jueves, 4 de diciembre de 2014

La senectud de la rosa roja




Una rosa roja lloraba muy compungida.

Se lamentaba la flor, en el ocaso de su vida,

de haber perdido su belleza, su fragor, su lozanía. 

¿Qué fue de las abejas que yo otrora atraía?

gritaba la flor angustiada y dolorida,

¿dónde están ahora mis bellas mariposas?,

¿qué fue de las libélulas?, ¿qué de las mariquitas?,

que no me acarician más desde que estoy marchita.

Yo ayer era la reina del jardín, de entre todas la preferida,

de los dueños de esta floresta la más querida.

Hoy maldigo al reloj del tiempo, que no cesa,

 y a la belleza, que de mí se olvida. Eso decía.

Y el rosal que la acunaba, que hablar así la oía,

le dijo a la rosa roja de sus entrañas nacida:

Rosita, hija, no te aflijas más, querida,

que tus hermanas: mis hijas, y las hijas de sus hijas,

todas ellas envejecerán un día,

y como tú, que siendo joven fuiste tan bonita

y después menos bella, aunque sabia entonces de la vida,

así les sucederá a ellas. Y a las que ahora tu envidias,

te lo aseguro mi cielo, las dejarán de envidiar un día.

Otras vendrán que las harán a ellas viejas y malqueridas.

Porque eso, hija mía, es lo que acontece siempre: es ley de vida.


Autor: Dimas Luis Berzosa Guillén.





viernes, 7 de noviembre de 2014

Pasaje del Diario De Abordo de la nave ECAP.


En Krim-Krum existe la vida. Las criaturas más evolucionadas de este lugar son los srewolf, unos seres de color verde oscuro, temblorosos y ligeros, que se desplazan moviendo dos apéndices terminados en una suerte de hojas lobuladas que apoyan sobre el suelo con alternación. Un par de largos y flexibles zarcillos prensiles, que les brotan del tercio superior del tronco, rígido y hueco, les sirven para manipular y asirse a su mundo. Y sus cuerpos están rematados por una especie de cabellera, unos llamativos cúlmenes peludos, enmarañados y  rojizos,  a los que llaman stoor. 

miércoles, 8 de octubre de 2014

LOLA Y EL SILENCIO DE LOS LIBROS...



Mi interés por la lectura surgió por accidente, cuando yo aún no sabía que los pensamientos están hechos de frases y las frases de palabras. Por aquel entonces yo ni siquiera era capaz de intuir la existencia de las letras del abecedario. De hecho, mis hermanos y yo, conocíamos el sonido de unos cuantos vocablos solo, un par de docenas o tres a lo sumo, que eran los que oíamos más a menudo por los lugares en los que solíamos movernos, y a estos era a los únicos que prestábamos atención, si se los escuchábamos decir a alguien. No obstante, la necesidad y la experiencia nos habían enseñado a distinguir las buenas de las malas palabras: las que no representaban ningún peligro e incluso podían reportarnos beneficios, de aquellas otras, ante las que más valía echar a correr si las oías, porque significaban dolor o peligro inminente.
Pero yo iba un poco más allá, pues, con entrenamiento y sin la ayuda de nadie, había llegado a conocer el significado intrínseco de algunas de ellas, las más fáciles, por supuesto, y ya era capaz de visualizar en mi cabeza los objetos o acciones a las que hacían referencia. No me importaba invertir horas y horas en pensarlas y repensarlas, intentando asociarlas con lo acontecido inmediatamente después de que hubieran sido dichas. Así, cada noche, echaba mano de los recuerdos y me estrujaba los sesos para revisar el escenario en el que había sido pronunciada tal o cual palabra, para relacionarla con lo sucedido. Y, a base de filtrarla, ubicarla y reubicarla, siempre conseguía averiguar su significado; cosa que, por cierto, ninguno de mis hermanos hacía jamás, a ellos no les importaban las definiciones, solo se guiaban por la entonación, la velocidad y el énfasis de las declamaciones y en función de ello actuaban. Pero, a pesar de mi dedicación, en realidad no eran muchos los vocablos que yo podía comprender, sobre todo porque en nuestra familia, como es lógico y normal, las palabras siempre estuvieron incuestionablemente prohibidas.

