de Las Carmelitas, calle arriba hasta la Plazuela de Los Caños, y yo supe que llegabas, como cada día, porque oí tus pasos firmes acercándose a mi ventana, y mi corazón, como siempre, siguió el ritmo de tu cadencia al caminar: primero presto, luego vivace, después allegro... Como en una sinfonía de sensaciones cuyos pasajes te traían hasta mí ralentizando el tiempo.
Un segundo después, en apenas un suspiro, tu sombra ha cruzado fugaz ante mi ventana, y el tempo, y mi corazón, han comenzado a ralentizarse: moderato, andantino, …adagietto, …adagio... Sin prisa... Sin pausa.
Y tú ahora te detienes, como cada día, ante esa luna magnífica e incitante que te cautiva, que me roba tu presencia valiéndose de la luz y de la magia.
Tras el cristal, los terciopelos infestados de piedras preciosas y de joyas deslumbrantes, hijas de las estrellas y de los hombres, te atraen y te embelesan, casi tanto como tú, hija de la luz, me atraes y me embelesas a mí.
Tras el cristal, los terciopelos infestados de piedras preciosas y de joyas deslumbrantes, hijas de las estrellas y de los hombres, te atraen y te embelesan, casi tanto como tú, hija de la luz, me atraes y me embelesas a mí.
Y yo, como poseído de un mágico encantamiento, cuando tú llegas, inicio complacido el agradable y cotidiano ritual: dejo de escribir, me levanto de la silla, rodeo el escritorio, voy a apostarme tras la ventana, y entreabro los visillos blancos de tul para poder contemplarte, como cada día a media mañana.
Y me quedo absorto, extasiado, empeñado en memorizar tu imagen durante todo el tiempo que tú permaneces allí, para que después de que te hayas marchado, cuando cierre mis ojos reclinado en el sofá, pueda seguir mirándote, pueda seguir viéndote, aunque sólo sea reviviendo tu recuerdo en mi cerebro.
Y me quedo absorto, extasiado, empeñado en memorizar tu imagen durante todo el tiempo que tú permaneces allí, para que después de que te hayas marchado, cuando cierre mis ojos reclinado en el sofá, pueda seguir mirándote, pueda seguir viéndote, aunque sólo sea reviviendo tu recuerdo en mi cerebro.
Mi querida desconocida, hasta el día de hoy, hasta hace un instante a penas, creí que siempre sucedía así, pero hoy ha sido diferente. Hoy, inesperadamente he caído en la cuenta, o mejor, he comprendido que de todas esas veces que he creído estar observándote, ¡nunca!, ni una sola vez, te vi. Ni ahora, ni hace apenas un instante cuando de nuevo creí estar viéndote. Es mas, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que en realidad jamás te veré. A ti no. Es a la luz del Sol la que vi, la que veo y la que veré cuando te miro.
Veo a esa luz que nació hace millones de años, esa luz que se ha estado agitando desde entonces, empujando desesperadamente para abrirse camino, para escapar del corazón de la estrella que la alumbró. Esa misma luz que hoy, por fin, escapó como una exhalación de su densa cárcel de hidrógeno y de helio, y tras liberarse de las cadenas eternas de la gravedad ha viajado hasta ti, alcanzándote en apenas ocho minutos.
Esa luz es mi verdad y la tuya. Es la que me me llega para contarme cómo te has vestido hoy, qué te has hecho en el pelo, si tu cara muestra que estás preocupada o feliz, o si ya te has dado cuenta de que te observo, como cada día. Y, si tú me miras, o me ignoras en realidad.
Es esa luz la que yo veo; y no a ti. Es su reflejo el que me hace saber de ti. Son esos pequeños cuantos, de los que la luz está hecha, los que viajando entre átomos de nitrógeno, de oxígeno, de argón… , traspasan mis córneas, mis cristalinos, mis pupilas, mis humores vítreos, y en llegando a mis retinas se convierten en impulsos eléctricos que, imaginando a su manera; según miles de patrones aprendidos y circunstanciales, creen saber cómo eres y le cuentan a mi cerebro todo sobre ti.
Pero ahora sé que esa no eres tú. La imagen que ahora veo de ti, es sólo una sucesión de impulsos eléctricos generados por los reflejos de los antiquísimos fotones de nuestra estrella al impactar sobre los átomos que te cubren, aunque la mayoría de ellos ni siquiera pertenecen a ti.
Es algo parecido a lo que sucede cuando te oigo caminar mientras te alejas de mi ventana; no es a ti a quien yo escucho, lo que oigo es el impulso eléctrico que provoca el golpeteo de mis tímpanos sobre esos "huesecillos" elásticos que hay dentro de mis oidos: el martillo, el yunque, el estribo..., que vibran dentro de mi cabeza, impulsados por el movimiento del aire que entra por mis orejas al ser presionados por el aire, que se remueve cuando tus zapatos golpean a los millones de electrones de las piedras de la plaza.
Mi querida desconocida, ojalá todos fuésemos ciegos e incapaces de oír sonidos, de esa forma el mundo que hemos inventado entre todos, seguramente siguiendo designios naturales, sería mucho más real que éste en el que, al parecer, todo lo que somos consiste en inconsistentes y falsas ilusiones de nuestro cerebro, basadas en reflejos de ondas seniles o intemporales, y de energías vibratorias de átomos que no cesan de reencarnarse fluyendo de ser en ser.
Bestial, Dimas. Somos energías que caminamos, desde cierto punto de vista incluso ilusiones, pero si no existiera un orden en esas energías (tú, ella) tal vez ninguno existiría. Quiero pensar que cada orden es magnífico y que no nos enamoramos de una ilusión, sino de una vverdad ;) Así, lo que escribes, es único y no producto del azar.
ResponderEliminarEn efecto, así lo veo yo también: somos energía ralentizada; por eso precisamente existimos como materia, porque existe el tiempo y el espacio (la velocidad). Y nuestra existencia, como tú bien apuntas, se debe, además de a la gravedad y a las interacciones débil y fuerte, al bendito electromagnetismo, que es el que mantiene a los átomos de nuestra materia cohesionados, e interactúa con el espacio y el tiempo mediante fotones que son los que crean la ilusión y el orden en el cosmos, gracias a su extraordinaria y sobrecogedora velocidad. Y en la velocidad está también el orden (unos antes y otros después, este aquí y aquel acá, tú allí y yo acullá), ese orden de creación y destrucción en medio de la entropía, al que tú aludes como artífice de nuestra existencia. La verdad de lo que somos, de lo que escribimos, de quien nos enamoramos... es nuestra verdad; la verdad de cada uno, que nunca es exactamente igual a la de los demás, por mucho que esta se aproxime. Así´, tú eres único; yo soy único; aquel es único... porque existimos. Lo curioso es que, algunos, aunque han muerto hace mucho tiempo, aún existen en nuestra realidad presente y existirán en el futuro; son aquellos que se diferenciaron de la masa dejando un resplandor diferente, en forma de información exclusiva y especial que persiste a través del tiempo: su arte, su obra, su pensamiento, su maquiavélica maldad, o su excelsa bondad... algo que perdurará a través de los siglos como información, pura y llanamente información... Eso creo yo que somos: . ¿Qué opinas tú al respecto?. Un abrazo JL Andreu.
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