viernes, 16 de mayo de 2014

Los vagabundos

Fragmento de <Los Vagabundos>; novela en ciernes, aún pendiente del soplo de los hados, y de mi determinación, para ser acabada.

CAPÍTULO V

De repente, se oyó un golpe seco y corto en el interior de la iglesia. Tino se incorporó súbitamente y dijo en voz muy baja.
-¿Has oído eso?
-Sí. ¿Qué ha podido ser? ¿habrán llamado a la puerta?... Puede que haya vuelto Don Ramón-
Contestó Goliat en el mismo tono de voz.
-Son más de las doce. ¿A qué iba a venir Don Ramón a estas horas? No creo que sea él, se oirían sus pasos... además no se oye nada ya- dijo Tino girando la cabeza para intentar escuchar- Pero de todas formas, para quedarnos tranquilos vamos a echar un vistazo. No encenderemos la luz, solo abriremos un poco la puerta y miraremos, a ver si descubrimos de donde ha venido ese ruido. Intenta levantarte sin despertar al General, es mejor que él no se entere de nada; de todas formas solo debe tratarse de algún mueble que habrá crujido, o algo parecido.
Los dos hombres miraron por la rendija de la puerta entreabierta de la sacristía. Goliat, gracias a su altura, se asomaba por encima de la cabeza de Tino. No se veía ningún movimiento ni se escuchaba ningún ruido, por lo que abrieron totalmente la puerta y descendieron el escalón que los separaba del templo. En ese momento se escuchó de nuevo el ruido, seco y corto, como si alguien o algo hubiese golpeado algún objeto pesado. Tino dobló un poco la cabeza y levantó una de sus orejas para agudizar su oído e intentar identificar de donde provenía el ruido.
Transcurrieron unos segundos y volvió a oírse otro golpe más. Esta vez estaban prevenidos. Ambos miraron instintivamente hacia arriba. Los ruidos parecían provenir del techo. 
Algunas de las velas aún seguían encendidas, Tino subió al altar mayor y tomó un candelabro de dos brazos, cada uno de los cuales portaba un gran cirio, luego se dirigió hacia donde estaban las velas rojas y prendió los pábilos de los velones con una de ellas. 
Llegaron debajo del lugar donde creyeron que procedían los golpes, Tino levantó el candelabro todo lo más que pudo sobre su cabeza para iluminar el techo. Ambos recorrieron con la mirada la superficie amarillenta, que debía estar a unos diez o doce metros de altura.
-Ahí no hay nada. Lo que sea que provoca esos ruidos debe estar en el tejado- dijo Tino.
-No. El tejado está más arriba. Sobre este techo hay un desván de las mismas dimensiones que esta nave central al que se accede desde lo alto de la torre. He estado ahí un par de veces con Don Ramón, para reparar algunas goteras, fue la primavera pasada.
-¿Qué hacemos Goliat? ¿Subimos?
-Uf, la escalera de la torre es muy estrecha... y hay que llevar la cabeza agachada todo el tiempo para no darse en el techo... y no andamos muy bien de luz, esos cirios alumbran más bien poco. Pero si quieres subir… ¡Subamos!... ¡Qué demonios!.
-¿Tienes miedo? no creo que yo pueda dormir esta noche si no compruebo de donde proceden esos ruidos, ¿tú sí?.
-No, tampoco. Y ¡sí!, tengo algo de miedo. Para qué negarlo. Pero eso es lo de menos, se me pasará… ¿Qué hacemos con el General? deberíamos llamarle.
-Déjalo dormir. Comprobaremos de qué se trata nosotros solos, no creo que él quisiera subir ahí arriba, ¿no te parece?
-Ya, pero si se despierta y comprueba que no estamos le dará un síncope.-
-No tardaremos nada, puede que sea una ventana abierta o algo así, volveremos antes de que pueda echarnos en falta.
-Está bien, vamos, la entrada a la escalinata está tras una pequeña puerta casi oculta, allá al fondo.-
Los dos amigos iniciaron el ascenso a la torre. Tino iba delante, iluminando el camino con los velones. Goliat, detrás de él, procuraba no levantar la cabeza para no herirse con las piedras que sobresalían por debajo de la bóveda que conformaba la angosta escalera. 
Cada cuatro o cinco metros de ascensión pasaban junto a alguna de las ventanas de reducidas dimensiones que daban al exterior de la torre. Hacía bastante viento fuera y la luz de las velas oscilaba cada vez que los dos hombres pasaban por delante de alguno de aquellos huecos.
-Tino, ¡ten cuidado!, pon la mano delante de los cirios,- advirtió Matías- solo faltaba que una corriente de aire apagara esas malditas velas. Y no hemos traído cerillas.
-Sí, sí, no te preocupes, tendré cuidado-, le tranquilizó Tino-, Ánimo, ya falta menos para llegar arriba.
De repente comenzó a oírse en alguna parte de la empinada escalinata de piedra, un golpeteo continuo, como de palmadas, acompañado de una especie de silbido extraño y sobrecogedor.
Los dos hombres se detuvieron. El ruido parecía aproximarse a donde ellos estaban con rapidez, cada vez lo escuchaban más cerca. Goliat, al intentar huir hacia arriba, empujó fuertemente a Tino, que perdió el equilibrio. El candelabro se le escapó de las manos y golpeó el suelo, los cirios se apagaron y cayeron rodando escaleras abajo. Tino, sentado en una escalera, intentó contener a Goliat, que pataleando con ambas piernas intentaba subir de espaldas para no ser alcanzado por lo que fuera que se les venía encima.

.../...

Escrito por Dimas Luis Berzosa Guillén.


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