Pero empecemos por el principio. Mis tres hermanos y yo nacimos en verano, a las afueras de un pueblecito cálido y tranquilo, cerca del mar. Nuestro padre nos abandonó, como suele pasar siempre, mucho antes de que tuviera lugar nuestro alumbramiento, y nuestra madre tuvo que sacarnos adelante sola. En aquel lugar la comida escaseaba, así que nos vimos obligados a echarnos a la carretera en busca de otro sitio, en el que a mamá le resultase más fácil encontrar víveres para alimentar tantas bocas. Anduvimos por el campo extraviados, hasta que por fin, cuando estábamos casi exhaustos, al atardecer del tercer día, encontramos una bonita granja de cerdos, y en ella un confortable establo de madera lleno de alfalfa, paja seca y cimbeles de esparto. A todos nos encantó el lugar. 
El granjero, un vejete alegre y cantarín, fue muy amable con nosotros. Aunque su esposa, una señora rolliza y gritona que nunca abandonaba la casa y siempre estaba sentada en una gran silla de ruedas motorizada, no dejaba de amenazarnos desde el porche con un largo bastón. Él viejo nos proveyó de agua y pan desde el mismo instante en que llegamos, sin pedirnos nada a cambio. Y no dejaba de acariciarnos nunca. Si he de ser sincera, yo creo que se apiadó de nosotros por la belleza de mamá.
Recuerdo que aquel día llovía a mares. Justo acabábamos de acomodarnos sobre unas esteras secas, cuando Jeremías nos descubrió en el granero. Mis hermanos y yo estábamos temblando de miedo. Pero mamá era muy valiente, y tenía aquella mirada intensa y especialísima capaz de ablandar el corazón del hombre más rudo. Bastaron apenas unos segundos. Mamá aleteó sus grandes pestañas, y Jeremías calló rendido a sus pies, se marchó por donde había entrado sonriendo, disimulando, como si no nos hubiera visto y volvió al cabo de un rato, tarareando una cancioncilla, con un plato lleno de cuscurrones de pan revueltos con briznas de tocino, y una gran vasija de barro llena de agua limpia y fresca. Fue entonces cuando  mamá decidió que  pasaríamos allí el invierno. 
Tras unos días de zascandileo por la zona, una noche descubrí, cerca de la granja, una enorme y vetusta mansión abandonada y medio derruida. Entré a olisquear y al llegar al ático me encontré con un anciano vagabundo, afable y gentil. Nos hicimos amigos inmediatamente. Pero, aunque a ambos nos gustaba pasear juntos, nos veíamos poco, pues el hombre, cada día, se marchaba a la ciudad al despuntar el alba, para recoger utensilios en buen estado, de los que la gente tira a los contenedores por aburrimiento o por desidia, él en cambio los vendía, y así obtenía dinero con el que comprar víveres, que a veces compartía con nuestra familia desinteresadamente. 
Había un olor especial en aquella casa que a mí me atraía con un magnetismo especial. Me encantaba estar allí; husmear en sus rincones; perderme en sus recovecos; explorar sus alacenas; corretear por sus largos pasillos. Todo en ella me resultaba agradable. A mis hermanos, al principio, también les gustaba ir a la casona, aunque en realidad a ellos lo que les atraía era el olor de los restos de comida que siempre encontrábamos sobre la mesa del vagabundo. Por eso, desde que el hombre dejó de habitar el ático y ya no había nada que echarse a la boca, se hacían los remolones para no ir. Menos mal que no les servía de nada, pues mamá, que como yo estaba obsesionada con aquel lugar, en cuanto brillaban los primeros rayos de sol soltaba un par de gruñidos y echaba a andar, y a ellos no les quedaba más remedio que seguirla. 
Cada mañana nos colábamos por un estrecho hueco excavado en la tierra bajo la verja de hierro del jardín. Ella pasaba primero y luego, tras asegurarse de que no había peligro, nos colocaba en fila india y nos empujaba a través de un angosto sendero, que habíamos esculpido entre todos en el follaje asilvestrado a base de pasar un día y otro por el mismo sitio, rompiendo las ramas con nuestras cabezas y nuestros cuerpos, haciéndonos incluso heridas en la piel en muchas ocasiones. Una vez dentro de la casa solo pensábamos en jugar. Quique, Lobo y Calcetín subían a la planta de arriba y luego regresaban a la de abajo deslizándose por el faldón de la baranda de madera. A mí también me gustaba jugar con ellos, como es lógico y normal, pero aquel lugar despertaba mí instinto investigador, por eso me escabullía de vez en cuando dejándolos solos, para explorar. Muchas veces entraba en el salón grande, reptando por la gatera, y observaba a mi madre echada en el suelo, junto al ventanal de los vidrios empolvados. Allí solía estar ella siempre, era su rincón preferido. Se la veía completamente abstraída, con sus grandes ojos marrones muy abiertos, la respiración acelerada y la lengua fuera. Llegaba incluso a babear mientras miraba fijamente aquellos extraños objetos hechos de pasta de celulosa y pigmento negro en los que, sin embargo, mis hermanos y yo solíamos orinar atraídos por el intenso tufo a lignina que emanaba de los más viejos y deteriorados, o por el fortísimo olor de algunos otros, que trascendían a pegamento, a madera fresca y a pieles de animales. 
Un día, mientras jugábamos en la habitación de Lucas el vagabundo, encontré dentro de un armario medio abierto, liado en una servilleta de tela, un suculento trozo de pan duro impregnado de un atrayente olor a manteca de cerdo. Ipso facto, Quique, mi nigérrimo hermano, intentó arrebatármelo, pero yo, que soy más corpulenta que él, le enseñé los dientes y él desistió. Así que salí fuera, busqué un lugar tranquilo apartado de miradas indiscretas, y me tumbé al sol a merendar. Me disponía a dar buena cuenta del suculento festín cuando, de nuevo, apareció Quique remoloneando y se tumbó a un par de metros de mí, dejando claro con su actitud que no tenía intención de pelear por la comida, cosa que por supuesto agradecí. Desconfiada, mordí el pan sin dejar de mirarle de reojo. De repente él farfulló, mascullando entre dientes, que tenía un secreto mágico y que estaba dispuesto a compartirlo conmigo a cambio del oloroso y sugestivo panecillo. Le miré dubitativa. Aún no había comido nada esa mañana y no me hacía ninguna gracia seguir con el estómago vacío. Pero soy demasiado curiosa, así que acepté y le entregué el pan con desgana. Quique me contó, mientras yo babeaba compungida observándole devorar aquel manjar, que había descubierto algo realmente inquietante y terrible. Me dijo textualmente: -Hermana, he descubierto que los libros le hablaban en silencio a nuestra madre-.
¡Me quedé estupefacta! Era tan absurda la afirmación, que incluso pensé que me había dejado engañar como una pardilla por aquel orejotas tontorrón. Pero después caí en la cuenta de que él no era lo suficientemente inteligente como para urdir una estratagema con el único propósito de hacerse con mi comida. Ni siquiera lo era para inventar una historia tan inverosímil. Quique es como la inmensa mayoría de mis congéneres. Él tampoco utiliza su mente, sino la violencia, para intentar hacerse con aquello que desea. Así que, después de pensarlo bien, empecé a tomar su afirmación en serio. Aunque yo estaba segura de que aquello no podía suceder de ninguna de las maneras, porque los objetos no tienen vida, ni tienen boca. Y, por ambas razones, no pueden pronunciar palabras. En todo caso, a lo más que pueden llegar es a producir sonidos pero, para que ello suceda, alguien o algo, como el agua o el viento debe moverlos, o golpearlos. Y aun así, de cualquier forma, lo que escapará de ellos siempre será solo ruido sin sentido, sin ningún significado.
Pero al parecer Quique tenía pruebas de lo que afirmaba. Aseguraba que el día anterior, mientras dormitaba en el porche, había escuchado a mamá musitar miles de palabras durante horas. Según me contó al principio no le dio demasiada importancia, pues supuso que nuestra madre tenía una pesadilla; todos las tenemos de vez en cuando, y cuando esto sucede sabemos que nos movemos, pataleamos e incluso gemimos, lloramos o gritamos. Pero él se dio cuenta de que no podía tratarse de eso pues estaba durando demasiado tiempo. Por otra parte, eran muchas, seguramente demasiadas, las palabras que mamá susurraba, y ella no podía conocer tantas. Así que se incorporó con sigilo y fue a mirar más de cerca a través de la ventana, para intentar averiguar qué estaba sucediendo exactamente. 
Dijo que entonces vio a nuestra madre extasiada, pasando con extrema suavidad las hojas de un libro muy antiguo, recorriéndolas lentamente con la mirada, y deteniéndose en cada una de esas manchitas negras, que parecen moscas deformes estrujadas en el papel, mientras recitaba sin cesar palabras muy raras como si alguien se las estuviese chivando al oído. 
Él quiso mirar aún más de cerca, y avanzó sobre el alfeizar de la ventana. Pero la tabla, que estaba suelta, se deslizó y Quique calló rodando al interior de la habitación con gran estrépito. Él afirma que mamá, en ese momento, cerró el libro de un manotazo y lo escondió bajo su cuerpo.
Aquella historia llamó poderosamente mi atención, y dediqué muchas horas a pensar en ello, pero yo aún era demasiado joven entonces, así que pronto me olvidé del asunto.
Aunque a partir de entonces algo cambió en mí. Hasta aquel día yo siempre había creído que lo que mamá hacía era oler los libros, atraída como nosotros por aquel olor tan especial, pero desde el mismo momento en que supe lo acontecido en la biblioteca empecé a pensar que quizás verdaderamente no los olía, sino que, en realidad, se comunicaba con ellos.
Pero, si de verdad los libros le hablaban a mamá ¿qué podían decirle a ella aquellos tacos de hojas lavadas llenas de manchas de tinta negra? ¿Qué había en los libros que hechizaba a mi madre hasta el punto de olvidarse de nosotros, a pesar de la farra que siempre formábamos? 
La curiosidad me corroía las entrañas, así que decidí que lo mejor que podía hacer era preguntárselo a ella directamente. Y, un buen día, ni corta ni perezosa, me acerqué y le solté a boca jarro: -Mamá, sé que los libros te hablan en silencio y tengo pruebas de ello-. 
Ella me miró de hito en hito, entre confundida e irritada. Al pronto se enfadó mucho y negó que aquello estuviera sucediendo, pero inmediatamente relajó la mirada, entornó sus bonitos ojos de caramelo y abanicando como solo ella sabía hacerlo sus largas y curvadas pestañas, como si fueran vivaces mariposas negras aleteando sobre su cara, me dijo: -Voy a revelarte un gran secreto hija mía, pero has de prometerme que lo que yo te cuente ahora no se lo dirás a nadie nunca, ni siquiera a tus hermanos. 
-Por supuesto que si mamá -le dije-, te lo prometo. Y entonces ella me contó esta increíble historia que os voy a contar. 
Pero antes de entrar en más detalles sobre aquel relato sorprendente de mi madre, queridos lectores, creo que ya es hora de que me presente formalmente. 
Me llamo Lola. Acabo de cumplir diez años, y soy una Border Collie. Por cierto, dicen que somos la raza canina más inteligente del mundo, y he de deciros al respecto que yo, después de haber tenido el privilegio de conocer a mi madre, también lo creo firmemente. Aunque, también os digo, que mis hermanos deben ser la excepción que confirma la regla, con todo el cariño del mundo hacia ellos, pero esa es la pura verdad. Por cierto, les perdí la pista a los tres cuando murió mamá, hace ahora siete años. Entonces decidimos separarnos para conocer mundo y cada uno se fue para un lado. Espero que todos hayan encontrado un buen lugar para vivir, como el que yo tuve la suerte de encontrar. Aunque conociéndolos me temo que alguno de ellos ni siquiera duerma cada noche bajo techo.
Quique es un poco lelo y demasiado glotón, claro que también es muy noble y muy guapo. Heredó la mirada y las increíbles pestañas de mamá, y también su lindo pelo negro zaino. Es el que más le parece a ella, incluso tiene una mancha blanca en forma de lágrima en el pecho, como mamá.
Seguro que él sí encontró una buena familia, y vive confortablemente, rodeado de comida y al servicio de un buen amo, que lo quiere y lo mima. Ojalá.
Lobo es también negro y blanco. Fue el penúltimo en nacer. Él es el más vivo de los tres. El único problema con él es que es un poco rudo; bueno más que rudo, en honor a la verdad y para no andar con eufemismos, he de reconocer que en realidad es un bruto de mucho cuidado. Desde muy pequeño discutía por todo, y siempre andaba metido en jaleos y grescas. Más de una vez tuve que lamerlo durante días para curarle las heridas que le hacían los gamberros del barrio. A veces desaparecía durante días y cuando volvía a la granja no parecía ni su sombra. Mamá decía que era un caso perdido porque había salido a nuestro padre, en lo arrogante y en lo intransigente, y esas son enfermedades que solo pueden curar los años, y en mucho casos sólo la muerte. Estoy convencida de que él no ha sido capaz de adaptarse a las normas de ningún amo y andará por ahí, metido en alguna banda de perros callejeros. Espero que no.
Calcetín es el más joven. Tiene el cuerpo cubierto de suave pelo negro, excepto las patitas, el contorno del ojo derecho y una graciosa aspa en el pecho, que son de un blanco radiante. Es muy canijo, eso sí. Cuando los demás ya andábamos por ahí revolcándonos y olisqueándolo todo, él aún casi no podía valerse por sí mismo y mamá tenía que llevarlo de un sitio para otro dentro de un calcetín que agarraba con los dientes para no dañarlo. De ahí su mote. El pequeño calcetín nació un poco enfermo y se crió muy débil, tanto que, a veces, llegamos a pensar que no sobreviviría. Pero el pequeñajo es todo voluntad y consiguió salir adelante, con la ayuda de mamá, claro. Además es el ser más bueno que os podáis imaginar, tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Aunque también tiene un par de “peros”, como por ejemplo que es demasiado confiado, de hecho es capaz de creer cualquier cosa que le cuenten, por imposible que parezca, sin cuestionarlo. Además es inquieto, pesado e inoportuno. Él va a lo suyo siempre, e intenta que los demás atiendan sus antojos sin tener en cuenta si es o no buen momento para ello.
Ese chiquitín es el que más me preocupa. Puede que ande sufriendo reveses. Y cambiando de casa continuamente. O, a lo peor, puede que algún truhan lo haya embaucado y lo tenga a su servicio, realizando fechorías en los arrabales. ¿Quién sabe? Es muy triste no saber nada de ellos.

...///...




Autor: Dimas L. Berzosa Guillén

miércoles, 16 de julio de 2014

Desaparecido en Lyon.

Breve fragmento del segundo capítulo de DESAPARECIDO EN LYON (novela).

Arturo tendría unos cincuenta años de edad. Su mirada profunda, y el brillo especial de sus expresivos ojos azules, hacían que pareciera mucho más joven.
Exceptuando su pelo, que ahora era cano y escaso, a Adela le pareció que no habían pasado los años por él. Además, estaba mucho más delgado, lo que le hacía parecer más alto. 
Vestía una magnífica camisa de seda blanca, seguramente hecha a medida a juzgar por lo bien que le quedaba, adornada con un par de bonitos gemelos de oro con pequeños granates engastados y un sujeta corbatas a juego, con un águila dorada en el centro, que lucía imponente sobre una magnífica corbata de raso negro surcada por finas líneas multicolores. E iba enfundado en un caro y flamante traje de color gris marengo de suave paño de primerísima calidad.
Arturo se acercó a ella sonriente y la abrazó. Hacía unos minutos que Adela había llegado a la cafetería del aeropuerto. Lo esperaba nerviosa, deseando subir cuanto antes al Airbus que debía llevarlos a Lyon.


domingo, 6 de julio de 2014

Tres en veintiuno.

Un  fragmento del inicio del primer capítulo de TRES EN EL VEINTIUNO (novela).



El despertador del móvil reprodujo a todo volumen un corto fragmento de “Air on the G String”, la soberbia y sempiterna obra de Bach. Luego la música cesó y el artilugio comenzó a vibrar incesantemente repitiendo interminables tandas de ruidosos golpeteos mientras serpenteaba desbocado por la superficie acristalada de la mesita de noche. 
El doctor Orate Odalach, medio aturdido aún, asomó su cabeza por entre media docena de almohadas de raso blanco e hizo un barrido de reconocimiento abriendo las orejas y girando su cabeza en redondo para intentar averiguar la procedencia de la fastidiosa barahúnda. Tras localizar la fuente de su desvelo y reponerse del sobresalto frunció el ceño malhumorado y alargó el brazo para acallar los monótonos cencerreos del cargante artilugio. 
Exactamente cuatro milisegundos más tarde sus párpados cayeron pesadamente cual dos muros de hormigón arrojados desde lo alto de un edificio y volvió a quedarse profundamente dormido mientras un hilillo de saliva, que escapaba sigiloso por entre la comisura de sus labios, se abría camino hacia las sábanas de raso blanco serpenteando entre los pelos de su barba. 


miércoles, 11 de junio de 2014

lunes, 9 de junio de 2014

Tejeduría de lux.

Breve fragmento del primer capítulo de mi novela en ciernes: TEJEDURÍA DE LUX.


CAPÍTULO I

Tocaba a su fin la primavera de mil novecientos nueve, cuando nació Agapito, fruto del amor, inefable, por cierto, para casi todos los que conocían bien a sus progenitores, entre Agustina Ponte Abajo, hija única del fundador de la compañía zapatera Opa-Denguno, y Casimiro Mira Salido, un clérigo salmantino arrepentido, que abandonó los hábitos súbitamente por amor a ella, yendo a casarse, en primeras nupcias, claro, pues era cura entonces, con aquella zurumbática y, mire usted por donde, sin embargo adinerada mujer.

viernes, 6 de junio de 2014

Diálogos. Ceres y Nicomedes II.

Dime al punto Nicomedes,
tú que mucho las conoces, 
qué opinas de las mujeres
con respecto de los hombres.

miércoles, 4 de junio de 2014

Diálogos. Ceres y Nicomedes. I

Queridisimo amigo, mi admirado Ceres,
dime tú, que tan sabio eres,
de la vida de las gentes qué prefieres:
¿pelo negro o blancas sienes?,
¿seres legos u omniscientes?,
¿farra, ruido o días silentes?,
¿garra y brío o mar de aceites?

sábado, 17 de mayo de 2014

Música... es




CUANDO EL MURMULLO SE ACABA Y SE HACE POR FIN EL SILENCIO.
CUANDO LAS LUCES SE APAGAN Y UN FOCO COMIENZA A BRILLAR.
CUANDO LAS NOTAS DE UN PIANO ACARICIAN EL AIRE FLUYENDO.
CUANDO LA MÚSICA INUNDA MI MUNDO Y EL TUYO ¡YO QUIERO CANTAR!

viernes, 16 de mayo de 2014

Los vagabundos

Fragmento de <Los Vagabundos>; novela en ciernes, aún pendiente del soplo de los hados, y de mi determinación, para ser acabada.

CAPÍTULO V

De repente, se oyó un golpe seco y corto en el interior de la iglesia. Tino se incorporó súbitamente y dijo en voz muy baja.
-¿Has oído eso?
-Sí. ¿Qué ha podido ser? ¿habrán llamado a la puerta?... Puede que haya vuelto Don Ramón-
Contestó Goliat en el mismo tono de voz.
-Son más de las doce. ¿A qué iba a venir Don Ramón a estas horas? No creo que sea él, se oirían sus pasos... además no se oye nada ya- dijo Tino girando la cabeza para intentar escuchar- Pero de todas formas, para quedarnos tranquilos vamos a echar un vistazo. No encenderemos la luz, solo abriremos un poco la puerta y miraremos, a ver si descubrimos de donde ha venido ese ruido. Intenta levantarte sin despertar al General, es mejor que él no se entere de nada; de todas formas solo debe tratarse de algún mueble que habrá crujido, o algo parecido.
Los dos hombres miraron por la rendija de la puerta entreabierta de la sacristía. Goliat, gracias a su altura, se asomaba por encima de la cabeza de Tino. No se veía ningún movimiento ni se escuchaba ningún ruido, por lo que abrieron totalmente la puerta y descendieron el escalón que los separaba del templo. En ese momento se escuchó de nuevo el ruido, seco y corto, como si alguien o algo hubiese golpeado algún objeto pesado. Tino dobló un poco la cabeza y levantó una de sus orejas para agudizar su oído e intentar identificar de donde provenía el ruido.
Transcurrieron unos segundos y volvió a oírse otro golpe más. Esta vez estaban prevenidos. Ambos miraron instintivamente hacia arriba. Los ruidos parecían provenir del techo. 
Algunas de las velas aún seguían encendidas, Tino subió al altar mayor y tomó un candelabro de dos brazos, cada uno de los cuales portaba un gran cirio, luego se dirigió hacia donde estaban las velas rojas y prendió los pábilos de los velones con una de ellas. 
Llegaron debajo del lugar donde creyeron que procedían los golpes, Tino levantó el candelabro todo lo más que pudo sobre su cabeza para iluminar el techo. Ambos recorrieron con la mirada la superficie amarillenta, que debía estar a unos diez o doce metros de altura.
-Ahí no hay nada. Lo que sea que provoca esos ruidos debe estar en el tejado- dijo Tino.
-No. El tejado está más arriba. Sobre este techo hay un desván de las mismas dimensiones que esta nave central al que se accede desde lo alto de la torre. He estado ahí un par de veces con Don Ramón, para reparar algunas goteras, fue la primavera pasada.
-¿Qué hacemos Goliat? ¿Subimos?
-Uf, la escalera de la torre es muy estrecha... y hay que llevar la cabeza agachada todo el tiempo para no darse en el techo... y no andamos muy bien de luz, esos cirios alumbran más bien poco. Pero si quieres subir… ¡Subamos!... ¡Qué demonios!.
-¿Tienes miedo? no creo que yo pueda dormir esta noche si no compruebo de donde proceden esos ruidos, ¿tú sí?.
-No, tampoco. Y ¡sí!, tengo algo de miedo. Para qué negarlo. Pero eso es lo de menos, se me pasará… ¿Qué hacemos con el General? deberíamos llamarle.
-Déjalo dormir. Comprobaremos de qué se trata nosotros solos, no creo que él quisiera subir ahí arriba, ¿no te parece?
-Ya, pero si se despierta y comprueba que no estamos le dará un síncope.-
-No tardaremos nada, puede que sea una ventana abierta o algo así, volveremos antes de que pueda echarnos en falta.
-Está bien, vamos, la entrada a la escalinata está tras una pequeña puerta casi oculta, allá al fondo.-
Los dos amigos iniciaron el ascenso a la torre. Tino iba delante, iluminando el camino con los velones. Goliat, detrás de él, procuraba no levantar la cabeza para no herirse con las piedras que sobresalían por debajo de la bóveda que conformaba la angosta escalera. 
Cada cuatro o cinco metros de ascensión pasaban junto a alguna de las ventanas de reducidas dimensiones que daban al exterior de la torre. Hacía bastante viento fuera y la luz de las velas oscilaba cada vez que los dos hombres pasaban por delante de alguno de aquellos huecos.
-Tino, ¡ten cuidado!, pon la mano delante de los cirios,- advirtió Matías- solo faltaba que una corriente de aire apagara esas malditas velas. Y no hemos traído cerillas.
-Sí, sí, no te preocupes, tendré cuidado-, le tranquilizó Tino-, Ánimo, ya falta menos para llegar arriba.
De repente comenzó a oírse en alguna parte de la empinada escalinata de piedra, un golpeteo continuo, como de palmadas, acompañado de una especie de silbido extraño y sobrecogedor.
Los dos hombres se detuvieron. El ruido parecía aproximarse a donde ellos estaban con rapidez, cada vez lo escuchaban más cerca. Goliat, al intentar huir hacia arriba, empujó fuertemente a Tino, que perdió el equilibrio. El candelabro se le escapó de las manos y golpeó el suelo, los cirios se apagaron y cayeron rodando escaleras abajo. Tino, sentado en una escalera, intentó contener a Goliat, que pataleando con ambas piernas intentaba subir de espaldas para no ser alcanzado por lo que fuera que se les venía encima.

.../...

Escrito por Dimas Luis Berzosa Guillén.


jueves, 15 de mayo de 2014

Retales de mi infancia


EL SUBMARINO

Aquella tarde, como casi todas a mis doce años de edad, había quedado con mi buen amigo Paco, el enterrador lo llamaba yo, porque le dio durante una larga temporada por acompañar a todos y cada uno de los entierros que se oficiaban en nuestro pueblo. No importaba si el finado era joven o viejo, hombre o mujer, rico o pobre, gitano o payo..., en cuanto las campanas de alguna de las dos iglesias del pueblo tañían su melodía de triste y pausada cadencia llamando a sepelio, Paco aparecía en el portal de mi casa, compeliéndome a que le acompañara en aquel místico acto de caridad. 
A pesar de que muchas veces no nos unía ninguna relación con el difunto; y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera con ninguno de sus familiares más alejados, ambos, él libremente, y yo constreñido por él, nos presentábamos en el domicilio donde se había producido el óbito, y con pasmosa diligencia atravesábamos estancia tras estancia; Paco erguido y solemne; yo tras él, abochornado y rojo como la grana, pegado a su espalda en un vano intento de pasar desapercibido bajo decenas de miradas lánguidas y compungidas, hasta llegar junto al cuerpo exánime donde, de pie, permanecíamos los dos en silencio.

lunes, 12 de mayo de 2014

Cuando me haya ido.





ESPÉRAME JUNTO AL MAR, MI AMOR,
ESTA NOCHE Y TODAS.
ESPÉRAME JUNTO AL MAR, MI FLOR,
DONDE SALPICAN LAS OLAS.

domingo, 11 de mayo de 2014

La creación del hombre.

IDEA PRÍSTINA DEL CREADOR

Espejismo II



Respecto al amor humano, existen también varios tipos. Es diferente cómo se ama al prójimo, a una persona amiga, a un pariente, a los padres, a los hijos, a al cónyuge o pareja. No obstante todos los amores coinciden en que, en el momento de sentirlos liberan en el interior del ser humano unas determinadas sustancias químicas que provocan un estado anímico peculiar, que perdura más o menos tiempo, y que varía su intensidad a través de distintos periodos o etapas. A ese estado emocional, más o menos pleno, de sensaciones químicas, le llamamos genéricamente amor.

Así, cuando un hombre desea a una mujer, o viceversa, decimos que “está enamorado”, pero eso no es amor, realmente ese sentimiento es consecuencia de la necesidad biológica que el hombre lleva implícita de perpetuar la especie. Desde el punto de vista biológico, cuando cada uno de nosotros alcanza su etapa adolescente, es impulsado por sus hormonas a buscar su perpetuación y siente la necesidad de replicarse, de procrear, pone en marcha un mecanismo biológico interno que le lleva inconscientemente a descubrir su sexo y a reconocer al sexo opuesto, incluso sin que nadie se lo haya explicado, intuye la función que ha sido encomendada a sus órganos genitales, a la vez, casualmente o inducido por otros individuos, descubrirá el excelso placer que es capaz de sentir cuando su sexo lleva a cabo la función para la que ha sido diseñado, esta satisfactoria y gratificante recompensa para su cerebro hará que, unida a la programada necesidad genética de procreación, el individuo desee concebir un hijo para perpetuarse en el tiempo.

Por otra parte, sociológicamente hablando, las religiones aprovechan su poder y utilizan un mandato divino: - Dios ha dicho: “creced y multiplicaos” - para tomar cartas en el asunto y regularizar o poner orden en el ese impulso de procreación descontrolado.

Teniendo en cuenta que favorece a los fuertes y perjudica a los débiles pero poderosos, pero para ello impone también normas morales por otro lado le hace saber que deberá elegir a uno solo de los individuos del otro género para llevar a cabo su misión y le exige, para asegurarse que será así, prometer mediante un acto de confesión pública, llamado matrimonio, la aceptación de una condición fundamental: Concebir a sus hijos con una sola y exclusiva madre, mientras esté vigente este contrato.

El individuo elegirá a su pareja para llevar a cabo su finalidad y deberá ser aceptado por esta tras varias fases, históricamente reconocidas y moralmente deseables. Primero intentará vencer el tabú aprendido sobre la prohibición paradójica del sexo, no le está permitido expresarse con sinceridad sobre esta cuestión, no puede acercarse al individuo elegido y decir: “¿quieres engendrar conmigo un hijo?, deberá iniciar un juego verbal y gestual de insinuaciones y obsequios parecido al que utilizan las demás especies, (aunque la gran diferencia con ellas es que el ser humano será capaz de utilizar su sexo en cualquier momento de su vida y el resto de especies solo en épocas de celo), tras iniciar el juego amoroso, siempre que el otro individuo acepte, se producirá un acercamiento entre ellos y habrá de superar las fases estipuladas de amistad y noviazgo y la relación culminará en el matrimonio. Llegados a esta última fase, se permitirá a la pareja engendrar y traer al mundo a su hijo, es entonces, cuando hayan conseguido perpetuarse, que se amarán a ellos mismos dedicando su efímera vida al cuidado y formación de ese hijo que continuará su propia existencia en un nuevo cuerpo. Al fin y al cabo habrán conseguido la continuidad de su propio ser, este era el objetivo. Una vez cumplida su misión, se resignarán a envejecer y se prepararán para su muerte, recreándose en su creación, en esta etapa las parejas habrán conseguido, gracias a la complicidad, necesaria para su función de progenitores, una conexión muy íntima entre ambos, compartirán y adquirirán cuantos bienes y reconocimientos puedan para, una vez que ellos no existan, puedan seguir disfrutándolos en carne de su carne y sangre de su sangre, es decir, en sus hijos, como si de ellos mismos se tratara. No todos los individuos de la especie humana, nos adaptamos y actuamos exactamente así, algunos no sienten la necesidad de perpetuarse, y no lo harán, y otros muchos de nosotros, aunque seguimos la mayoría de estas pautas de comportamiento y sí sentimos esa necesidad de perpetuación, rompemos las normas de la conciencia colectiva y sentimos un cierto nihilismo subyacente justificado en la necesidad imperiosa de comprender nuestra propia existencia temporal como única e irrepetible y por ello desear vivir intensamente una y otra vez la misma vida durante el poco tiempo del que disponemos.

Cuando muramos, la vida continuará, nuestros descendientes, si es que los tenemos, nos recordarán durante una o dos generaciones, después irremisiblemente seremos olvidados, habremos ayudado a perpetuar la especie pero después de algún tiempo ni siquiera existirá nuestro recuerdo, ¿quién puede decir que ama a su tatarabuelo?, dicen que el roce hace el cariño, eso es lo que existe, el cariño, el sentido de protección, la complicidad. Si existiera el amor debería ser perfecto y eterno y ya hemos dicho que no podemos comprender la eternidad. Entonces, el haber llevado una vida sacrificada y llena de abnegación no habrá servido de nada, como tampoco servirá que la lleven nuestros hijos y los hijos de ellos, no debemos dejar que el deseo de eternizarnos nos impida vivir nuestra propia vida, pues si no vivimos por desear vivir en nuestros hijos ¿qué sentido tiene estar vivos? ¿Es tan importante el futuro de la humanidad que nos hemos convertido en un simple medio para que nuestra existencia pueda llegar a un fin incomprensible y obligado al final de los tiempos?

Y mientras tanto, actuamos de forma individualista, cada uno a lo suyo, aunque todos con la misma finalidad de perpetuación, pero siempre con una necesidad desmedida de competencia, de ser más que los demás, de poseer cuantos más bienes mejor, de demostrar que nuestros hijos son los mejores..., y encerrarnos cada día más en nuestra propia carrera hacia ninguna parte, aunque sepamos que algunos de nuestros semejantes no tienen qué comer la mayoría de los días, aunque sepamos que algunos viven en la más absoluta pobreza, somos crueles, solo pensamos en nuestro pequeño grupo familiar, ese es el otro amor que te decía al principio, el amor al prójimo. Jesucristo dijo: “amaos los unos a los otros como yo os he amado” y ¿Quién de nosotros está dispuesto a dar la vida por un semejante?, el amor al prójimo tampoco existe, se puede sentir compasión, lástima, pena por un prójimo, siempre que sea o posea menos que nosotros, o que esté sufriendo tanto o más que nosotros mismos, pero ¿Quién tendría amor a un prójimo que es considerado socialmente más o mejor, o posee mas bienes y recursos que nosotros?, no, amigo no, a ese le tendríamos envidia y eso tampoco es amor.

Como verás realmente el amor no existe, ni a las personas, ni a las cosas, porque amar a una cosa material o espiritual tampoco se puede, eso es deseo de posesión o anhelo de ser más que los demás o incluso puede que necesidad de ser recordado, pero, ciertamente amor, no.



Se hizo un largo y espeso silencio. En el exterior brillaba una intensa luna llena, los rayos de luz dibujaban en la pared del fondo siluetas imposibles y Pablo dejó vagar su pensamiento mientras su mirada se perdía en aquellas formas extrañas e inquietantes. El rumor del agua del lago llegaba a la cabaña casi imperceptible, ambos se sumieron en sus reflexiones, a Pablo le había servido aquella conversación para empezar a replantearse el sentido de su existencia, muy pocas veces se había parado a pensar en aquellas cuestiones, su vida era demasiado ajetreada: a las seis treinta sonaba el despertador, a las ocho fichar en la oficina, comida rápida, vuelta al trabajo y a las ocho de la noche en casa, cuando llegaba Lucía ya estaba bañando a los niños, él preparaba la cena, hacía las diez, ambos se sentaban en el salón y miraban un rato la televisión, algunas frases sueltas para romper la tensión “¿qué tal el día?, bien ¿y tú?, bien. Mañana tendrás tú, que bañar al niño, tengo que pasar por el supermercado antes de volver a casa. Ahhh. De acuerdo”. A las once a la cama y vuelta a empezar.

Por eso había discutido con su mujer, estaba harto de la vida que llevaba, pero... ella también estará harta, se decía. Quizás no debería haber venido solo al campo, Lucía debería haber pedido también algunos días en el trabajo y... Pero ¡claro!, Alba tiene que ir al colegio... además... se lo propuse y ¡ella no quiso!

No importa, lo necesitaba, tengo que deshacerme de este estrés que me va a matar.



Cerró los ojos, y permaneció así unos instantes, de repente volvió a abrirlos y miró hacia el fondo de la estancia, al lado del microondas se adivinaba una aureola tenue sin forma definida, allí estaba aquel ser, al que había terminado por acostumbrarse, hasta el punto de mantener conversaciones con él.

































Capítulo II





Tres días antes, Pablo había llegado a la cabaña de su cuñado Luis, decidió marcharse unos días al lago para pescar y poner en claro sus ideas, la primera noche que pasó en ella, mientras dormía, hacia las tres de la mañana, escuchó un raro zumbido fuera que le sobrecogió, saltó de la cama y al mirar por la ventana vio una especie de “masa luminosa” que flotaba en el aire, se asustó, no sabía qué hacer, pensó llamar a su cuñado, pedir ayuda, pero recordó que en la zona no había cobertura para su móvil, volvió a la cama y se cubrió la boca con las sábanas, no podía comprender que era aquello que había visto, así permaneció durante unos minutos que se hicieron eternos, inesperadamente la forma luminosa se coló por la rendija de la puerta quedándose inmóvil sobre la encimera de la cocina, instintivamente encendió la luz de la habitación y la forma desapareció como por arte de magia, volvió a apagarla y allí estaba de nuevo, repitió varias veces esta operación y comprobó que aquella forma solo era visible en la oscuridad, así que optó por dejar la luz apagada, para no perderla de vista.

Después de una hora de mirar impotente a aquella... “cosa” con los ojos desorbitados y sin saber que hacer, paralizado por el miedo y agotado por el cansancio de la tensión mantenida, comenzó a relajar sus músculos, apoyando su espalda en la pared y sentado en la cama intentaba encontrar una explicación racional para aquel fenómeno, no podía comprender qué estaba pasando, se sumió en cavilaciones y estaba medio adormilado cuando inopinadamente resonó potente una voz grave e ininteligible en la habitación que lo sobresaltó, su corazón se aceleró palpitando hasta el límite, sintió que se le nublaba la vista y se desmayó.



Hacia las siete de la mañana, con los primeros rayos del alba, Pablo volvió, poco a poco en sí, le dolía la cabeza y estaba exhausto, pensó que había perdido el juicio, quizás fue un ataque de ansiedad, no, no... seguramente ha sido un sueño, fijó su mirada en el lugar donde había visto aquello y... no había nada, así que pensó: ¡ha sido un sueño, una alucinación provocada por el estrés acumulado!, se levantó, tambaleándose y se dirigió hacia el fregadero, cogió un vaso y lo llenó de agua, se lo bebió de un largo trago y volvió a sentarse en la cama.

¡Era demasiado real!, no puedo creer que lo haya soñado, además... esa voz.

Permaneció sentado, mirando fijamente hacia donde había visto aquella luz, no sabía que pensar, ¿y si me estoy volviendo loco? Lo mejor será que recoja las cosas y me marche de aquí, estoy aislado del mundo, si algo me sucediera nadie podría ayudarme. ¡No tenia que haber venido!, ¡soy un perfecto idiota!, ¡tengo que marcharme de aquí!

Pero..., ¿qué les diré a todos?, ¿que la primera noche en la cabaña se me apareció un fantasma y me he venido corriendo? ¡Lo que me faltaba!, si no tengo bastante con la vida que llevo, ahora esto, y tener que aguantar las bromitas de los compañeros ¡pues no quiero ni pensar en el pesado de Luis, no podría aguantar sus burlas!, además... Lucía, los niños... ¡no!, tengo que aguantar aquí, no puedo volver tan pronto.

Salió al porche y respiró profundamente una bocanada de aire puro, olía a primavera, todo estaba lleno de flores, corría una ligera brisa que extendía por todos lados el intenso aroma del azahar y los alelíes que rodeaban la cabaña, estiró sus brazos para desentumecer sus doloridos músculos, estaba cansado, se deshizo de la ropa que llevaba puesta y, desnudo, corrió hacia el embarcadero, se lanzó desde la plataforma al agua y se zambulló en un largo chapuzón, volvió a la superficie y aspiró una honda bocanada de aquel aire puro, salió del agua y se tumbó sobre las desgastadas tablas del embarcadero agradeciendo el calido sol que acariciaba su cuerpo.

Tenía 45 años y se conservaba muy bien para su edad, aunque ya no era el mismo, los años habían hecho mella en su vitalidad, recordó cuando era más joven y era capaz de nadar varios kilómetros, correr durante horas enteras con los demás chicos, ¡el tiempo no pasa en balde! Pensó.

Resignado regresó a la cabaña para preparar un generoso desayuno. ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos! Gritó mientras entraba en la cabaña.

Una voz metálica procedente del interior repitió: ¡comamos y bebamos que mañana moriremos! Se quedó paralizado, petrificado, había vuelto a escuchar aquella voz, ¡no lo había soñado!, retrocediendo impulsivamente agarró un palo del suelo y casi sin aliento, con voz desgarrada, dijo: ¿quién anda ahí?, salga quién sea, ¡Luis...! ¿Eres tú?... ¡Ya está bien de bromas!, ¡Lucía...!, ¿quién hay ahí?

La voz misteriosa volvió repitió con un eco metálico: ¿Quién hay ahí?..., tras vacilar unos instantes, se armó de valor y entró corriendo dispuesto a golpear a quién encontrara, pero no vio a nadie, y la voz repetía constantemente ¿Quién hay ahí? Pensó que se estaba volviendo loco, comenzó a apartar los muebles, abrir las puertas de los armarios de cocina, el ropero, volteó el colchón, la cama, corría desesperado de un lado para otro buscando el origen de aquella voz. ¿Quién hay ahí? Repetía, la voz, una y otra vez.

Al fin, se quedó quieto, apoyado en la pared se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo, escuchaba aquel sonido metálico que no dejaba de repetir la misma frase y, desesperado, gritó: ¡cállate ya!... de repente se hizo el silencio. Se levantó y cerro la puerta, las ventanas estaban también cerradas así que la cabaña quedó sumida en una tenebrosa oscuridad entonces volvió a verla, en el mismo lugar, exactamente en el mismo lugar en el que la noche pasada la había visto, se encontraba inmóvil, aquella forma luminosa, seguía allí, ¡no lo había soñado!.

Con un hilo de voz dijo, ¿quién eres?..., ¿qué eres...?, de nuevo volvió a escucharse la voz metálica que repetía: ¿quién eres...?, ¿qué eres...?, repetía una y otra vez las frases que Pablo había dicho, desesperado gritó: ¡deja ya de repetir lo que digo! Volvió a hacerse el silencio.

Instantes después la voz dijo con una sonoridad que recordaba un gramófono antiguo: “¡No puedo hacerte saber lo que soy, no lo entenderás, no estás preparado para ello, tu mente no puede comprenderme aunque, intentaré explicártelo!”.

Pablo escuchaba como si fuera el mismo diablo quién le hablara, su corazón palpitaba frenéticamente, se le secó la boca, se había orinado en el suelo sin darse cuenta de ello, escondido tras la cama que había quedado tumbada sobre un costado, asomando solo los ojos por encima de ella, miraba aterrorizado aquel objeto luminoso que le hablaba.



La voz continuó hablando: Somos Assrraakk, un cúmulo de energía que procede del mismo lugar que la que compone vuestra materia, nosotros hemos evolucionado de una forma muy diferente a como lo habéis hecho vosotros, nuestra existencia ha surgido en otra dimensión en la que no es necesaria la materia. Hemos descubierto un nexo de unión entre nuestras respectivas dimensiones y se nos ha mostrado vuestra materia-energía, hemos construido una complicado interfase que traduce vuestra realidad dimensional inteligible a códigos comprensibles para nosotros. Habíamos buscado la interacción con infinidad de estados, de los existentes, en otras dimensiones sin obtener resultados, pero encontramos una bolsa de energía codificada y ordenada en forma de estructuras encadenadas que emana de este vuestro estado de materia-energía y hemos conseguido interactuar. Vosotros como manifestación material que sois, utilizáis un medio de vehiculación energética en forma de energía sónica, nosotros podemos detectarla y comprender la modulación que le imprimís, pero no somos capaces de reproducirla. Lo que hacemos es conectar con vuestra materialidad para manipularla y así haceros creer que os hablamos cuando en realidad no es así, solo estamos manipulando vuestro cerebro para que percibáis nuestras manifestaciones creyéndoos que os estamos hablando, de esta forma podemos enviaros información. No obstante, no podemos extraer información de vuestro cerebro, porque vosotros no sois capaces de reproducir este proceso, así que hemos de valernos de la codificación sonora que vosotros utilizáis para entender lo que queréis decir.

Tampoco podemos convertirnos en materia, así que para mostrarnos a vosotros lo que hemos hecho es convertir una parte de nuestra energía en lo máximo que podemos alcanzar en nuestra dimensión respecto a la vuestra, esto es, en lo que vosotros llamáis luz, nosotros existimos en un nivel exterior de esta, pero hemos conseguido acercarnos bastante a ese estado para mostrarnos, por eso me ves así.

Antes de contactar con vosotros hemos copiado la energía existente en esa aureola energética que emana vuestra materia para comprender las estructuras de vuestra ordenación evolutiva y tras complicados procesos analíticos estamos comunicando con vosotros, podemos percibir la realidad de la que formáis parte y somos partícipes de vuestro conocimiento y particularidades aunque de forma desordenada e incomprensible, intentamos comprender vuestro ordenamiento para llegar a ser vosotros mismos.

Esta es la primera experiencia que tenemos, hemos contactado por primera vez y sois vosotros los primeros que podéis hacerlo con nosotros.

- Óyeme bien, si esto es una broma pesada, si habéis preparado este montaje para asustarme, lo habéis conseguido, así que ¡basta ya!, terminemos con esta farsa, salid de donde estéis escondidos, encontraré los altavoces, por favor, ¡dejadlo ya!



- No puedo creerlo, esto no me puede estar pasando a mí. Es evidente que estoy loco, ¿pero si estoy loco? ... intentaré salir de este estado jugando con mi propia mente, murmuró Pablo.

¡Está bien!, dijo, supongamos que realmente todo es como me lo has contado, o me has hecho saber.

Contéstame a una pregunta ¿Por qué hablas en plural? ¿Por qué das a entender que sois varios? Y sobre todo, ¿Por qué me hablas como si yo no fuera uno solo?



Vosotros, como nosotros, sois varios, sois una pluralidad de organismos independientes que conforman un grupo definido. ¿Es así?, así al menos lo vemos nosotros.



- ¿Te refieres a mi?, ¿quieres decir que yo soy una pluralidad de organismos? En absoluto, soy un único ser independiente y único.



Pero, vuestro estado, vuestra composición, indican lo contrario, nosotros comprendemos una estructura compleja compuesta de grupos orgánicos que, a su vez, se construyen a partir de otros más simples y la continuidad de todos ellos conforman la materia que sois. Sois una franja de energía que forma parte integrante del conjunto de la estructura integral de vuestra dimensión, hemos conseguido diferenciaros del todo del que formáis parte, aislando esa energía codificada y particularmente definida que emanáis, esta es, precisamente, con la hemos sido capaces de interactuar. Por encima del nivel en que existís vosotros la materia continúa como un todo indefinido y por debajo de vuestro estado también continúa en ese todo indefinido que se ha generado particularmente en vosotros partiendo de la energía de la que todo procede.

Te lo explicaré de otra forma, si tomas una cantidad de esa materia a la que llamáis agua y de ella extraes la partícula más pequeña que puedas obtener, esa materia que has extraído está en el agua, pero realmente no es el agua, para poder seguir llamándola así tendría que seguir formando parte de su colectividad estructurada, la que definiría su estado.

De la misma forma vosotros formáis parte de la continuidad de la materia a la que pertenecéis y necesitáis de toda ella para seguir siendo vosotros mismos, no podéis existir al margen de ella.

Decís que sois independientes y únicos, pero como podríais ser únicos perteneciendo a la continuidad existencial. Nosotros también formamos parte del todo existencial.



- Está bien, no te entiendo demasiado, pero... por favor, no sigas dirigiéndote a mí en plural, llámame Pablo... o me volveré loco.

Y ahora dime, si no eres un extraterrestre, sino una cosa que no puedo entender, ¿pretendes hacerme daño o algo así? Si puedes manipular mi mente, quizás no existas, quizás yo te he inventado, es posible que mi mente imagine que existes y lo que sucede es que me he vuelto loco.

¡Pero todo esto es tan real...!, ¡no puedo creer que lo esté imaginando!.

¡Ni siquiera cuando tomaba drogas en la universidad llegue nunca a un estado de alucinación tan extraño!



¿Cómo has dicho que te llamas?...



Somos Assrraakk. Y no podemos manipular tu dimensión, para vosotros somos algo así como el mundo de las ideas o del pensamiento, no comprendemos la materia como tal, entendemos su existencia como vosotros sabéis del mundo de la lógica y las ideas, somos tan abstractos o incomprensibles para vosotros como lo es vuestra existencia en nuestra dimensión. Existís en un estado eminentemente material y nosotros lo hacemos en lo que llamaríais existencia espiritual. Lo que ahora estamos haciendo es coexistir con vosotros en el nexo ínter dimensional.

Sé que te resultará incompresible todo esto que estoy pensando en ti, pero intentaré explicártelo de una manera adecuada a tu entendimiento.

Imagina que tu mente inesperadamente, encuentra un mecanismo mediante el cual es capaz de percibir de forma extra-sensorial la esencia de una roca, situada en un punto indefinido de tu dimensión, y es capaz de interactuar con ella, la materia, de la que estáis hechos, es continua porque sois un todo, que a su vez forma parte del todo universal, de esta forma existís como parte independiente y a la vez como fundamento del todo, por lo tanto cada uno de vosotros sois la materia que forma parte de vuestra existencia y a la vez sois toda la existencia absoluta y continuada. Entre esa roca y tú mismo solo existe un vínculo aparente para tu consciencia, un vinculo puramente sensorial, pero existencialmente, está vinculada directamente a ti como parte del todo, esa capacidad sensorial consciente os muestra solo una comprensión particular de la realidad y no podéis si quiera intuir esa interconexión que os hace ser un todo, ni siquiera podéis entender diferentes planos sensoriales de vuestra dimensión y mucho menos la existencia de otros planos dimensionales.

Si fuerais conscientes de esa interconexión, quizás podríais encontrar una forma de interactuar con esa roca que coexiste con vosotros en la continuidad dimensional, y aunque es la misma esencia de vuestra existencia se os muestra en un plano inteligible. Sabéis de su existencia porque se manifiesta a vuestros sentidos, podéis olerla, gustarla, tocarla y verla, porque siendo parte integrante de vuestro todo, existe formalmente en vuestra realidad sensitiva, pero constituyendo la misma materia que sois vosotros mismos, solo podéis sentirla en ese plano dimensional y no en otros.

Nosotros hemos encontrado un camino en la continuidad universal que nos ha llevado a pensar en vuestra existencia, existíamos en vosotros y vosotros en nosotros aun sin ser conscientes de ello.



- Está bien Aisrek, si mi mente no me está traicionando y no eres una alucinación, si realmente estás aquí y todo es como me dices, estoy hablando solo conmigo mismo en otra realidad dimensional en la que también existo sin ser consciente de ello y yo soy tú y tú eres yo y ambos somos todo.

Definitivamente me estoy volviendo loco, ¡esto es muy fuerte!, estoy hablando solo, conmigo mismo, de cosas que no soy capaz de pensar, pero ¿Por qué me esta pasando esto? Necesito visitar a mi psicólogo urgentemente. No puedo más.

Tengo que dormir un rato, quizás cuando despierte hayas desaparecido y yo pueda volver a la normalidad.





























CAPÍTULO III.





Pablo se incorporó, había estado durmiendo mucho tiempo ¿Qué hora sería?, ¡el Sol está fuera aún! pensó y sin pronunciar palabra, evitando dirigir la mirada hacia Asrraakk, salió de la cabaña, intentaba no pensar en lo que estaba sucediendo, necesitaba olvidarlo, retroceder en el tiempo hasta el sábado anterior, deseaba que nada de esto hubiera pasado.

Pensó en Alba, su hija de cuatro años, su preciosa niña de cabellos dorados, en su hijo Carlos, el pequeño bebé, recordó el día de su nacimiento, Lucía se había puesto de parto a las doce de la noche y él estaba muy nervioso, había hecho muchas veces el recorrido desde casa al hospital, se lo sabía al dedillo, no quería que, llegado el momento, Lucia tuviera que dar a luz en el coche, así que, algunas tardes, montado en su flamante Mercedes, memorizaba calles, plazas y señales, una y otra vez.

Pero ese día tan esperado, se salió de la ruta que había recorrido tantas veces y se enfadó consigo mismo. No le gustaba equivocarse, era un tipo demasiado autosuficiente, autodidacta, ávido de saber, tenía una obsesión desmedida por comprender el mundo y todo cuanto le rodeaba, pero, se equivocaba muchas veces, demasiadas. Desde muy joven había devorado libros, años atrás llegó a estar obsesionado con la lectura, quería saberlo todo, era como una esponja devorando palabras, ideas, teorías, incluso llegó a leer varias veces todo el diccionario de la Real Academia para conocer todas las palabras, sin excepción, era un apasionado de las ciencias, la astronomía le subyugaba, le hubiera gustado poder viajar a las estrellas y conocer seres de otras galaxias, estaba convencido que el hombre no era el único ser inteligente en el universo infinito, le hubiera gustado conocer a sabios pensadores como Newton, Galileo, Einstein, hablar con ellos del firmamento, de las leyes del universo. En otras ocasiones había descubierto en la filosofía un modo de buscar la verdad, esa verdad existencial que buscaba desesperadamente. Le extasiaban Platón, Parménides, Epicuro, Kant, Engels, Nietzche, pasó noches en vela intentando encontrar en los libros un destello de luz que le hiciera comprender.

Ahora leía poco, demasiado poco, recordó el último libro que había leído: Niebla de Don Miguel Unamuno, le pareció sencillamente genial, le habría gustado conocer a Unamuno, estaba de acuerdo con sus reflexiones, se identificaba con él. ¡Me gustaría ser capaz de escribir un libro así!, se dijo. ¡Quizás algún día!

Recordó la conversación que había mantenido días atrás con su esposa. Habían estado hablando de la vida, del por qué de las cosas y particularmente de la felicidad.

Ella defendía, que la felicidad solo y exclusivamente podía conseguirse por la ignorancia: “De la única forma que se puede alcanzar la felicidad es siendo un completo ignorante”. Cuanto más profundizas en las cosas, cuanto más cuestionas el mundo en el que vives más infeliz eres. El desconocimiento es el camino hacia la libertad.

Francamente, nunca me lo había planteado así, estaba convencido que lo que podía acercar a los hombres a la felicidad debería ser la sabiduría, el conocimiento absoluto.

Pero... ¡quizás ella tiene razón! Si yo fuera una planta debería ser feliz, o quizás no haría falta siquiera ser feliz o no serlo, no me lo cuestionaría, simplemente nacería, viviría cumpliendo con la función para la que había sido creado y un día moriría sin siquiera haber sido consciente de haber vivido.

¡Pero no!, soy un ser humano, no una planta, y puedo pensar, cuestionarme mi propia existencia, y la verdad es que precisamente por que soy consciente de mí mismo, soy infeliz, ¿qué pretendo?, ¿cómo puedo saber cual es la misión de mi existencia? ¿Para qué estoy aquí? ¿Por qué soy como soy? Lucia tiene razón, una pregunta me lleva a otra y para ninguna tengo respuesta, eso hace que desespere, eso me hace infeliz, sino supiera de mi propia existencia no podría hacerme esas preguntas y entonces sería feliz... o no, no sería ni feliz ni infeliz, simplemente no tendría conciencia y entonces no sería yo, sino una cosa, algo que solo existe por existir.

Pero, si alguien pudiera contestarme esas preguntas, alguien supiera exactamente para qué estoy aquí, una vez hubiera comprendido cual es la misión de la humanidad o el por qué de nuestra existencia ¿sería más feliz que no sabiéndolo?, ¿es que un árbol puede ser más feliz sabiendo que mientras vive ayuda a mantener la vida animal en la tierra generando el oxigeno necesario para respirar?, Incluso ¿un árbol frutal debería ser aún más feliz sabiendo que además de producir oxigeno, está generando alimento y contribuyendo por partida doble al mantenimiento de una especie más evolucionada que la suya? Y Yendo más allá aún, si a ese árbol se le explicara que debe crecer y desarrollarse hasta hacerse leñoso para, una vez alcanzada su plenitud, morir quemado en una hoguera con el único fin de calentar a sus asesinos ¿Sería más feliz sabiéndolo? Probablemente sería más infeliz al descubrir que su propia vida no serviría de nada a él mismo ni a su especie y se consideraría desgraciado por ser un medio y no un fin. Descubriría que su propia existencia es estéril para él mismo, comprendería que no tiene que esforzarse en crecer y hacerse cada día más grande y más leñoso, porque no conseguiría nada con ello. Entonces ¿quizás se secaría y se dejaría morir?

O si a un cerdo fuera posible explicarle que debe alimentarse y engordar para, una vez alcanzada su plenitud, ser sacrificado por los hombres para servirles de alimento ¿no dejaría el cerdo de comer y engordar?



Pues del mismo modo, el hombre, si no encuentra sentido a su existencia, deseará secarse y morir. Entonces mejor: no ser consciente, no preguntar, no obsesionarse por la angustia existencial,” ¡para ser feliz, mejor no pensar!”.

Las gallinas de mi pueblo.



Sábado por la tarde. Las gallinas caminan raudas, meneando sus grandes panderos al son de las campanadas.
Oyeron el primero, que fue toque de aviso. El segundo, que lo fue de confirmación, hizo que revolotearan impacientes y nerviosas. Y, como remate inapelable, está sonando ya la tercera serie de pastosas campanadas; la misma que, de forma inexorable, proclama el último aviso para el evento.
Las gallinas saben que con ellas, o sin ellas, inapelablemente, en cuanto el último tañido deje de oírse, dará comienzo el ritual, así que, el inicio del tercer toque viene a ser como la espoleta detonante de una bomba que las impeliera a abandonar sus gallineros y a precipitarse calle arriba, o calle abajo, que según el barrio del que procedan así habrán de subir o bajar, para llegar hasta la pedrera, a la que acuden siempre disfrazadas. Tanto se transforman para asistir al evento que, algunas, aún siéndome incluso demasiado familiares vistas de lejos, así, embadurnadas de polvos y aceites sutiles, delicados pigmentos de colores y humores destilados de flores prensadas, me resultan desconocidas.

sábado, 10 de mayo de 2014

Obstinado destino


¿Quién soy yo?

Antes de nada he de decir que no sé para qué o por qué escribo esto, nadie me obliga a hacerlo. Es más, sé que ninguna persona va a leerlo nunca, pues esa es mi voluntad. No obstante, aun habiéndolo sentenciado previamente a la intranscendencia y casi con toda seguridad a una efímera existencia, tengo la esperanza de que este texto que ahora inicio pudiera resultarme de alguna utilidad en este postrero, y por tanto desesperado, intento de descubrirme a mi mismo, si es que, a la postre, existe esa posibilidad. 

Mi querida desconocida



Mi querida desconocida: 

Con la de hoy deben de ser más de mil ya, las veces que te he mirado y admirado, y sin embargo aún sigo sin atreverme a dirigirte la palabra, es por eso que te escribo ahora esta misiva.
Hoy, como cada día a media mañana, llegaste por la acera de Las Carmelitas, calle arriba hasta la Plazuela de Los Caños, y yo supe que llegabas, como cada día, porque oí tus pasos firmes acercándose a mi ventana, y mi corazón, como siempre, siguió el ritmo de tu cadencia al caminar: primero presto, luego vivace, después allegro... Como en una sinfonía de sensaciones cuyos pasajes te traían hasta mí ralentizando el tiempo. 
Un segundo después, en apenas un suspiro, tu sombra ha cruzado fugaz ante mi ventana, y el tempo, y mi corazón, han comenzado a ralentizarse: moderato, andantino, …adagietto, …adagio... Sin prisa... Sin pausa. 

La familia hoy



Ahora que he tenido que padecer una larga semana de imposibilidad de conexión a la red de redes, por problemas técnicos, comprendo más a mis abuelos y a mis padres. 
Cómo vivían ellos hace cincuenta años. Cuán relajados sus espíritus. Cuán desconectados del mundo discurrían sus vidas. Y sin embargo... ¡Qué felices eran!, y qué ufanos (en segunda acepción) se sentían viviendo sin televisión, sin World Wide Web, sin guerras transmitidas en directo, sin falsas promesas de falsos políticos.
Ellos no tenían la inmediatez estresante que hoy en día tenemos nosotros. Ellos saboreaban cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de sus vidas.

Experimento en el estadio.



El estadio estaba completamente lleno. Ya no cabía ni un alfiler. Las gradas estaban abarrotadas de gente y un murmullo sonorísimo hacía que me sintiera sumido en un estado de sopor mágico.
Sentado sobre un cojín amarillo, en el número ciento diez de la fila once, miraba cómo, en el centro del gran rectángulo verde, los operarios terminaban de conectar los focos que iluminarían la plataforma de hierro sobre la cual se iba a llevar a cabo el experimento.

Había llegado a la puerta número tres hacia las siete y media de la tarde. Después de guardar cola más de dos horas por fin había conseguido llegar a la ventanilla de venta de localidades y entregar fotocopia de mi carné de identidad, requisito imprescindible según había leído en el impreso publicitario que encontré en el limpiaparabrisas de mi coche el día anterior. Un tipo con cara de pocos amigos comprobó mi mayoría de edad. Le pagué el importe de la entrada y él me entregó un sobre con una papeleta amarilla en la que se me indicaba el lugar exacto en el que tenía que sentarme y un paquetito de plástico transparente que contenía una pequeña capsula bicolor.

Navidad intergalactica


Por Dimas L. Berzosa Guillén.

Estamos tan acostumbrados a las dimensiones de nuestro pequeño planeta Tierra, y a las unidades de medida que habitualmente utilizamos en él, que llegamos a olvidarnos de la verdadera magnitud; de las “hechuras”, de este Universo en el que vivimos.
Cuando miro al cielo, de noche, y veo todas esas estrellas lejanas, titilando en la inmensidad del cosmos, a veces intento comprender cómo es que siendo nosotros unos pequeños e indefensos animalitos, residentes advenedizos en este minúsculo planeta; uno de los dos hijos gemelos del tercer parto de una modesta y joven estrella amarilla, que desde hace cinco mil millones de años gira y gira sin cesar, perdida en la inmensidad de una galaxia cualquiera, nos creemos el centro del Universo.